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Fantasmas y espectros en la semifinal de Lisboa (27-10)

 


A pesar de que el resultado final fuera el esperado, la historia de este Portugal-España no fue la reflejada en el marcador del estadio belenés de Restelo (27-10). Y no lo fue por dos simples parámetros: ni la primera parte de España hacía presagiar tal debacle en la segunda parte, ni los más que mediocres primeros cuarenta minutos de los lusos preveían que la diferencia fuera a ir a tanto.

Santos es viejo zorro, y cuando ya todos empezamos a pedir que el resultado está bien, pero que mejor sería empezar esa tabula rasa que llegará, parece, cuando esté al 80% de descuento en la tienda de muebles, al todavía seleccionador nacional le da por asegurar resultado y juego. El XV del León salió con una alineación de garantías para esta semifinal, volviendo prácticamente a la esencia de esa “vieja España” que nunca acabó de irse. En ese XV inicial algo amarrategui, había mucha más esencia del equipo que nos llevó al Mundial que de esa pretendida “nueva era”, y, obviamente, eso se notó.

Prácticamente dos tercios de los entonces habituales de inicio subieron esa intensidad y devolvieron al XV del León minutos de buen juego, los mejores desde Ottawa, plantando cara a una mundialista que se vio sorprendida en su propia maraña. Bastaron el no-ensayo de Jorba y el de Peters para demostrar que la España de siempre sigue dando resultados, aunque vaya siendo momento de otras cosas. Y es que una final en Badajoz bien hubiera merecido la pena un nuevo retraso en la renovación.

Os Lobos no solo parecían sorprendidos, sino totalmente desinflados. Un equipo mundialista que llega de rebote y que la eliminación de España por el caso Van den Berg le dio el impulso necesario para consolidar su buen juego en los clasificatorios no esperaban tanta resistencia numantina de esas caras conocidas.

La segunda parte pondría las cosas en orden si nos atenemos a que ese orden, el nuevo orden, era el de una Portugal claramente favorita. Con un Peters excelso, al que se le puede atribuir mucho de ese 10 que acabó llevándose España de Lisboa y también con su exclusión por amarilla la chispa de la resurrección portuguesa, las jugadas comenzaban a flaquear. Carmona estuvo bien cuando le dejaron, y Vinuesa jugó más que correcto, y Bay, a pesar de ir demasiado acelerado y sin buscar la mejor solución en más de una ocasión, fueron de los relevistas destacados. Para entonces, Portugal supo que era su momento. Marques, Storti y demás se pusieron manos a la obra para evitar una debacle.

Portugal conseguiría darle la vuelta al partido, y con una carga de maquillaje. Al igual que el resultado de España frente Alemania no fue realista con lo que se vio, tampoco ayer lo fue en Lisboa, y no tanto por mérito portugués sino, precisamente, por demérito luso. Tanto que se notaba la tensión que acabó con gestos chulescos de varios jugadores portugueses tras el ensayo que cerraba el partido, demostrando que el equipo luso ayer pasó por la segunda parte con toda la intensidad que les produjo el espanto de verse igualados a una España en constante transición a la nada que quizá depare en Badajoz su enésima vuelta de tuerca.

 

Texto: Álvaro de Benito / Fotografía: Soraya Sanz

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