Así / Diego Zarzosa: Así jugué contra y con Barbarians
Por Diego Zarzosa
El motor que mueve nuestra vida son los sueños. Soñar con lo que se quiere conseguir, y seguir soñando hasta convertir el querer en necesitar. Recuerdo soñar, con 15 años, en la grada de Pepe Rojo mientras veía los partidos del equipo que ganaría la primera liga para el club. Entonces soñaba con jugar con ellos, pisar esa hierba siendo nosotros. Así ha sido mi carrera en el rugby, de sueño en sueño, consiguiendo objetivos… y también pesadillas, dándote cuenta de que la relación entre sueño y pesadilla a veces es tan estrecha como la que hay entre estar en buena forma física y lesionarte o entre la victoria y la derrota.
El motor que mueve nuestra vida son los sueños. Soñar con lo que se quiere conseguir, y seguir soñando hasta convertir el querer en necesitar. Recuerdo soñar, con 15 años, en la grada de Pepe Rojo mientras veía los partidos del equipo que ganaría la primera liga para el club. Entonces soñaba con jugar con ellos, pisar esa hierba siendo nosotros. Así ha sido mi carrera en el rugby, de sueño en sueño, consiguiendo objetivos… y también pesadillas, dándote cuenta de que la relación entre sueño y pesadilla a veces es tan estrecha como la que hay entre estar en buena forma física y lesionarte o entre la victoria y la derrota.
Y en 2007,
en un momento mientras seguía soñando y soñando, fue el sueño el que me
encontró a mí. Digo esto porque soñé muchas cosas, pero por aquel entonces no
viajaba tan lejos. Como en otras ocasiones, me llegó la convocatoria para ir
con la selección, pero esta vez contra un rival con pleno de jugadores y staff
profesionales, una mezcla de los mejores jugadores que estaban jugando en aquel
momento por las islas británicas. Una ocasión inmejorable para medirse contra
jugadores que vivían del rugby. En aquel momento, quería intentar probarme en
una liga profesional, así que esa era una ocasión perfecta para tocar aquella
puerta.
Toda la
semana estuvimos muy concentrados. Veníamos de ganar a Georgia y a la República
Checa. En los prolegómenos del partido no podían evitar mirar por el rabillo
del ojo a los Barbarians, mientras calentaba, y observar a los jugadores contra
los que nos íbamos a enfrentar. Guy Easterby -que ahora dirige las operaciones
del exitosísimo Leinster-, Nicky Robinson, el gigantesco ala Lee Robinson, el
mítico Hugh Vyvyan y un viejo conocido
mío, James Hayter, el talonador de los Harlequins, contra el que ya me había enfrentado en 2003 en la Copa de Europa
de Clubes y contra el que iba a tener
ocasión de volver a jugar más tarde. Y todo envuelto en el aura de Zinzan
Brooke capitán de los legendarios All Blacks y, en esa gira, entrenador de
otros legendarios, The Babaas. Esto solo justificaba casi cualquier cosa.
Ese 23 de
mayo fue un día soleado y caluroso. No formé de inicio, así que esperé hasta el
comienzo de la segunda parte para que el seleccionador Ged Glynn decidiera
darme entrada. La primera parte fue movidísima, y llegamos a ponernos tres
veces por delante en el marcador y se abrían todos los balones de un bando y
del otro. Fue uno de los partidos de alto nivel más divertido y vistoso de los
que he participado.
En la
segunda parte, a causa del calor, se empezaron a cometer fallos por parte de
ambos equipos, por lo que había más sitio para las melés. Aprovechando que yo
salí fresco, decidí explayarme en esa faceta. Además, cuando sales desde el
banquillo, siempre hay un componente extra de motivación para intentar que no
te vuelvan a dejar en ese lado del campo al partido siguiente. Luego, en el
tercer tiempo, se hizo el primer contacto para que meses más tarde acabara
fichando por Harlequins y lograr el sueño de llegar a la Premiership y haber
jugado así en contra de Harlequins, en 2003 y también a favor.
Finalmente,
no pudimos derrotar a los Barbarians, pero sí demostramos algo: que el jugador
español de rugby es especial, sobre todo en talento, habilidad y desparpajo,
creativo en definitiva, y que podíamos jugar de tú a tú a cualquier equipo si
tuviéramos una competición que nos permitiera mantener ese nivel de intensidad
de juego más minutos. Recuerdo las rupturas de César Sempere ese día, la
dirección de Feijoo y Roqué, la defensa de Mota, a Mata reinando en los
laterales o Iván Garachana recuperando balones contra los enormes Miall,
Vyvyan, Ollie Hodge o Louw. Acabamos el partido con la sensación de haberlo
dado todo, satisfechos, pero pensando en que necesitábamos más enfrentamientos
de ese nivel.
Al acabar,
veías que ellos lo vivían como un premio, disfrutaban sin la presión típica de
las competiciones, y que, probablemente, esa es la esencia del deporte:
disfrutar de esa manera. Yo pensaba lo afortunados que debían ser de tener esa
oportunidad, pero sin ir mucho más allá, ante la imposibilidad de que llegaran
a convocar a uno de los nuestros. Y así enfilé la ducha y el tercer tiempo.
Allí tuvimos tiempo para poder hablar, entre otros, con Zinzan Brooke, y
comentar anécdotas como el impresionante drop que metió jugando para los All
Blacks o si recordaba el partido que jugó con los maoríes contra España. Y sí,
en concreto habló del gran capitán: Albert Malo. En lo mejor de la charla
tuvieron que salir para el aeropuerto y continuar viaje.
Durante el
siguiente mes siguieron las conversaciones con Harlequins hasta llegar a una
conversación final con el mítico número 8 de la Rosa y, en aquella época,
director deportivo de uno de los clubes con más solera de Inglaterra y el
equipo estandarte de la city de Londres. Dean Richards estaba al otro lado del
teléfono y quería saber si yo hablaba inglés, tanto como para mandar los
códigos de touch, que en aquel momento eran más de 90 variables posibles que
tenías que manejar en décimas de segundo. Así se las gastaba el entrenador de
delanteros John Kingston, pero esa es otra historia, aunque tiene cierto
parecido con ésta que les cuento, pues también logré jugar con y contra
Harlequins.
Pasé la
prueba de idioma y logré el sueño de llegar a la Premiership, y hacerlo realidad firmando contrato con ellos esa
temporada. Mientras estaba en Londres recibí una llamada del ex talonador de
Inglaterra Graham Dawe, quien entrenaba a Plymouth Albion -aspirante durante
aquellos años junto a Exeter al ascenso a la Premiership-. Me preguntó por mi situación y dijo que
vendría a verme a un entrenamiento. Tras
unas fechas en la capital del Reino Unido, un día revisando mis emails, abrí la
carpeta de ‘No deseado’ y, según iba a vaciarla, vi de refilón que uno de los
emails traía el dominio “.thebarbarians.co.uk”. Tras varios segundos pensando
si sería un virus, me decidí a abrirlo. ¡Menos mal! Porque ahí estaba mi nombre
y una invitación de Mr. Alan Evans en nombre del presidente y el comité de
Barbarians, y del entrenador electo para el partido que tendría lugar el 14 de
noviembre de 2007 contra la selección Combined Services de la Royal Army, en
conmemoración del Remembrance Day. El entrenador que había decidido convocarme
para un partido de tanta larga tradición, era Graham Dawe. Ahí entendí el
motivo real de la llamada telefónica meses atrás. Tengo que reconocer que, a
partir de ese instante, como decía Robert Bolt, la creencia de que iba a jugar
con los Barbarians fue pasando de ser una idea que mi mente poseía a una idea
que poseyó a mi mente.
El correo en el que se me convocaba con Barbarians. ¡Y pensar que creía que era un virus! |
Hay cosas
que me han enamorado siempre del rugby y de Inglaterra, como la conservación de
lo tradicional. Pasear por Oxford o Cambridge, imaginarte la leyenda de Webb
Ellis en Rugby, o las primeras reuniones de los Barbarians en algún pub
atestado de pintas de cerveza tibia. Por la importancia de las tradiciones, ser
convocado en un partido de tan larga historia fue un honor y una
responsabilidad.
Los
Barbarians, aunque es un club, no tienen casa; nunca juegan de local y en este
caso no fue diferente. La relación de Plymouth y sus habitantes con la Armada
Británica viene desde tiempos de Drake a Nelson, y en esas fechas tan señaladas
para el sentimiento de patria británica, nos hicieron sentir ‘visitantes’ aún
más desde nuestra llegada. Pisaba las calles de Plymouth sin ser consciente de
que en esos últimos seis meses se cerraba un círculo en el que había pasado de
jugar contra Barbarians, en Elche, pensando lo afortunados que ellos eran a
vestir su camiseta, a ser uno de ellos y ahora yo debía honrar esa fortuna y no
desaprovechar aquel momento.
Dejé mi
equipaje en la habitación del hotel, todos estábamos en habitaciones
individuales. El trato por parte del comité en todo momento era exquisito.
Tuvimos un rato para descansar y mirar los horarios de la concentración. Lo
siguiente era una reunión para conocernos y saludarnos. En aquella reunión, ya
todos juntos, te explican porque estás ahí, te dan la camiseta recordándote que
no cualquier jugador de rugby puede ser barbarian, pues es un honor que debes
llevar, comportándote correctamente tanto dentro como fuera del campo. Te recuerdan
también que desde ese día eres un embajador del rugby y de sus valores y te
dicen que “rugby football es un juego para damas o caballeros de todas las clases,
pero no es para los malos deportistas de ninguna clase”. Eso es ser un
Barbarian. En la entrega de camisetas vi que iba como titular y que saldría de
inicio con la camiseta número dos. Otro honor, misma responsabilidad.
Pasamos a la
cena. Pero no era una cena como en las concentraciones de tu equipo o con la
selección nacional: había más libertad y hasta cerveza. Era lunes noche y,
aunque jugábamos el miércoles, yo no probé el alcohol. No quería desinhibirme de mi objetivo ni de
mi obsesión de jugar para barbarians ni por un minuto. Al día siguiente el
martes hicimos dos entrenamientos equivalentes a un captain run, bastante suave
y dando nombre a movimientos y jugadas. Recuerdo quedarme a ver el
entrenamiento de pateo de Gonzalo Quesada, toda una masterclass. Gonzalo se
mostró muy cercano conmigo durante toda la concentración.
Con Gonzalo Quesada hice una gran amistad esos días. |
Yo venía en
un momento de forma muy bueno, probablemente el mejor de toda mi carrera,
viniendo de los Quins, así que no me sorprendió salir de titular, aunque
pensaba que mi condición de español podría pesar en la decisión de no haberme
sacado, pero Graham no miró mi pasaporte y me dio la confianza de la
titularidad. Si cabe, eso me hizo que fuera un honor más grande aún y una
responsabilidad mayor. Recuerdo irme a mi habitación esa noche y quedarme
dormido agarrado a la camiseta el número dos de los bárbaros.
Al día siguiente,
en la charla previa al salir al campo, nos dijeron que debíamos honrar esa
camiseta que tanta historia tenía, que tantos partidos y tanta gente mítica la
había vestido antes. Al salir al campo, como comentaba antes, el ambiente era
algo hostil y ni siquiera que el entrenador de Plymouth fuera nuestro
seleccionador ayudó a que nos animaran a nosotros la gente que se desplazó al
estadio.
Empezamos el
partido y en frente teníamos un equipo muy físico. Eran la gran mayoría de
Exeter, que todavía estaba en la segunda división, pero ya estaba armando un
equipo muy fuerte para el ascenso a la Premier con muchos jugadores de
Fiyi, Tonga, Samoa… realmente tenían un
equipazo. Allá por el minuto 20 tenemos una touch que decido lanzar atrás al
último saltador, Ollie Hodge, quien había jugado contra mí en Elche y la
ganamos bien. Hicimos un maul, que era una de las jugadas que habíamos decidido
que era uno de nuestros fuertes, y así fue empezamos a empujar mientras ellos
intentaban derrumbarlo por todos los medios. Entonces intuyo que estamos muy
cerca de la línea de marca y me lanzo a ensayar… pero resultó ser la línea de
cinco metros: por tanto, el árbitro me pitó la infracción.
En la siguiente oportunidad ya no había margen de error. |
No me podía
creer que en mi debut con Barbarians saliendo de titular en el minuto 20 se me
presenta la suerte de cara y por un par de metros no logro ensayar cuando lo
tenía todo a favor. Durante los siguientes diez minutos, mi cabeza solo me
decía: “no es posible que hayas venido a jugar con Barbarians, tenías un ensayo
y no lo marcas”. Al final logré pasar ese bache y, como a los 20 minutos, se me
presentó una situación similar: touch fuera de 22 contraria y decido lanzarla
al último saltador también. La ganamos a dos manos bajamos el maul y esta vez
lo conduzco, pero con la certeza de que nos íbamos a meter hasta la cocina: no
había sitio para el error, pensaba que no me podía volver a pasar lo mismo de
la vez anterior. Y así fue: los otros siete delanteros cerraron cada intento de
ser derrumbados, hasta que logramos casi entrar y ahí logré lanzarme para
marcar al ensayo. Sentí una alegría enorme por el trabajo que habíamos
realizado los ocho delanteros juntos como un bloque.
Al finalizar
el partido recuerdo que vino Alan Evans, me dio la mano y me dijo que había
honrado la camiseta, que podía considerarme un barbarian. El tercer tiempo estuvo lleno de autoridades
de la ciudad, y recuerdo pasarlo todo el rato con Gonzalo Quesada, con quien
hice una gran amistad ese día. Entonces sí hubo cerveza y pude comentar con
jugadores como Hodge sobre el partido de Elche, que él también lo jugó, y me
comentó lo sorprendidos que se marcharon de España por nuestro juego desplegado
y alegre y que no se lo esperaban en absoluto.
Acabó el partido: había honrado la camiseta y ya era un Barbarian en toda regla. |
Tras varias pintas y llamadas a España para hablar con
los amigos y la familia, me marché a la cama con una gran felicidad, aunque
corta, ya que tenía que madrugar el jueves para salir de camino a Irlanda, a
Galway, donde el viernes tenía partido de Challenge Cup contra Connacht.
Mientras viajaba, me di cuenta de que había aprendido una lección para toda mi
vida: nunca dejes de perseguir tus sueños y alguna vez deja que te alcancen
ellos.
Fotos: Archivo personal de Diego Zarzosa (1, 2), Barbarians RFC (2, 4, 5)
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