NOVEDADES

Los convalecientes del Pequeño Heysel deben reflexionar


 Por Valerio Orive  
Colaborador de A Palos

Nadie desde su casa puede entender lo que debe significar perder la oportunidad de disputar un Mundial de Rugby y jugar el partido inaugural. Especialmente cuando tienes el convencimiento más absoluto de que te han robado esa experiencia, que no se ha producido por agentes externos y razones que poco o nada tenían que ver con tu desempeño en el terreno de juego. Un trauma para toda la vida, que no tiene solución por irremplazable y cuyo duelo tan solo se puede tratar de llevar de la mejor manera. El problema llega cuando esa necesidad y manera de afrontar el duelo chocan frontalmente con el bienestar de quienes más quieres.

Algo así presenciamos en Bucarest con motivo del Rumanía-España clasificatorio para el Mundial 2023. Los mismos hombres que han contribuido a que el XV del León (masculino) protagonice uno de sus periodos históricos de mayor competitividad amenazan ahora, posiblemente sin ser conscientes de las consecuencias de sus actos, con dar la puntilla a una década de proyecto ilusionante. Todo, por no pasar página de una puñetera vez. Por seguir persiguiendo la consumación de su vendetta personal en lugar de dejarla en segundo plano y como mucho poner esa sed de venganza al servicio del grupo y del objetivo común.

No es justo que seamos ahora hipócritas. Una de las grandes aportaciones de la vía hispanofrancesa fue dotar de espíritu guerrero a la selección española. Atrás quedaron episodios bochornosos en los que cualquier jugador nacido en un país que lindara con el Mar Negro se choteaba del primer español que encontraba en el campo. Si había que liarla como en Pro D2 o Fédérale, se liaba caiga quien caiga. Pero eso estaba bien cuando éramos inferiores y necesitábamos igualar fuerzas. Ahora se ha convertido en nuestro talón de Aquiles: cualquier rival, especialmente aquellos con décadas de experiencia en lo de ser cancheros, sabe que perdemos los papeles en cuanto vienen mal dadas.

En Ghencea se vio a un equipo muy superior hundiéndose en un barro absolutamente metafórico, pues las condiciones del terreno de juego fueron más que dignas, arrastrado por un grupo de jugadores a los que las ganas de vendetta les pesaron más que su inmenso talento y veteranía. El capitán, el primero. No es tolerable que Fernando López, en su 50ª cap y cuando parecía al fin haber sentado la cabeza, al hecho ya cuestionable de tener graves problemas para comunicarse con un árbitro en inglés, inicie las hostilidades, participe de la locura colectiva y sea incapaz de ponerle fin. Inaceptable.

De nada sirvió que Alvar Gimeno nos iluminara la senda nada más abrirse el segundo tiempo. Nuestros delanteros ya iban cegados y contagiaron a los que tienen esa herida de 2018 abierta de par en par, en lo que viene siendo un guion repetitivo cada vez que España considera que el árbitro está equivocado, juegue quien juegue (recordemos el segundo partido en Uruguay en noviembre de 2020). Como si alguna vez a un árbitro de cualquier deporte le hubiera caído en gracia un deportista por ser tan sumamente pesado en sus quejas.

Pocos reproches deportivos se pueden hacer a los veteranos que siguen en el equipo tras los hechos de 2018. Quizá el único que no esté a su nivel sea Charly Malié, algo que viene de lejos tanto en la selección como en su club. Pero sigue siendo válido, al igual que el resto. Pero si con su edad y veteranía no son capaces de entender que sus traumas no pueden pasar por encima del objetivo común y el bien del rugby español, quizá es hora de plantearse dejarlos en casa. Del mismo modo que la FER ha dejado probada constancia de ser administrativamente una chapuza, en el campo nos hemos ganado una fama de marrulleros muy alejada del rugby de movimiento que vende Santiago Santos. Y poco o nada tienen que ver el staff en ello: junto a las nuevas hornadas de jugadores, tanto locales como incorporados, los entrenadores son los primeros perjudicados.

¿Jugamos feo? ¿No explotamos nuestro potencial? Ya, pero se trata de la misma receta exitosa en los últimos tres años. Y que hasta estuvo a punto de salir bien en Bucarest incluso en inferioridad. Porque la realidad es que regalamos un partido que estaba donde queríamos que estuviera hasta que todo explotó, sin que la Rumanía más ramplona en veinte años pareciera tener capacidad de aguantar los cambios una vez se produjeran. La diferencia estuvo en el comportamiento de cinco o seis jugadores, no en el planteamiento táctico por muy discutible que nos pueda parecer desde hace meses.

Ahora, con un escenario que en cualquier otro momento parecería estupendo (bonus defensivos contra Georgia y Rumanía), el XV del León se ve con el agua al cuello, debiendo afrontar una visita difícil a Portugal con un equipo mentalmente fuera de sí y probablemente dividido, además de a la espera de confirmar ausencias probables dado que ahora sí se toma nota mediante videoarbitraje de todo lo que sucede en el campo. Resulta imperativo que alguien se siente con los López, Pinto, Rouet o Malié y les haga entender que además de cerrar sus heridas, en este clasificatorio el rugby español se juega mucho: no desaprovechar una de las mejores camadas recientes de jugadores locales (1994-1997), no espantar a los recién incorporados y no dar alas a quienes ven agotado el único modelo posible en nuestro contexto tan particular y pretenden vender castillos en el aire sin que se sepa muy bien cómo financiarlos y sostenerlos.

 
 Texto  Valerio Orive   Fotografía  Razvan Pasarica / FRR
 
 

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