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El sabor agridulce del España XV-Barbarians de Gijón (7-26)


Estoy cogiendo la mala costumbre de digerir demasiado los últimos partidos de España, esperando un poco antes de entrar en materia porque, cada vez más, hay muchos ángulos que analizar. Dicho esto, el España XV-Barbarians de este fin de semana en Gijón (volvía la selección a la ciudad asturiana tras aquella derrota frente a Rumanía en la segunda llegada de Brice Bevin) ha dejado un sabor agridulce. Mucho. Las papilas más exigentes dirán que agrio, mientras que las más flexibles dirán que había algo de dulce.

En el plano deportivo, la derrota del XV del León (7-26) frente al combinado de invitación nos dejó un cuasi monólogo de los rayados, y eso que la nómina que aterrizó en Asturias tampoco es que fuera la panacea del rugby mundial. Entendiendo el esfuerzo de armar un equipo para la precipitada ocasión, los BaaBaas tiraron de oficio y, salvo alguna jugada marca de la casa, se limitaron a ejercer sin tampoco abrumar. Pudiera ser que el público les demandase más sobre el césped mojado de El Molinón, pero enfrente tampoco tenían todos los mimbres. El XV del León llegaba, pero no consumaba. Intencional pero sin rédito, el equipo nacional se estrellaba contra una mecánica que, aun sin engrasar, se le intuye a otro nivel.

Da la sensación de que España está en un punto de no retorno en el que aparecen ya obligados a ir a rastras de la actualidad, de una noticia caprichosa que no llega y que, cuando lo haga, dejará el cadáver en la puerta o el cesto de Moisés. Mientras, ahí estaban, en otro partido de exhibición que, mejor que peor, va rellenando los días y el calendario. Hubo interés por ver las caras nuevas que presentó Santos. De todos ellos, Carmona se convirtió en el jugón del partido, aportando jugadas y destellos de calidad que también atesoraron Suárez y Matamoros, a los que habrá que ver si el alcalaíno les da más rodaje en un eventual debut oficial frente a Canadá en quince días. También fue agradable ver el regreso de caras como la de Del Hoyo y respirar cierto frescor e, incluso, ilusión al ver que el grupo de Santos había dejado una puerta abierta a la experimentación.

Y ese es el dilema. ¿Este experimento de convocatoria frente a Barbarians es síntoma de sí o de no? Pareciera que España estuviera bailando al son de la posible sentencia negativa (y comenzar ya la renovación) o de la absolución mundialista (donde tiene pinta que seguirán los veteranos) para empezar, de una vez, su futuro. Es decir, Santos oscila en esas aguas movedizas que tendrán que resolverle la papeleta en función de lo que salga, prolongando los eternos homenajes a la generación que ha llevado a la selección  la puerta de dos Mundiales o, por lo contrario, dando un paso y comenzar ya a enchufar a una nómina de jóvenes talentos que serán a quienes sí o sí, haya que homenajear en cinco años.

En lo puramente logístico y de gestión, al que suscribe le saltaron las alarmas. La visión que ofrecía El Molinón pareció pobre, por muchos miles (la organización habló de 7.000 espectadores) de parroquianos que se congregasen en Gijón. La imagen poderosa de los estadios llenos que pareció aterrizar como una quimera tendrá que esperar a ser refrendada en otra ocasión, alguna que, con un poco de suerte, llegue con mejor planificación y promoción. Por cierto, me parece también preocupante, poniéndome en la piel de los organizadores, esa imagen y el impacto que pueda tener en sucesivas venidas de Barbarians a España, que era lo que se esperaba. 

En definitiva, lo de ayer en El Molinón deja casi más preguntas abiertas que contestadas y remite a un tiempo de tensa espera, esa en la que uno no sabe si avanzar o retroceder, si irse para un lado, para otro, apostar por esto o perpetuar aquello. Esa parálisis temporal se traduce en inacción camuflada de ganas que ya se empieza a notar ficticia de tanta desgana provocada por el desgaste mental de ese problema del que Usted me habla en el que vivimos inmersos. Y todo porque la dimensión temporal es caprichosa, sobre todo si el total de lo que haces gira en torno a una fecha que nunca llega. Pero, ¿saben qué? Entre medias, el tiempo sigue pasando.

 

 Texto  Álvaro de Benito   Fotografía  Pablo Albala / Zuary Group



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