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El adiós de Santos: del abucheo del Metropolitano a la "bendición para el rugby español"


Hoy se cumple un año de la (segunda) descalificación de España de un Mundial y hoy empieza oficialmente la era post-Santos. Demasiada poética en esta cabalística montaña rusa que ha sido este periodo, doce meses que, desde ayer, tienen un punto de inicio y final. Esos puntos extremos, A, la salida fulminante (y administrativa) del Mundial, y B, la salida de Santos como seleccionador, parecen haberse conchabado para imprimir esbozos de conjura y épica en la historia del último año del alcalaíno al frente del XV del León.

Desde el fatídico 28 de abril de 2022, muchas voces críticas surgieron contra Santos. Parte del público, soberano, vio en su gestión un borrón enorme, de nuevo, y las acusaciones de que su misión también consistía en velar por la parte administrativa y las elegibilidades (y más con estos precedentes y a las alturas en las que parece fingir que nos movemos) acabaron por incendiar el mundo.

Santos se convirtió de la noche a la mañana en un símbolo. Ya lo era, entiéndanme, pero su silueta y su sombra se hicieron tan larga como las dudas que arrojaba y entró a reflejar una época. Parco en palabras, casi siempre huidizo, el entorno generado por la descalificación del Mundial, una desgracia mínima si se compara con el fallecimiento de Kawa, pero en cierta forma complementaria en el estado de ánimo, hizo que el técnico de Alcalá se retrajese más.

En su primera prueba de fuego después de todo ese periodo post descalificación, el partido frente a los Classic All Blacks, Santos tuvo que escuchar como una parte sonora del público pitaba su nombre. Esa posibilidad existía, porque el seleccionador había estado en boca de muchos, algunos de nosotros deseosos de algún gesto que, por lo menos, pudiéramos interpretar más allá de un silencio. No obstante, el técnico había estado apareciendo en contadas pero significativas ocasiones, como aquella rueda de prensa de los jugadores, pero ninguna frente a un público todavía escaldado ante la falta de profesionalidad que nos había llevado a la segunda exclusión.

Esa fecha, quizá demasiado reciente, no estaba lejos de la publicación de folios y folios de recursos, de hábiles conversaciones, cruces de acusaciones y demás elementos nada agradables, pero necesarios para dar forma a las múltiples realidades del caso Van den Berg. Santos había decidido alinear al sudafricano con una urgencia terrible, máxime si lo comparamos con lo que podía aportar el pilier de Alcobendas, y su mano, la que mecía la cuna de quién iba al XV del León y quién no, se convirtió en una extensión más del despropósito. Al desvelarse las urgencias, se desvelaron también las carencias, y nadie podía pensar que una tensión así podría no ser más que definitiva.

Entre medias, el cambio de directiva. El símbolo más obvio, el de los gestores "responsables, pero no culpables" había caído. Ese verano pasado acabó con los dos técnicos senior masculinos como baluartes del imaginario de la antigua Federación. Pablo Feijoo, al que obviamente su apellido le pesaría tanto como sus discrepancias con la junta entrante, tenía una ventaja sobre Santos: su nombre no estaba relacionado con el escándalo. Seamos claros: el alcalaíno fue el centro de la diana a la que muchos veían como una mera operación estética, mientas que otros lo veían como una intervención a vida o muerte. 

Las siete vidas de Santos parecían no agotarse. La proverbial circunstancia de una inevitable ventana de otoño llegó, y con ello una nueva extensión en el crédito, por un lado, y un nuevo recorte en la paciencia, por otro. Insisto: más allá del mérito deportivo, subrayo en este escrito el simbolismo de Santos, un simbolismo acrecentado con el tiempo y representando una desidia o un temor inexplicable a la toma de decisiones. La explicación, la de Gabriel Sáez, el vicepresidente deportivo entrante, pidiendo a Santos seguir en septiembre explica muchas de las cosas, todas ellas. No hubiera sido tan difícil salir y decir: "esta es nuestra decisión".

Más que extraña, impopular, la decisión de extender el mandato de Santos tuvo dos protagonistas: el propio técnico, al que se le achacaba no mover un dedo para solventar esa crisis de imagen y de no dar un paso adelante para cerrar una etapa, y la directiva de la FER, que parecía estar atrapada en sus propias redes. "El mundo es un objeto simbólico", clamaba el historiador romano Salustio. Y es que la realidad lleva siendo así siglos.  

¿Cómo podría seguir explicándose la continuidad de Santos entre tanta marejada? Ahora lo sabemos, pero a costa del desgaste de la paciencia de muchos. Quizá Santos quería irse, pero la directiva quería que se quedase. Quizá Santos quería que le echasen, pero la directiva quería que se quedase. ¡Qué mas da! Obviamente, ese juego de tirasoga acaba desgastando, pero lo peor, acaba liquidando un tiempo precioso de una transición ahogada entre los temores y complejos de quienes sabiendo que solo había una resolución, la retrasaron hasta hacerse insostenible.

Enero de este año. En la entrevista que hizo Santi Saiz, de El Mundo, a Hansen, presidente de la FER, se ocultaba un gran titular: "El seleccionador Santos no va a seguir, es un relevo pactado". El pacto, con tintes de ser una resolución sine die, se convirtió en un nuevo objeto luminoso. La oficialidad de que Santos estaba fuera llegaba, pero con Santos dentro, como si el discurso se hubiera convertido en una mise en abyme narrativa que comenzaría a trazarse desde entonces como una novela con diversos finales, todos especulativos en fechas, espacios y motivos. Santos afrontó el Campeonato de Rugby Europe a duras penas, planteando muchas dudas que quizá ya supiese no iba a poder revertir. Total, ya habían confirmado que no seguía, aunque seguía. Había sido cuestión de decisión. Había sido cuestión de perras. Tampoco era nada nuevo bajo el sol de la especulación. 

El epílogo del último año de Santos en la selección tiene una fecha también simbólica. En la rueda de prensa de ayer en Ferraz, Gabriel Sáez sentenciaba: "Santos ha sido y es una bendición para el rugby español". Con los datos en la mano, al ya ex seleccionador no le hace falta demostrar su validez en la parte deportiva. Diez años, una clasificación mundialista (y otra casi clasificación) y la posibilidad de poner al XV del León a competir a un buen nivel son más que tres evidencias, pero el desgaste autoinfligido y la indecisión de las partes han hecho que la semiótica que despedía su imagen desde aquel fatídico día, hoy hace un año, acabe de manera algo tenebrosa.

David Soto preguntaba: "¿se hará algún homenaje a Santos?". Sáez respondía que eso es algo que tendrían que hablar con él. Ha habido en este año tantos homenajes que se nos había olvidado cerrar un capítulo brillante en lo deportivo pero apocalíptico en la gestión, tan esencial en la historia de nuestro rugby (una década) como nefasto en la imagen proyectada. Y cerrar también el simbolismo, ese mismo que reina en una sociedad condenada al consumo de lo visual, del gesto, del meme, y del que el último año de Santos tuvo ayer su final en una sala de Ferraz.


Texto / Álvaro de Benito // Fotografía / Soraya Sanz



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