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Conjunción astral en el Central


Algún día podré contar a quien quiera escucharme que Daniel Hourcade, Rory Best y Jaco Peyper coincidieron en el Central el mismo día, a la misma hora y con el mismo contexto como nexo. La cita de ayer contra Fiyi nos dejó numerosas sensaciones, pero también un popurrí de estrellas que se juntaron en un efecto más propio de la cosmología y lo astral que de una lógica aplastante. 

No se veía tanto nombre de primer orden mundial como este sábado desde aquella lejana visita de los Gregan, Eales y compañía a principios de siglo. Y es que alguien no me creerá cuando le cuente que, el mismo día que Venus, Saturno y Júpiter brillaban y eran visibles a simple vista sobre el cielo de Madrid, en el Central se apareció Hourcade sobre un andamio de obra, Rory Best dio de beber al sediento y Jaco Peyper arbitró a su imagen y semejanza.

El árbitro sudafricano debía mirar con cierta curiosidad lo que ocurría a su alrededor, un lugar que le limitaba su vista con unos frondosos plátanos de paseo y un peralte de césped. Él, que había arbitrado en las mayores catedrales del rugby mundial, era juez de una contienda en un campo de hierba rapada con una cortacésped de jardín. Él, que había estado en varias fases finales de un Mundial, ahora estaba currando en el vergel que es el Central, nuestro Central. Él, que no suele ver la luz tapado por las gradas, ahora estaba cegado por ese sol de frío otoñal que entra directo por el lado de la piscina universitaria.

Quizá Jaco Peyper debió pensar que ya suficiente castigo había sido privarle de las semifinales de Japón 2019 después de la coñita del codo inmortalizada por un segudidor galés, pero yo estoy convencido de que él sabe que lo de ayer fue especial, porque quizá se dio cuenta de que existe otro rugby más allá del coto premium de los barones del Tier 1.

Mientras Jaco seguro que pensaba ensimismado esto, Rory Best saltaba de vez en cuando al terreno de juego. Despojado ya de su sempiterna zamarra verde de la Irlanda que tanto le debe, para la ocasión optó por un peto azul celeste, con serigrafía de H20. El increíble primera línea del trébol, llamado por Gareth Baber para echar una mano con la circunstancial Fiyi septentrional, ayer ejerció de aguador, curró recorriendo casi tantas líneas como el jardinero del Central de ese campo que también le sería extraño y portando el líquido elemento para, después, retornar a su desconchado trocito de hormigón.

Rory, el gran capitán irlandés, aprendiendo de cara a su futuro como entrenador, tomaba nota mental de todo, y entre bidón y bidón, sumaba una nueva experiencia. Si Rassie Erasmus ahora también curra de aguador, eso es un síntoma de que la profesión tiene recorrido. 

Y mientras, subido en un andamio de obra, Daniel Hourcade, el hombre que llevó a las semifinales de un Mundial a su Argentina, oteaba el terreno. Tras su pasado como entrenador, en lo que ahora es una especie de auditor de World Rugby, el argentino pasaba lista mental de las tácticas, las estrategias y la puesta en escena de los Leones para ver dónde carajo está el error. El albañil debe construir. Se bajaba del andamio, subía y charlaba con un Santos que, pelando una mandarina, mostraba cierta conformidad con lo que veía.

Y es que solo el Central, insisto, nuestro Central, es el único escenario del mundo donde eso podría ocurrir. Lo crean o no, el vetusto e intocable campo epicentro de nuestro rugby observó, como yo, como todos los que estuvimos allí, a Hourcade en un andamio viendo a Rory Best portando botellas como aguador que fue y todo ante la atenta, pero cegada por la luz dorada, mirada de Jaco Peyper.

 

 Texto  Álvaro de Benito  Fotografía  Domingo Torres

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