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Rumanía: las soluciones de una histórica en problemas


Aquel fatídico 18 de marzo de 2018 en Bruselas se produjo un episodio nefasto y crucial en la historia del rugby europeo. Independientemente de las consecuencias que ahora analizaremos, aquel partido y lo que desencadenó fue la ilustración, la foto definitiva que necesitaba el fin de década del rugby europeo: una selección al alza, España, frente a una selección con más problemas de lo habitual, Rumanía, se habían citado frente a un tercero que ya poco tenía que decir.

Tras aquella decisión de la expulsión de los Robles, de España y de Bélgica de la carrera de la Copa del Mundo, y por primera vez en la historia de los Mundiales, Rumanía no iba a estar. Parte de la historia fundacional del rugby europeo, que desde los albores había estado ahí, medallista olímpica en los años veinte del siglo pasado, once veces campeona de los distintos torneos continentales desde los 60 y que no había faltado a ninguna cita mundialista desde los años 80, capaz de ganar un par de veces a Gales y a Escocia, no tendría presencia. Y, aquella vez, ni lo institucional la salvó.

Pero retrocedamos en el tiempo no muy lejano para entender esa foto de 2018. Antes de entrar en los 2000, el último torneo continental que habían ganado los Robles en solitario fue el Torneo FIRA de 1982-83, un torneo que cerró con pleno de victorias y en el que participaron Francia (A, por supuesto), Italia y la Unión Soviética, entre otros. En 1990, compartió primer puesto con Francia y la Unión Soviética en una de esas extrañas carambolas cuando la diferencia de puntos no era importante. En la Copa Europea de Naciones de 2000, Rumanía, a pesar de su tropiezo inicial con Marruecos, acabaría en el primer puesto, al igual que en las de 2001–2002, 2004–2006, 2010 y 2017. En esta sucesión, se atisbaba ya un dominio georgiano en el siglo XXI que solo se rompería en esas ocasiones, y esa irrupción de los euroasiáticos haría que los ojos europeos del tier 2 cambiasen de foco.

Sin embargo, los torneos europeos eran lo de menos cuando, cada cuatro años, tenías la gran oportunidad mundialista. Desde los inicios de los Mundiales, Rumanía solo dejó su casillero de victorias a cero en dos ocasiones, en 1995 y 2011, mientras que en el resto de ediciones siempre sumó una victoria. Aun así, Rumanía pareció entrar en el siglo con aquel problema de tener que reconocer que su antagonista, Georgia, le iba a quitar su papel en el mundo.

Todo este recorrido histórico lleva a pensar que Rumanía se encuentra, desde 2018, inmersa en una crisis deportiva de la que le está costando salir. Si el machetazo a España cicatrizó en el campo con más celeridad de la que hubiéramos imaginado, para Rumanía supuso su declive. Tras haber ganado cuatro Nations Cup en la década pasada, la última en 2016, los años posteriores marcan una nueva etapa en la que comenzarían a cosechar resultados sorprendentemente negativos. Aquella derrota contra Alemania en los clasificatorios para Japón y cómo llegó al final de los mismos iba señalando que la fórmula comenzaba a renquear.

Rumanía no ha despertado desde entonces. Un partido de eliminatoria por el descenso en 2018, las victorias de España y Rusia en sus partidos directos y el Campeonato de Rugby Europe del año pasado, donde podría haber acabado lidiando contra el campeón del Trofeo de Rugby Europe por la permanencia de nuevo de no haber sido por la milagrosa intervención del coronavirus, o por la eficacia de su peso institucional, eran síntomas preocupantes.

En 2019, el inglés Andy Robinson se hace con las riendas de una selección casi abatida, tras los desastres de gestión y paciencia que acabaron con su predecesor, Thomas Lièvremont, despedido del cargo por no cumplir las expectivas puestas en él: sendas derrotas contra Estados Unidos y Uruguay en noviembre de 2018 debieron ser suficientes para la Federación Rumana de Rugby para entender que el francés no les devolvería a un Mundial.

Con un par de años de transición -el último, forzado-, Robinson decidió animar a sus jugadores a entender que lo importante, más allá de intentar pasar la página negra de 2018, era, precisamente, regresar al Mundial. No obstante, esa meta se antojaba complicada, llegando al punto de tener que pasar, al igual que Georgia en cierta forma, por una renovación equilibrada.

Cuando Robinson junta al núcleo de jugadores con los que afrontaría este europeo, lo hace bajo ese prisma: 18 de los 32 jugadores, más de la mitad, tenían al inicio del año 10 caps o menos; una clase media pegamento suficientemente experimentada y solo tres jugadores con más de 50 internacionalidades: Surugiu, Fercu y Vlaicu. A pesar del equilibrio que se busque en la experiencia por puestos, algunos quedan claramente polarizados, como los puestos de ala, con Fercu y Vlaicu, mientras que la tercera línea solo cuenta con la experiencia del capitán Gorin.

Además, la cantera de jugadores dejó de fijarse casi exclusivamente en las ligas francesas, otorgando más protagonismo a una reforzada liga rumana, efecto posiblemente de la pandemia, que redujo notablemente la dependencia de los permisos y negociaciones con terceros, pero que podría traducirse en un cambio en las dinámicas del juego.

Podrían ser estas algunas explicaciones al juego que ha desplegado Rumanía en los últimos años, en el que le cuesta más de lo normal trenzar con la facilidad con la que lo hacía en el pasado, costándole mucho más esfuerzo obtener rentabilidad de sus jugadas y superar la extraña situación de ir detrás en el marcador en más ocasiones de las deseables.

La sorpresa de la derrota frente a Alemania en Colonia en 2017 fue generalizada, pero desde entonces a nadie le sorprende la irregularidad de Rumanía a la que la necesidad ha salvado en muchos partidos. Contra Rusia en la primera jornada de los clasificatorios para Francia, Rumanía sacó un punto bonus que parecía imposible durante buena parte del partido. Contra Portugal, más de lo mismo, solo que sumando la victoria: pareciese que los Robles necesitan ya sufrir para activarse, para remediar minutos y minutos de intentos que, en otras épocas, quedaban rentabilizados por la vía rápida.

Hay un punto que nadie debe olvidar: la recuperación de Rumanía será en este clasificatorio o no será. La tendencia muestra que los Robles podrán recuperar su condición histórica siempre que esa supervivencia en cada partido no falle hasta coger cierto ritmo porque, de lo contrario, el rugby rumano dejará de existir como tal.

Para que esa recuperación sea factible, Rumanía sigue teniendo un paracaídas que una y otra vez ha ido salvando de la debacle a su selección: su posición institucional. De primeras, podría pensarse que las carencias de lo deportivo sobre el campo no pueden mitigarse desde lo institucional, pero es evidente que la fuerza que todavía mantiene el rugby rumano en los órganos decisores es esencial para mantener la llama viva. A pesar de sus turbulentas relaciones internas con el ejecutivo rumano, que ha desembocado, por ejemplo, en que no vayan a disponer exclusivamente del nuevo Arco del Triunfo, la Federación tiene claro cuál es el camino a seguir.

Su foco está fuera, y sus armas son peso en la toma de decisiones: un puesto en el Consejo de World Rugby y la presidencia de Rugby Europe son elementos suficientes como para apuntalar un buen plan de recuperación: dos test matches en julio contra tier 1, Japón y Escocia, puede parecer una malísima idea deportiva para la Rumanía actual, pero no parece mala opción para espolear esa recuperación y, desde luego, para volver a sonar en el panorama internacional. 

 

 Texto  Álvaro de Benito   Fotografía  Domingo Torres 

 

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