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La importancia comparativa y absoluta del España-Argentina


Este sábado se verán las caras en el Metropolitano madrileño España y Argentina. Será la quinta vez que se enfrenten estas selecciones, o, por lo menos, en su valor absoluto. El partido de esta semana tiene una serie de puntos de análisis que dibujan una realidad absoluta y cuya historia también es la crónica de la comparación entre modelos, épocas y, sobre todo, del desarrollo de dos equipos que, partiendo de un punto común, han experimentado evoluciones y suertes bien distintas. Estos son los momentos y significados de esa historia de los España-Argentina (y viceversa), y el momento presente, su lectura y las conclusiones que de ello se puede sacar.

La era amateur

Los cuatro encuentros anteriores se enmarcan en una época del rugby bien distinta. Hasta 1995, cuando el profesionalismo irrumpió de iure en el rugby (de facto fue antes, y de eso saben bien los franceses), los equipos podían cruzarse en un golpe de suerte sin atender mucho a su categoría. O más bien, categorización. En 1982, en noviembre, Argentina visitó Madrid por primera vez. Aquella selección comandada por Hugo Porta acabó ganando el enfrentamiento ante los 7.500 espectadores que se dieron cita en Vallehermoso por 19-28. Si bien el resultado fue una victoria clara, desde luego no fue algo escandaloso. En 1987, en Mar del Plata, Los Pumas incrementaron su distancia margen con un 40-12 final. Posteriormente, llegaría, diez años más tarde, aquel otoño de 1992 con un doble enfrentamiento, con sendos partidos a uno y otro lado del Atlántico. En Buenos Aires, primero, el resultado fue de 38-10, mientras que la “vuelta” en Madrid acabó con un prometedor 34-43.

Más allá de los datos objetivos que son los números, existen algunas aristas de interés en aquellos cuatro partidos. El primero de los partidos se enmarca en un momento pre-Mundial, una época en la que la competición para aquellos fuera del Cinco Naciones estaba casi restringida a las giras. La competitividad de las selecciones como la argentina, variaban en función de lo bueno que fueran las giras. Para España, por contrario, su nivel se medía en los torneos FIRA, con las sempiternas Italia, Francia A (por supuesto) y Rumanía repartiéndose, normalmente, el torneo. Sin embargo, el enfrentamiento entre selecciones de distintos continentes era un buen termómetro, y en el caso de Argentina y España, no marcaba una diferencia abismal. Pero, lo más importante, era la proyección de un “calendario” internacional que, aún amateur, podía dar la oportunidad de un crecimiento más o menos parejo.

La situación entre ambos combinados podría haberse visto modificada en el segundo partido. Para noviembre de 1987, Argentina ya hacía cinco meses que había disputado el primer Mundial de la historia. Esa ocasión dio un impulso, por invitación, a incrementar un poco más la exposición internacional programada, y, sobre todo, a enfrentarse por un objetivo ulterior a las mejores selecciones del planeta. Si bien aquella primera edición pecaba de ese amateurismo, la IRB ya había puesto sobre la mesa un camino a seguir. 1987 podría haber sido la gran piedra angular, pero todavía faltaban unos años para provocar la segregación absoluta.

En 1992, con esa doble visita, Argentina ya llevaba en su cuenta un segundo Mundial disputado. España podría haber accedido a aquella edición de 1991 si no hubiera perdidos sus partidos frente a Rumanía e Italia en un cuadrangular disputado en tierras trasalpinas. Mejor lo tuvo Argentina, que disputó un triangular americano que otorgaba ¡tres plazas directas! Independientemente de las falacias y absurdos planteamientos de la IRB, el punto determinante fue la posibilidad de seguir disputando esos encuentros que se permitían de manera natural. A pesar de la derrota inicial en Buenos Aires, el segundo partido de aquel año dejó a una España a un muy buen nivel, compitiendo con la que se presumía ya por entonces que podía ser el faro que España debería seguir, mucho antes de que lo fuera Italia.

El profesionalismo

La época pre-profesional tenía ese romanticismo, pero, sobre todo, allanaba un desarrollo más o menos parejo, a pesar de que los Mundiales siempre estuvieron bien controlados. Cuatro partidos en una década no es algo para tirar cohetes en un historial de dos selecciones que, sin estar hermanadas, podían aspirar a un desarrollo similar. En 1995, con el Mundial de Sudáfrica y su empuje pululando, la implantación oficial del profesionalismo imprimió la gran segunda diferencia. Baste observar en los 90 a la siempre altiva Francia con sus nomenclaturas en los torneos FIRA o a la despectiva Escocia para entender que los equipos elegidos ya habían despegado hacia otros lugares.

La diferencia comenzó a abrirse, trazando un abismo entre las planificaciones y proyecciones alentadas desde los estamentos oficiales. La entrada en el siglo XXI vio a Italia como la gran beneficiada de las políticas económicas de la nueva era, pero también creció la necesidad en Argentina de pertenecer a algún sitio. La participación en los Mundiales y una progresión bastante más digna en resultados que la de Italia, hizo de Argentina esa selección cuyo papel ostenta ahora Georgia: solo la progresión de Los Pumas podía tener en una competición de máximo nivel su certificación mundial.

Para entonces, España luchaba con otros obstáculos, aquellos que han hecho imposible un desarrollo similar al que, mirando a 1987 e incluso 1992, podía haber sido. Los reflejos en Argentina e Italia pasaron a ser quimeras en las mentes para bajar, con golpes de realidad con nomenclaturas como Emerging o XV, a Los Leones a una realidad bien distinta. El golpe del profesionalismo a España no fue culpa solo de un sistema de proteccionismo y apartheid exacerbado. De hecho, ni Italia ni Argentina pecaban, en principio, de esos tintes victorianos que tenían el resto. 

 

En 2012, Argentina había logrado un objetivo que Italia llevaba disfrutando como privilegio muchos más años. La inclusión de Los Pumas en el Cuatro Naciones, actual Rugby Championship, marcó el culmen de la política rugbística argentina. La por entonces SANZAR, más abierta a cambios que su homóloga septentrional del Seis Naciones, incluyó a Argentina en un torneo vital para el desarrollo de Los Pumas. Con el primer equipo en asuntos serios, Argentina podía desarrollar otras selecciones, de esas que capturan, pero no cuentan para el ránking, desligando su opción senior de cualquier compromiso que contaminase, más allá de los mundiales, su estatus de importancia. La albiceleste había entrado en el selecto club, y su futuro estaría ya ligado a los Tier 1, no solo de iure, sino también de facto.

Recordemos que, por entonces, España comenzó a deambular por torneos hechos a medida por World Rugby para contentar a los sans culottes que querían derribar el sistema de castas, competiciones con un doble objetivo: decir que sí existían competiciones y, de paso, certificar que el nivel no era el correcto y no era momento de llamar a ninguna rebelión. Aquella fue la época en la que España volvió a enfrentarse a un combinado absoluto argentino. Eso sí, todos con apellidos. En 2014, frente a Argentina Jaguares (o en su nomenclatura oficial, Argentina A), en aquella suerte de Nations Cup denominada Copa de Tiflis, y tres veces entre 2015 y 2017, frente a Argentina XV, en la Nations Cup, la del nombre correcto. La diferencia ya estaba marcada y era casi insalvable. Todos aquellos encuentros se saldaron con victoria albiceleste (7-41, 6-15, 8-44 y 5-37).

El valor absoluto del partido del sábado

Si bien las realidades en las que se encuentran las dos selecciones son muy distintas por su recorrido, el España-Argentina del sábado tiene una importancia absoluta y, diría, que vital. Las previsiones no son buenas para Los Leones, un equipo que ha sufrido la incapacidad estructural interna del rugby español y que ha visto, además, cómo se ha ninguneado desde el sistema sus intentos de salir adelante. Esa importancia absoluta viene expresada, primero, por el esfuerzo titánico de romper con más de dos décadas sin visitas de Tier 1; y, segundo, por la proyección tanto de una iniciativa privada que debe consolidar las opciones que desde otros puntos se niega como por la imagen del partido.

Si algunos achacamos prematuramente que no es el mejor momento deportivo, el encuentro del Metropolitano nos lleva a un punto de partida. Muchas veces pienso, “visto lo visto, ¿cuándo será un buen momento deportivo para España?”. No existe a día de hoy esa facilidad, y es ahí donde radica la importancia del sábado. Deben existir dos lugares de crecimiento: el cotidiano y el extraordinario. El cotidiano, el de base, el de las competiciones vigentes debe tener ese recorrido de desarrollo que no tiene que ser, necesariamente, el mismo que puede ofrecer un partido excepcional.

No podemos chupar y soplar al mismo tiempo y pretender que solo cuando España esté lista para competir contra un tier 1 debe hacerlo. Y no es así porque la historia ha demostrado que solo con tener la ocasión de enfrentarse con los mejores se puede salir adelante. El partido contra Argentina es esa ocasión. En 2001, la Australia campeona del Mundo de 1999 arrasó a España 10-92. Quizá hubiera sido preferible, como complemento a la competición habitual, tener la opción cada año de crecer encajando derrotas dolorosas en el marcador, pero con un rédito de crecimiento. Ahí están los Japón y los Italia para demostrar que ninguno ganará el Mundial, pero que se puede estar ahí arriba. Y el partido contra Argentina del sábado es el primer paso, y esperemos, por nuestro bien, que no sea el último.

 

Texto: Álvaro de Benito / Fotografías: Archivo, World Rugby

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