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Una reclamación que sigue evidenciando el escaso peso de la FER en Europa

La reclamación que ha realizado la FER ante Rugby Europe sobre la modificación del calendario del Europeo de 2021, valedero como clasificatorio al Mundial y que deja al XV del León en una situación ciertamente mejorable, encierra varias afecciones que no son nuevas. La primera y más evidente de todas es la que alude al escaso peso institucional de la Federación en Rugby Europe y, por ende, en World Rugby. 

Tras la constitución de la nueva mesa directiva de Rugby Europe derivada de las pasadas elecciones de diciembre, quedó meridianamente claro el escaso apoyo con el que cuenta Ferraz y el nulo interés estratégico que despierta en el resto de instituciones y federaciones ovales. Con el rumano Moriariu como presidente, el georgiano Nijaradze como vicepresidente, y el belga Zandona, el ruso Yashenkov y el portugués Amado Da Silva como miembros del board, España es la única nación del Campeonato de Europa que no cuenta con representación en el órgano directivo.

No debería extrañarnos, por tanto, que de esa afección seminal nazcan en la FER las restantes y, con ello, las manifestaciones de disgusto e impotencia y las todavía más peligrosas sombras de tintes victimistas y exculpatorias. Durante estos días se ha hablado de calendarios definitivos cuando no lo eran, simplemente porque, por mucho que la lógica dictase un orden ganado en los partidos y que es con el que se han elaborado cada dos años los calendarios hasta la fecha, la situación actual es propicia para cualquier cosa menos para dar por definitivo nada. 

En la rueda de prensa anterior al España-Portugal, pregunté a Santos sobre su parecer al respecto de un calendario sin confirmar y que iríamos sabiendo a trompicones. El técnico comentó entonces lo que él creía que iba a ser, estoy seguro que basándose en ese criterio, pero sin darlo por cerrado. Posteriormente, y con ánimo de cotejar que no existía ninguna oficialidad sobre este tema, pregunté a la Federación, la que confirmó que no había, a fecha de viernes, nada definitivo, entre otras cosas porque una derrota ante Portugal hubiera cambiado ese orden tradicional con el que se confeccionan las termporadas.

Quien mirase el calendario que tiene la FER en su página web (y, a día de hoy, quien todavía lo mire), verá la información que se manejaba el 19 de enero. Entre interrogantes se pregunta: ¿será el 7 de marzo el Bélgica-España? ¿Será el 14 de marzo el España-Rusia? y así todas las jornadas hasta un final ¿y el España-Georgia, el 4 de julio? Toda esta información era pública y de libre acceso, y a fecha de esta entrada, todavía lo era. Sobre esa premisa y ciertas actualizaciones ya comentadas previas al partido con Portugal, se hicieron públicas varias especulaciones dando por cierto un calendario ligeramente distinto a estas preguntas, que incluía un movimiento al alza de Rumanía que, tras su victoria en los despachos, le aupaba a la tercera posición. No obstante, el medio rumano ProSport adelantaba en exclusiva otro calendario distinto, con España claramente perjudicada tras un movimiento e intercambio de partidos entre Rusia y Georgia y que, a la postre, fue el publicado oficialmente por Rugby Europe, desatando la reclamación de la FER.

Más allá de los hechos, que son los que son, no se tardó mucho en hablar de cambios arbitrarios, y las redes aludieron a una mano negra que mueve cada resolución que suele acabar con la FER como víctima, por poco estar asistiendo a una persecución e, incluso, de una conspiración orquestada contra España. La FER alega en su comunicado que "se había cambiado el orden de algunos encuentros de un calendario que fue aprobado inicialmente por su board, sin previamente consultarlo ni acordarlo con los participantes, tal y como es preceptivo". Es decir: el board es el órgano que aprueba el calendario y quien tiene potestad para cambiarlo. Lo preceptivo es un defecto de forma, y, si bien está feo no acordarlo con los participantes, la Federación es probable que estuviera al tanto de esos movimientos, aunque quizá no tan al detalle, ya que no cabe en ningún razonamiento el descuido de dejar ese proceso sin seguir durante los siete días críticos que van desde el viernes hasta la publicación oficial del calendario. De ser así, no habría mucha más vuelta que dar. 

Por contrario, de no haber sido informados, está claro que el intolerable ninguneo al que se somete a España es, en gran parte, fruto de un peso institucional nulo, incapaz de colocar a un miembro en un board que cuenta con representación de Francia, Inglaterra, Irlanda, las mencionadas cinco naciones restantes del Championship, amén de croatas, suizos, daneses y un secretario general de San Marino, y que debería considerar una evalución autocrítica y un plan estratégico en lo institucional. Es algo fundamental y resaltado por varios actores de nuestro mundo oval, aunque no se precise ser un nobel para darse cuenta de ello. Además, subyace una obvia falta de diplomacia, que suele ser el arma que les queda a quienes carecen de peso institucional, cuando casi año tras año la Federación intenta expíar sus errores señalando a otros, con el consecuente deterioro de las relaciones con quienes tiene enfrente.

Olvidémosnos de malvadas hordas rusas y del Cáucaso, aliadas con los dacios: cada federación mira por su interés, al igual que la FER lo hace por el suyo, solo que existe una gran diferencia: el peso institucional. Nadie ha organizado un calendario para hundir a España, sino que cada uno ha defendido sus intereses, sean estos salvar sus ventanas internacionales ya concertadas desde hace meses o trabajar con fechas más asequibles. Que España ha salido perjudicada de esas dinámicas es obvio, no puede negarse, pero que a la larga a ninguna de las federaciones involucradas le importa mucho, también lo es. No hablemos ya de Rugby Europe, quien muy posiblemente frote sus manos a lo señor Burns cada vez que España inicia un nuevo enroque. 

Dentro de la tendencia política se puede incluir eso tan feo de otorgar a los rumanos cinco puntos despacho tras ciertas dudas generadas en la suspensión de los partidos a finales del año pasado, más porque su peso es mayor que el de los belgas, y sin que por ello se elaborase una trama antibelga. Lo pro no es lo anti. Defender lo de uno no se convierte automáticamente en una conspiración orquestada solo porque el resultado no sea el mejor para el otro. Se diría que hay gente que hace bien su trabajo en la defensa de los intereses de los suyos y otros, simplemente, tienen serias áreas de mejora. Cuando cinco de los seis participantes han hecho los deberes hasta el final a través de sus representantes, y con el plus que otorga la membresía del board de directores, no es de recibo que se echen balones afuera.

Desde los eventos de 2018, vivimos con una paranoia excesiva en lo institucional, donde hay gente que alude a que ciertas federaciones dejan fuera a España del board, o de que todos juegan sucio y la FER es la única que juega limpio, dejando por poco entrever que el objetivo final del reinado de terror de Morariu es acabar de hundir la débil institucionalidad española, como premio menor a su incapacidad de doblegarla en lo deportivo. Por no mencionar que poco podríamos esperar a tenor del inmovilismo salido de las urnas de World Rugby, de Rugby Europe y de la FER en sus respectivos comicios el año pasado. Sin embargo, seguimos extrañados de que a España le sigan ocurriendo desgracias institucionales mientras los jugadores y técnicos se parten la cara por obtener los mejores resultados históricos en décadas. Seamos claros: con su éxito deportivo, el XV del León se merece y debe exigir una mejor praxis y un esfuerzo institucional por parte de su propia federación, acorde a su calidad deportiva.

Porque asumamos que no es descartable que en todos estos tiras y aflojas esté latente la manera de actuar de la Federación negando la autoridad de Rugby Europe tras la canallada de Iordăchescu y dirigiendo su escasa diplomacia hacia el amparo de World Rugby a la que, por cierto, le vino caído del cielo el tema de las eligibilidades. Las sanciones que hubo contra los jugadores españoles tras el partido contra Bélgica fueron resoluciones basadas en una norma, sin entrar aquí a juzgar si lo que aconteció estaba o no justificado. Las sanciones por inelegibilidad también fueron acorde a la norma y, en aquella ocasión, con Rumanía como compañero de viaje. Nunca se dio por aludida la FER cuando, después de Grammatico, llegaron los casos de Belié y Fuster que costaron la eliminación del Mundial. Y, por si fuera poco, después de aquel rejonazo todavía se sigue jugando con fuego en ese aspecto

Pero la culpa siempre es de otro. Ahora, de nuevo, la decisión injusta que se ha tomado con el calendario vuelve a ser culpa de las otras cinco federaciones o del board, y no de que la FER lleve demasiados años siendo incapaz de atinar en su gestión de influencias, en su diplomacia y en la mejora de su peso institucional. O de, por lo menos, enterarse de algo. 

No descarto que existan esas batallas internas, sería absurdo hacerlo, ni tampoco que este año Rugby Europe vuelva a quedarse sin premio a la transparencia, pero eso son cosas distintas a trabajar en un objetivo que nos daría bastante más rédito a medio plazo, y que no es otro que reforzar la presencia institucional. Por desgracia, parece que todavía queda. Habrá gente que diga que con Rugby Europe la única forma forma de hacerse valer es esa, por Bruselas, por las sanciones, por la inelegibilidad, por el calendario, pero ni se obtiene rédito actuando así, ni el mundo para la FER empezó en 2018. O sí, porque quizá sea muy jugoso mirar y hacer mirar siempre desde un momento de la historia en el que todo empezó a torcerse, ya que siempre será más fácil sobrevivir así que empezar a asumir que algo tiene que cambiar de una vez.


 Redacción  Álvaro de Benito  Imagen  Fotomontaje sobre originales de Rugby Europe y FER



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