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Así / Jon Azkargorta: Así ganamos la medalla de los Mediterráneos de 1993


Por Jon Azkargorta

En 1983 tuve mi primer contacto con unos Juegos Mediterráneos. Yo había debutado el año anterior con la absoluta en el partido frente a los Maoríes en La Foixarda. Tenía 19 años y jugué de titular y marqué un ensayo. Nos hicieron la habitual haka que para mí fue una experiencia mucho más que “bella” que me enorgulleció muchísimo. Al poco tiempo, jugamos contra Argentina en Madrid, en Vallehermoso, donde también salí de titular. Y en menos de un año, tenía por delante otra nueva experiencia. 

En aquella ocasión, los juegos fueron en Casablanca. Unos Juegos del Mediterráneo son como pequeñas olimpiadas en las que participan solo los países bañados por este mar: nos dieron un montón de ropa y material deportivo, al que no estábamos acostumbrados. Todos los deportistas de la delegación de España vivíamos en una villa olímpica, un recinto cerrado pero muy grande. Además de los entrenamientos, pasábamos el rato en la piscina y conocías a deportistas de otras modalidades a los que luego solías ir a ver competir, algunos de la talla de Laura Muñoz, Pello Ruiz Cabestany o Manel Estiarte. En ese aspecto, fue una experiencia inolvidable.

España jugó en aquella ocasión contra Francia, Italia y Marruecos. Perdimos los tres partidos, pero recuerdo especialmente muy duro el de Marruecos, por el juego “sucio”. Había varios jugadores marroquíes que jugaban en la liga de Francia, con bastante nivel. Eso sí, los otros dos partidos que perdimos tuvimos enfrente a rivales jugaron muy bien y con nombres de la talla de Serge Blanco o Philippe Sella.

En los Juegos del Mediterráneo de 1987 y de 1991 no hubo rugby. Es una competición que se juega cada cuatro años, pero hay países que no tienen suficiente nivel de rugby y tanto en Latakia, en 1987, como en Atenas, en 1991, no participamos. En 1993 hubo un cambio de periodicidad en la organización, ya que creo que decidieron cambiar al año posterior a las olimpiadas, y no en el anterior, como se había venido haciendo. Así, solo dos años más tarde, Francia organizó los Juegos del Mediterráneo en el Languedoc-Rousillon, y el rugby volvió a tener cabida.

Por aquellos años, teníamos bastante actividad con la selección y jugábamos con bastante regularidad. En la convocatoria para los Juegos estaban habituales de aquella época como Asier Altuna, Iñaki Laskurain, Julio Álvarez, Fran Puertas, Alberto Malo o Jabitxin. De hecho, a la larga, solo debutarían con el XV del León en aquel torneo Prieto y Zapatero. Nuestro entrenador, Gerard Murillo, al que mando un saludo y un abrazo, era un hombre que nos enseñó a aplicar al rugby los mismos valores que al resto de la vida. Creo que dejó una gran huella en todos los jugadores que hemos convivido con él un mínimo de tiempo para conocerle.

El rugby volvió a aparecer en el cartel de los Juegos del Mediterráneo tras dos ediciones ausente

Esta vez tuvimos menos convivencia con deportistas de otras modalidades, por cómo era la propia villa olímpica. Era como un gran resort turístico en la localidad de Cap d’Agde, donde estábamos, no sólo la delegación de España, sino también otros países, así que no tuvimos un lugar “común” como en Casablanca.

En el torneo de rugby en estos XII Juegos del Mediterráneo compitieron cinco selecciones: Marruecos, Croacia, Italia, Francia y España, en un único grupo, en el que jugaban todos contra todos. Al inicio, no recuerdo que nos marcáramos ningún objetivo especial más allá de tratar cada partido de manera independiente del resto. Había que ir afrontándolos uno a uno y nosotros llevábamos nuestro ritmo como grupo que intentaba mejorar nuestro nivel. Se puede decir que el torneo formaba parte de nuestro desarrollo y de nuestro plan para seguir creciendo.

El primer partido, contra Marruecos en Carcasona, acabó con empate a 6. De nuevo lo recuerdo, como el de diez años antes, muy duro e intenso. Ellos volvieron a alinear a varios jugadores franco-marroquíes, pero nosotros contábamos ya con un buen nivel. Con Francia e Italia estábamos más familiarizados. Solíamos jugar contra ellos en el torneo de la FIRA una o dos veces al año, y, aunque alguna vez estuvimos cerca de ganar a Italia, nunca lo conseguimos.

En aquel segundo partido, los italianos nos ganaron 38-6, en Perpiñán. Aquella era la Italia de Cuttitta y Checchinatto, que entre los dos hicieron tres ensayos. Luego vino la Francia de Lièvremont, que jugó como Francia XV, y que ganó 55-5, en Narbona en un campo que era una pasada y de los más “pro” de los clubes profesionales franceses. Al final, de aquellos dos encuentros lo único que nos queda son algunas “buenas” jugadas o el ensayo conseguido contra Francia para nuestra memoria personal.

Todavía quedaba el último partido contra Croacia, en Beziers. Marruecos había perdido contra ellos 12-36, y al ser un grupo único de todos contra todos, aquel encuentro iba a ser el que dilucidase el tercer puesto y la medalla de bronce. Croacia había jugado su primer partido internacional hacia ocho meses. Lógicamente, nunca habíamos jugado contra ellos, era un rival desconocido y resultó ser un equipo duro, pero con bastantes carencias técnicas. Acabamos 9-58 y ganando aquella medalla de bronce.

 

Medalla de bronce para la selección… y más cosas.

Sin embargo, no creo que fuésemos conscientes de aquella medalla en toda su dimensión. La celebración fue como la de un partido más. No siempre los mejores terceros tiempos son después de los mejores partidos. Como curiosidad, además de la propia medalla, nos correspondió 25.000 pesetas a cada jugador, dinero proveniente del Comité Olímpico, y hasta hacíamos bromas con ello.

Visto en perspectiva, aquella primera medalla (quitando la de 1955, en la que solo jugaron tres selecciones) tuvo un sabor agridulce. Ganarle a Croacia y empatar contra Marruecos tampoco fue para echar cohetes, pero fue un paso más en nuestro crecimiento y en un año especial, ya que disputamos también la primera Copa del Mundo de seven en Edimburgo, en abril. Si no recuerdo mal, ni Francia ni Italia se clasificaron para segunda ronda, y nosotros, sí, junto con Inglaterra, Irlanda, Escocia y Gales a la que, por cierto, eliminamos después.

Toda la organización de los deportistas que participan con España en los Juegos Mediterráneos corre por cuenta del Comité Olímpico Español, y para los humildes jugadores de rugby de aquella época era un auténtico lujazo. Fue una experiencia deportiva totalmente diferente a las que estábamos acostumbrados y se sale completamente de las concentraciones de rugby habituales: convives con otros deportistas de otras disciplinas y cada uno tiene una idiosincrasia muy diferente. Se contempla el deporte desde puntos de vista totalmente distintos y eso también tiene muchísimo valor. 

 

Fotos cedidas desde archivos particulares de los jugadores, a excepción de los carteles (Comité International des Jeux Méditerranéens)

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