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Victoriano


Hay dos recursos que uso mucho en las publicaciones sobre rugby, a veces demasiado, y ambos indican que poco o nada se ha movido. Uno es el cuento de “El dinosaurio”, de Augusto Monterroso: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. El otro, el adjetivo “victoriano”. Que los emplee a veces demasiado no quiere decir que, lamentablemente, sean los recursos que más se ciñen a la realidad de la estructura de gestión del rugby mundial de las altas esferas.

Hace unas semanas, un seguidor habitual en redes destacaba, precisamente, el uso que hago de victoriano en esa definición. Más allá del sarcasmo que puede subyacer en su empleo, existe una descripción perfecta: la era de la reina Victoria marca el máximo apogeo del Imperio Británico, un periodo marcado por una doble moral imperante en la sociedad, una estructura de castas sociales, una responsabilidad paternalista de la clase alta (superior) y una gobernanza en la que la aristocracia era la única que podía tomar parte.

Para quien esté familiarizado con las miserias internas que rigen el rugby mundial ―y el críquet no será difícil encontrar esos paralelismos. Por contra, quien se inicie en el deporte oval y quiera entender sobre su estructura deberá saber que existen normativas explícitamente redactadas para países de la órbita Commonwealth y cuyo origen data precisamente de la era victoriana, que la aplicación de la justicia de esas normas no es igual para todos, que existen divisiones con privilegios en donde se potencia el círculo privado, que los elegidos creen velar por el resto y que existe un consejo limitadísimo en la gobernanza.

Hace unos meses, me dio por añadir un elemento visual más a la definición de World Rugby. Se trataba de Mr. Sullivan, el antagonista de “La vuelta al mundo de Willy Fog”, jugando al snooker con otros animales personificados portando el blazer. Más allá de la nostalgia para los que calzamos ya una edad, la imagen resumiría con sorna una reunión del club bastante certera. De hecho, ya se ha normalizado el uso del blazer como símbolo satírico y sarcástico para definir a los dirigentes del rugby mundial, incluso en los sectores menos conservadores de los países tradicionales. Por algo será.

Y hablando de la vuelta al mundo, se me vienen también a la cabeza esas imágenes de barniz colonial de celebración y jolgorio. Ahí estarían esas visitas de los Leones Británicos (e Irlandeses) a los viejos dominios, a ver si está todo en orden, para saludar a esos familiares escoceses que emigraron, o herederos de las familias más señoriales de Kensigton y Chelsea que perpetuarán la nobleza obliga. O aquella visita de Sir a Samoa para observar el rédito de los votos de los súbditos y de donde salió convertido en alto jefe Tootootumua, emulando los ecos lejanos de grandeza de la célebre visita de Isabel II a Jamaica en su coronación. Y alguien dirá que lo tradicional no está reñido con la modernidad. Y tendría razón: lo victoriano del sistema no está reñido con el fosforito del seven.

Sin embargo, el humor que subyace en toda sátira e ironía no es exclusivo de la (sorba un poco de té para digerir el término) middle class y las clases bajas. Sobre todo la ironía, ese empleo literario de lo contrario a lo que se piensa. Estos últimos días hemos visto a Mr. Beaumont, el líder de los blazer por excelencia, recalcar la idea del rugby como “deporte global”, una premisa que lleva repitiendo no sabemos si creyéndoselodesde que alguien debió señalarle que pavimentar el camino pasaba por eliminar de palabra, que no de facto (y todavía menos de iure), la diferencia de clases. Aunque, ojo, una mentira repetida mil veces no tiene por qué necesariamente convertirse en una verdad.

Porque desde 1886, la verdad, no ha habido tiempo para hacer muchos cambios. Una Liga Mundial sin ascensos ni promociones hasta 2030 o el apuntalamiento de las competiciones privadas y su blanqueo como parte del sistema público de gestión del rugby universal (sic) serían ejemplos de ello. A propósito, esta semana, uno de estos últimos agentes se vanagloriaba en una publicación eliminada en redes de que siempre son los mismos los que juegan entre ellos. Debe ser eso que llaman endogamia. ¡Cómo si hiciera falta recalcarlo!

Y es que, en el fondo, te tienes que reír porque, si nos quitan el único arma que tenemos, ¿qué nos queda? Lo victoriano del rugby no está de moda, simplemente porque no puede estar de moda algo que tiene visos de que nunca vaya a caducar ni tampoco se quiere recordar cómo se ha concebido. Casi un siglo y medio después, ahí seguimos, con estructuras imperialistas y sustratos mortales para el desarrollo y la competitividad de nuestro deporte a escala mundial. Por cierto, ¿lo averiguan? Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

 

Texto / Álvaro de Benito // Fotografía / Desconocido, 1890 (1), Twitter (2 y 3).

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