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A vueltas con las franquicias


Asaltados por la más que evidente eficacia de varios equipos de los denominados "franquicias" alrededor del mundo como caladero para sus respectivas selecciones nacionales, se hace necesario hacer un alto y parar, por enésima vez, a cavilar sobre un asunto del que, cada vez más, se verán resultados. Y se hace necesaria esa reflexión en nuestro país, la enésima, tras asistir a varios acontecimientos el el mundo oval, desde la evidencia del crecimiento de las selecciones como Países Bajos o Chile, al fracaso de Diables de Barcelona o al rédito de Castilla y León Iberians.

Para empezar, habría que definir qué es una franquicia en el mundo del rugby. Ahora se ha venido a llamar franquicia a cualquier equipo que se forme al margen de la estructura tradicional de clubes. Sin embargo, no todas ellas tienen las mismas características. La definición de franquicia deportiva aglutina los conceptos de marca, de explotación comercial y de vinculación a una superestructura institucional o mercantil. En el mundo oval, se acerca mucho a esa definición cuando uno mira al Super Rugby, pero siempre subyace un concepto importante: la vinculación, además de con una superestructura, la tiene con una institución regional o nacional.

En pocas palabras, no es lo mismo Iberians que Diables, ni mucho menos Iberians y Diables que Olympus. Por no hablar de que ni Iberians, ni Diables ni Olympus tienen nada o algo que ver con Gatos, Korsarioak, Almogàvers, Mariners, Vacceos Cavaliers o, fíjense, Sevilla FC Andalucía Rugby. Todo este elenco ha sido asociado, de manera más o menos fortuita, al concepto de franquicias, pero su extensión debe ser vista más como el fracaso de cualquier modelo más allá del de club en nuestro país.

 

De y para la España mundialista

La cuestión, pues, viene de lejos, y casi siempre subyace el mismo sustrato. Uno de los primeros experimentos, sino el primero, fue aquel España XV que se batió por los campos europeos en la segunda competición continental de clubes, allá a finales de los 90. A aquella selección, que lo era en su esencia, se le concedió la posibilidad de preparar el Mundial de 1999 con su participación en la entonces Challenge Cup. Se entiende que aquello era una manera para la vetusta IRB de asegurarse que las peritas en dulce de aquel torneo, primero profesional en el rugby unión, se fogueasen algo más.

Imitando ese modelo, el experimento de Olympus no llegó tampoco muy lejos. Aquel equipo formado en su práctica integridad por jugadores nacionales de la División de Honor, entre los que estaban muchos del XV del León de aquella temporada 2009-10, sirvió para demostrar que la vuelta de un combinado de tintes nacionales en una competición de clubes europea (de nuevo) daría mayor y mejor continuidad. ¿Obvio, no? O no tanto, pues la incipiente modernidad que podría traer este modelo no tenía que ser necesariamente positiva, sobre todo por la incapacidad financiera de afrontar la temporada 2013-14, tras tres años de ausencia y que, tras confirmarse su participación, la plaza acabó siendo cedida a Lusitanos XV.

 

Olympus XV frente a Worcester en El Central, octubre de 2009

Cuando en 2010 Michael Robinson puso sobre el césped la primera y última competición profesional de rugby en España, la Super Ibérica de Rugby, lo hizo bajo el modelo de "franquicias". Seis nombres, los arriba citados, representando a regiones españolas y con clubes como fuentes, aglutinando a jugadores de equipos de dichas áreas. Muchos optaron por nomenclaturas folclóricas, a excepción de la andaluza que, si bien llegó a llamarse Cartujanos de Andalucía, lucía más el Sevilla FC que le patrocinaba. 

Aquella competición, como saben, murió. Murió por el desapego de los clubes al proyecto y murió por el enorme esfuerzo económico que se requería para obtener un mínimo de rédito. Hasta la llegada de Iberians, mucho se había hablado de formar equipos en ligas francesas o incluso irse a Sudamérica a probar suerte. Sin embargo, ante el escaso o nulo interés de la FER de apadrinar, en el sentido estricto de franquicia, a un equipo en la Super Cup de Rugby Europe, fueron los tres equipos castellanos en División de Honor los que, en un formato similar al de aquel Vacceos Cavaliers (qué manía con el inglés por doquier, y más en Valladolid) los que se lanzaron a la aventura.

 

El siglo XXI

Mientras que aquellas protofranquicias España XV y Olympus que siempre he defendido sí que se orientaban a dotar de jugadores y minutos a la selección nacional, el proyecto de Iberians lo es a mayor gloria de los clubes. Si no fuera así, cuesta entender la nómina de jugadores extranjeros y no seleccionables que tiene el equipo. Es entendible, ya que nunca se concibió como lo que ha sido Delta, Lusitanos o Black Lions, una franquicia de desarrollo y caladero para las selecciones nacionales. Y ahí están los resultados, no hace falta indagar mucho más.

Si en Iberians, de nuevo, aparece la sinergia de clubes como idea fuerza, en Diables de Barcelona, otro concepto vinculado a franquicia, aparece secundariamente. La idea de organizar una marca para competir en Sudáfrica, con capital parcialmente sudafricano y con una notable nómina de jugadores sudafricanos, por mucho que se luche por intentar hacer ver la catalanidad del proyecto, tenía por delante el reto de convencer sobre ello. Quien quiera saber cómo se veía Diables hace unos meses, puede consultar la entrevista que hice a Jordi Homs, uno de sus impulsores. Lo que es ahora es una marca abocada a una nueva (y veremos si no es la última) espera hasta reformular su viabilidad.

 

Formación oficial de Diables de Barcelona en Sudáfrica

 

Recaudar 600.000 de fondos de donantes anónimos no es una tarea fácil, y menos si se enfoca desde un pretendido vínculo de catalanidad a una comunidad rugbística mucho más apegada a su club, a la tierra de verdad, que no a un proyecto magnánimo cuyo rédito tiene tintes sudafricanos. La recaudación de 115 euros en un mes no pone de manifiesto el escaso interés del público catalán en un rugby de altas esferas sino, precisamente, lo que hace es poner de relieve el vínculo con el club y con ese tinte tradicional de equipos locales que conforma la red española oval. Solo hay que ver un dato: en un día, Getxo RT ha recaudado más de diez veces de dinero de donantes para subsanar una estafa que Diables de Barcelona en casi un mes.

Con todo esto queda claro que las múltiples versiones que ha habido de franquicias en España carecen de dos cosas muy importantes: qué se pretende y con quién se pretende. No se puede obviar la influencia del sistema de clubes, tradicionalmente a la gresca con las instituciones federativas en los últimos años, así como tampoco se puede negar que, precisamente, no existan objetivos comunes. La única salida si de verdad se quiere tener un rédito deportivo en la selección pasa, como casi todo en este país, por casi obligar. 

Fíjense solo en un dato, para ir cerrando: la Peroni 10 o la Didi 10 son ejemplos de ligas semiprofesionales de clubes potenciadas en los últimos años, con crecimiento, y a la que no parece afectar, en las dimensiones en las que estamos hablando, que existan franquicias italianas y georgianas respectivamente en competiciones internacionales de franquicias. Sunwolves y la League One, Jaguares y los torneos provinciales argentinos... Muchos son los ejemplos de compatibilidad de ligas de clubes tradicionales con un paso adelante en una apuesta clara por el combinado nacional a través de equipos franquiciados en competiciones internacionales (e intranacionales). Solo hace falta que todos cedan algo, porque el rédito será mayor también para todos.


Texto: Álvaro de Benito / Fotografía: Domingo Torres (1), FER (2), Barcelona Diables (3).


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