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Una negligencia mayúscula y vergonzosa


Por si alguien a estas alturas no lo sabe, España ha sido expulsada del Mundial de Rugby. No estará en Francia el año que viene porque, simple y llanamente, quienes tenían que hacer su trabajo no lo hicieron o lo hicieron mal. O, lo que es peor, lo hicieron de manera negligente, anteponiendo sus propios intereses a los del rugby español, primando sus cojonazos al presente y futuro de un deporte que había sido asesinado en 2018 y al que se le permitió resucitar.

Para el que crea que resucitar es un trabajo arduo, imagínense cómo es (volver a) matar a un resucitado. No habrá muchos casos de ilustres resucitados que hayan recibido un golpe en la cabeza con una quijada de burro, pero no es porque escaseen. Las quijadas, digo. La espiral cainita del rugby español es tan endémica como insoportable, tan egoísta como contraproducente; en definitiva, tan infantil en su infinita batalla del tú más y rebota, rebota que es hasta insultante. Y claro, así es muy complicado. 

Ya no hablo de los nombres propios que han ido apareciendo como responsables de la negligencia mayúscula y vergonzosa que ha acabado con España, de nuevo, fuera de un Mundial. Entre todos la mataron, y ella sola se murió. España, la 15º del mundo, la admirada ave fénix del universo oval, vuelve a ser el bufón de la corte, el hazmerreír que lo lleva a gala y con solemnidad, pero aquí, recuerden, lo importante es depurar al contrario, porque uno sabe que lo ha hecho de puta madre. Todo. Niquelado. La culpa es siempre del otro. 

"¡Que le corten la cabeza!" -decía con vehemencia la reina en Alicia en el país de las maravillas, antes de desatar una agria polémica sobre si se puede cortar una cabeza que no tiene cuerpo. No hace falta estar hasta la tranca de tripis para acompañar a la joven Alicia y comprobar que la solicitud de cabezas es algo ancestral y que, efectivamente, es complicado descabezar sin tener cuerpo, pero más complicado, por lo visto, es descabezar cuando no se tiene cabeza.

Ese universo restringido del rugby español en el que clubes y Federación trabajan mano a mano -porque no hay más recursos, porque se necesitan o porque, simplemente, no les queda más remedio- podría haber estallado mucho antes. Los mismos que se clavan los cuchillos cada fin de semana, que se miran desconfiados, que anteponen su privilegio al bien común del resto, luego son también los que están juntos en el tajo. Y en vez de ser profesionales y sentirse unos privilegiados por trabajar para hacer el rugby español grande, están más pendientes del espejo, de ver lo guapo que soy y, de paso, de cuidarse las espaldas. 


 Texto  Álvaro de Benito   Fotografía  Domingo Torres


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