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El XV del León cae víctima de sí mismo en Rumanía (22-16)


Dejemos a un lado el falso optimismo del punto bonus que el XV del León ha obtenido hoy en Bucarest (22-16) y afrontemos sin tapujos que todo lo acontecido hoy en Bucarest es fruto de una recurrencia endógena que aparece en los partidos claves, normalmente contra Rumanía. Y lo peor de todo no es que aparezca cada equis tiempo, sino que, a estas alturas del cuento, no se sepa gestionar. España ha sido víctima hoy de sí misma, de un temperamento mal entendido, de una escasa efectividad a la hora de resolver el tedio que se ha vivido en la primera parte y, sobre todo, de no aprender a caer en los mismos errores. 

España salió muy formal en Bucarest, con la confianza suficiente como para plantear un partido a su gusto desde el inicio, en el que era posible sobreponerse a un temprano fallo de Ordás que no pasó un golpe de castigo a simple vista fácil. Iba a lo suyo, pero Rumanía también. La primera parte no merece más reseña ni análisis: 6-6 y sin opciones reales por ninguno de los dos equipos para salir de los múltiplos de tres.

La segunda parte permitía a ambos equipos empezar de cero. Los puntos obtenidos en los primeros cuarenta minutos entre Ordás y Vlaicu casi fueron anecdóticos, y ese tedio solo lo podía romper Gimeno. El valenciano rompió las líneas rumanas en una gran jugada de penetración que acabaría posando Rouet a pocos minutos del reinicio del partido. La transformación daba alas en el marcador a un XV del León que hacía mucho tiempo que no se veía en una de esas. 

Sin embargo, el partido comenzó a desquiciarse por momentos, con tensión y demasiados reproches a un árbitro georgiano que incluso llegó a ofrecer a Guillaume si quería arbitrar. Será porque no llevaba tiempo advirtiendo de que así no se iba a llegar a buen puerto. En un interín de tiempo muy pequeño, una amarilla a Manu Mora y una roja a Quercy por un rodillazo en la cabeza a un rival, acabaron por abrir de par en par la caja de los truenos. 

Esa especie de bravura comenzó a destapar las carencias de control que a veces aparecen en el XV del León, algo que aprovechó Capatana para lograr el primer ensayo rumano. Sin apenas tiempo para digerir ese impacto, Rouet acompañó a Mora y Quercy fuera del campo por otra amarilla. El punto de desesperación llegó con el impacto deliberado de Melié contra un jugador rumano que podría haber sido sancionado con cualquier color -acabó en amarilla, la tercera- y en el que se llegó a dudar si también implicaría un ensayo de castigo.

España estaba rota, jugando con doce, trece y catorce jugadores en los últimos minutos según se iban incorporando los sancionados con amarilla. Melinte ampliaría la ventaja con un nuevo ensayo para los Robles respondiendo a un golpe previo que pasaría Ordás. Rumanía estaba a tiro de ensayo y solo una vez devuelto cierto orden el XV del León apuró sus posibilidades. Con la tarjeta sobre Cojocaru en el 75, Rumanía y españa volvían a disponer de los mismos efectivos: las posibilidades fueron para los Leones, que tuvieron varias opciones de ensayar, pero que en un error más de disciplina, les condenó en la última jugada a conformarse con el bonus defensivo.

Alguien podría decir que lo que planteó hoy Rumanía, como casi siempre para frenar a España, eran trampas, pero es que esas trampas, de serlo, desde luego estaban muy a la vista. Y lo más inexplicable es que, si estas existen, han sido tan efectivas como un acantilado para un grupo de lemmings: una tras otra, y en grado ascendente, las jugadas acababan en tarjetas, ninguna desmerecida, y eso no es culpa ni de los rumanos ni del árbitro. Nadie se extraña ya de que los partidos entre Rumanía y España lleven un tiempo vendiéndose en formato de gresca con etiqueta de épica, pero los Leones deben saber cuándo no caer y, sobre todo, cómo no caer. Y Portugal, el sábado que viene.


 Texto  Álvaro de Benito   Fotografía  Razvan Pasarica / FRR


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