Mundial Sub-20: España se desangra por el eje
España firmó un inicio esperanzador ante Francia en el debut del Mundial Sub-20. La defensa exterior funcionó, la presión fue efectiva y los primeros minutos ofrecieron un pulso parejo. Pero el espejismo duró lo que tardó Francia en enfocar su juego hacia el eje: fases cortas, contacto físico dominante, y apoyos desde segunda cortina que hicieron trizas el sistema defensivo español. El resultado (49-11) no borra los buenos minutos iniciales, ni el tramo de dignidad y empuje —un buen tramo de la segunda mitad— en el que España ganó presencia territorial y jugó con decisión en campo contrario. Pero recuerda con crudeza la distancia que aún separa a España de la élite mundial.
Ideas claras, pero una muy complicada puesta en escena de las mismas
España debutaba en su segunda participación en un Mundial Sub-20 y lo hacía frente al mismo rival que marcó su estreno en la élite del rugby mundial de formación: Francia. La coincidencia no es menor. El reencuentro con los galos —uno de los referentes absolutos en esta categoría— servía como termómetro y recordatorio de cuánto ha crecido el rugby español... y de cuánto queda aún por recorrer.
El planteamiento español fue conservador con balón, pero valiente sin él: defensa adelantada, presión alta a los receptores, ya fuera cerca o lejos, con la intención, muy clara, de incomodar los lanzamientos ofensivos franceses. Durante los primeros veinte minutos, el equipo respondió con orden, actitud y lectura, obligando a Francia a apoyarse en su superioridad física para ganar metros. Sin grandes florituras, los galos recurrieron a cargas sobre el eje y entradas en segunda cortina que poco a poco fueron erosionando el sistema defensivo español.
En ataque, se comenzó con buenas intenciones: intentando
relanzar a las plataformas de
delanteros muy cerca de la primera cortina francesa en carrera, utilizando
combinaciones en corto entre las plataformas y con mucha decisión de atacar los
intervalos defensivos y construir juego a un ritmo alto. Pero las plataformas
de impacto españolas, aquellas formadas por primeras y segundas líneas que
ocupan las zonas entre líneas de quince con el objetivo de testear la primera línea
de presión y placaje rival y hacerla retroceder y desordenarse para que luego
las plataformas de ruptura definan el trabajo, apenas lograron avanzar ni
generar balones mínimamente rápidos, lo que atascó el juego y obligó a recurrir
con demasiada frecuencia al pie o a tomar malas decisiones y entregar la
posesión a los franceses.
El desgaste físico fue acumulándose, y con él, la poca fluidez con la que se partió de salida desapareció. Aun así, cabe destacar la labor de Nico Infer desde el 9, que trató absolutamente siempre de inyectar ritmo y criterio para mantener vivo el juego. No siempre pudo acelerar, condicionado por la lentitud del balón tras el punto de encuentro, pero sí tomó buenas decisiones en la dirección del juego y en la elección de los espacios.
La falta de presencia ofensiva acabó inclinando el campo.
Francia comenzó a instalarse en territorio rival, y desde ahí administró el
partido con solvencia: fases cortas, control del ritmo y dominio del contacto.
España aguantó mientras pudo, pero terminó cediendo ante un rival que no necesitó
brillar para imponerse.
En la segunda mitad, con el marcador ya roto tras dos nuevos ensayos franceses,
los cambios inyectaron algo de oxígeno y personalidad al equipo español. A
pesar de un juego trabado, lleno de imprecisiones y errores no forzados, España
comenzó a mostrarse más beligerante, más incisiva. El movimiento de Richardis
hacia el puesto de 10, y la entrada al campo de Powys —con un papel
importante en el flamante campeón de liga, El Salvador—, al puesto de 12, permutando
entre ambos las posiciones en varias fases del juego, ofreció más cercanía a la
línea defensiva francesa y algo más de ritmo en la circulación.
Sin encadenar demasiadas fases ni construir un juego demasiado ordenado, el equipo ganó metros y obtuvo recompensa: un buen touche-maul precedió al ensayo de Hugo González, cuya entrada también tuvo un impacto positivo. España lo intentó en ese tramo: atacó intervalos, buscó relanzamientos cortos, trató de fijar y jugar más cerca de la línea. Pero la reacción fue más emocional que estructural. Francia castigó la osadía con dos nuevos ensayos —en el 67 y en los compases finales— que sellaron el 49-11 definitivo y un marcador que, sin ocultar la superioridad francesa, deja entrever la voluntad de una España que no se resignó nunca a su suerte.
Consciente de su inferioridad física, España planteó un partido con la intención de jugar lo máximo posible en campo contrario, de ocupar territorio con determinación y de incomodar desde la defensa. Salió con la intensidad necesaria y la voluntad de ir a por el partido, sin encerrarse ni especular. El equipo apostó por un sistema defensivo dinámico, con recirculación constante de jugadores, presión adelantada y una buena lectura para identificar y atacar a los portadores y receptores del balón francés. Un planteamiento valiente, coherente y bien ejecutado en muchos momentos, que no alcanzó para discutir el marcador, pero sí para dejar una imagen de equipo que compite, entiende y se organiza.
Planteamiento defensivo a la altura del rival
España saltó al partido con un sistema defensivo ambicioso, que apostaba por líneas adelantadas y presión inmediata sobre el receptor. Esa actitud se vio reflejada en los primeros compases, cuando Francia intentó desplegar su juego sin acumular fases previas: la defensa española respondía con agresividad, buena lectura y capacidad para atacar al portador. Se avanzaba en línea, se frenaba el balón en origen, y se forzaban errores o retrocesos por parte del rival.
Durante ese tramo inicial, España leyó bien las trayectorias galas. Cuando el 10 o el 12 recibían, ya lo hacían bajo presión o con poco margen de decisión. La defensa exterior, tanto en ala como en centros, se mostró coordinada y con actitud. Sin embargo, esa solvencia se vino abajo en cuanto Francia ajustó su planteamiento y empezó a lanzar su juego no desde la base, sino tras una o dos fases sobre el eje, ganando metros y fijando a los defensores antes de soltar el balón. Ahí, pese al buen comienzo de nuestros hombres cerca del ruck, con buenas salidas en blitz a por las plataformas francesas, peso mucho la inercia que marcó la superioridad física y técnica en el contacto y el juego en el suelo de los franceses.
Ahí fue donde emergieron con claridad las dos cortinas
galas: una primera línea de choque que ganaba la línea de ventaja con apoyos
físicos, y una segunda que entraba en carrera, ya sobre campo ganado, con
continuidad, precisión y superioridad física. Francia no buscaba sorprender, sino
desgastar. Y lo consiguió. En cuanto lograron esas fases cortas y rápidas, la
defensa española perdió solidez, se recolocó mal, y acabó defendiendo en
retroceso. No fue una cuestión de mala actitud, sino de no poder frenar la
dinámica de avance francesa.
España no logró ralentizar los rucks ni recuperar la organización tras
cada contacto. El sistema colapsó especialmente en la zona del canal 2 (entre
el 10 y el 12) y en aquellas zonas en las que había mezclados delanteros y tres
cuartos, donde los intervalos eran castigados una y otra vez por segundas
cortinas en carrera. Los sub20 españoles no dejaron en ningún momento de
intentar mantener una presión alta, pero con el paso de los minutos no lo
hicieron tan homogéneamente y pese a que en todo momento se trató de estar muy
encima del ataque francés, en el momento que la línea de presión tuvo
desajustes fue rota por los apoyos en profundidad franceses, que castigaron una
y otra vez cualquier mínimo desajuste de la subida a la presión española.
En cuanto a la tercera cortina defensiva, apenas existió. La
cobertura profunda fue muy escasa, y las ocasiones para hilvanar contraataques
tras patada o recuperación fueron prácticamente
inexistentes. Ni desde el fondo ni desde balón robado se vio capacidad para
lanzar ofensivamente. La energía se centró en contener, y el equipo se quedó
sin resuello ni estructura para pensar en transiciones reales.
En resumen, el sistema defensivo fue valiente y bien trabajado en su planteamiento inicial. Pero sin capacidad de ralentizar el juego francés en los rucks ni de ganar tiempo para reorganizarse, se descompuso progresivamente. La defensa fue, como el resto del partido, una muestra de orgullo y esfuerzo, pero insuficiente ante una estructura rival sólida y física, que supo leer el partido mejor conforme avanzaban los minutos.
Bloqueo ofensivo al no poder generar bolas rápidas
España no quiso jugar en su campo, sino en campo contrario. Desde el inicio, el plan fue claro: salir con decisión, avanzar al pie cuando fuera necesario, y empezar a proponer juego entre las líneas de 10 metros. Infer gestionó con inteligencia esas salidas, alternando juego táctico con el pie y aperturas cuando se veía opción. La ambición existía, pero la ejecución no acompañó. En la primera mitad, los intentos ofensivos se vieron lastrados por la falta de avance desde los delanteros, y la poca claridad en las plataformas. Además, hubo demasiados errores de manejo en momentos clave de las posesiones. Algunos balones fueron directamente al suelo y otros se perdieron por pases fuera de tiempo o recepciones imprecisas. Eso rompía el ritmo y la moral.
Uno de los jugadores que sostuvo con inteligencia el ataque
fue Nico Infer. Tomó buenas
decisiones desde la base, eligió bien los puntos de ataque y mantuvo la calma,
pero no encontró con frecuencia estructuras claras a las que conectar. A menudo
tenía que jugar con lo que había: compañeros mal perfilados para impactar, mal
colocados o sin posibilidad de darle continuidad al juego, que se volvía muy
forzado y se perdía casi siempre en la segunda o tercera fase. A menudo, ante
la imposibilidad de generar un avance claro, las plataformas de delanteros colapsaban
y tapaban líeas de pase hacia el desplegado, o directamente impactaban casi en parado,
sin una buen estructura de apoyos y con las moles francesas lanzadas en carrera
al placaje y la limpieza del ruck.
En medio de las dificultades ofensivas, hubo dos acciones
que rompieron el guion y mostraron
lucidez colectiva. La primera nace tras una fase en la que España consigue
salvar un balón
relativamente rápido, lo que pilla a la defensa francesa retrocediendo. Desde
la base del ruck,
Nico Infer lanza una patadita bombeada corta a la espalda de la línea,
que Gonzalo Otamendi ataca con decisión. La recoge al vuelo, sin bote,
supera a su defensor con un desplazamiento lateral muy limpio, y conecta en
carrera con dos terceras líneas que llegan por dentro, más el ala que acompaña
por el exterior. La jugada enlaza ritmo, lectura y superioridad con una claridad
pocas veces vista en el partido. Lástima que la acción, que se prolonga hasta
los metros finales y entra en veintidós francesa, acaba con pérdida de la
posesión tras una carga poco contundente de Massoni en un contacto muy
blando. El balón tarda en salir del ruck y se comete una infracción intentando
liberarlo ya que la defensa del suelo francesa había llegado antes y había
colapsado la labor de los apoyos españoles.
La segunda acción, que se produce antes en el tiempo que la primera, arranca con un balón lento y defensa francesa bien colocada. Todo apuntaba a una fase estéril. Pero Infer, con calma, levanta el balón y lanza una plataforma de delanteros en carrera, entrando desde profundidad. La línea de penetración se escalona en tres planos distintos, al estilo sudafricano, y el cuarto hombre, inesperadamente, es un tres cuartos que se cuela en el intervalo con una línea limpia, recibiendo un pase plano y ganando un gran avance en el eje. Una jugada muy bien elaborada, que rompió el centro defensivo francés con inteligencia, no con fuerza.
En la segunda parte, la entrada de Hugo González
aportó más intensidad y claridad al rendimiento de la delantera. Su presencia
ayudó a que el pack ganara en empuje y ofreciera
mejores opciones para mantener y avanzar con el balón. Como consecuencia de
estos nuevos bríos, el partido vivió un punto de inflexión a partir del minute
50. Nicolás Gali entró en escena, en el 9, y aunque fue algo impreciso y
no siempre controló los tiempos y la zona de acción, aportó un plus de
intensidad que se notó en el ritmo del equipo.
Mientras tanto, Lucien Richardis, que había estado algo olvidado en el zaguero, limitado a patear y a algún contraataque esporádico, pasó a la posición de apertura, acompañado por Jaime Powys en las tareas de distribución y creación. Ambos comenzaron a intercambiar posiciones, permutar líneas y buscar nuevas vías para desbordar. Empezaron a acercarse a la defesa francesa para intentar generar más movimiento y opciones de juego.
Fue un tramo con más actividad y frescura, en el que España
mostró mayor ambición y empezó a crear jugadas que, aunque sin gran éxito,
reflejaron un claro cambio en la dinámica ofensiva. España mostró ambición y
algunos destellos de buen juego, pero le faltó continuidad y plataformas
limpias. La delantera mejoró, y la segunda parte tuvo más ritmo gracias a los cambios
en la línea de tres cuartos. Sin embargo, errores de manejo y la defensa rival
limitaron el impacto
Un desempeño digno, pero insuficiente en las fases estáticas
La melé fue un escenario crucial durante el partido. Francia impuso su
superioridad física y técnica, dominando con contundencia y rapidez, lo que les
permitió generar balones limpios y ventajas ofensivas. España, aunque plantó
cara con agarres firmes, posición correcta y un timing adecuado en la
entrada, se vio superada por la potencia y coordinación rival.
La delantera española mantuvo un empuje constante, pero la superioridad francesa se tradujo en ensayos directos e indirectos que marcaron el desarrollo del encuentro. Pese a todo, España mostró una buena organización defensiva, logrando contener en la medida de lo posible el dominio del adversario. Hubo algún fallo grosero, como el del primer ensayo francés nada más comenzar, en el que una inexistente cobertura de la salida Baret acaba con el ocho galo entrando silbando en zona de marca, pero, en líneas generales, España supo sufrir y conservar los balones propios, aunque sin muchas opciones de construir juego de calidad a partir de los mismos.
Los saques de lateral fueron un elemento fundamental que condicionó fases clave del partido. Durante el encuentro, España logró mantener un dominio relativo en sus alineamientos, apenas concediendo un par de pérdidas, pero sí enfrentándose a una presión constante que dificultó la limpieza y lanzamiento del juego a través de los mismos. Durante el partido, apenas nos robaron dos saques, aunque nos obstaculizaron en varias ocasiones. Logramos mantener igualdad y ganamos con relativa claridad nuestros saques a las zonas 4 y 6, e incluso recuperamos algún lanzamiento francés, más por estar atentos al fallo que por colapsar la zona del salto rival.
Sin embargo, pese al más que correcto porcentaje de
laterales ganados, la pena es que no siempre fueron balones limpios, y salvo el
saque que permitió anotar el ensayo de Hugo González y otro buen touche-maul
en la Segunda parte o se lanzar un volumen reseñable de juego. No obstante, y teniendo
siempre en cuenta la entidad del rival, se puede decir que se cumplió con el
objetivo y no se permitió que las fases estáticas fueran una masacre.
Gran Volumen de juego al pie
Durante el partido, España mostró un uso bastante limitado
del juego al pie como arma ofensiva. Más que un recurso estratégico para
generar presión o territorios, el juego al pie se utilizó principalmente para
liberar el balón y salir del campo, sin un objetivo material claro más allá de evitar
tener que defender en campo propio. Desde la base del ruck con Infer
o desde el fondo del campo con Richardis, las patadas se usaron para
sacudirse la presión más que para crear ocasiones concretas. Esta falta de
intención ofensiva clara con el pie limitó la efectividad de esta herramienta.
En defensa, la primera parte se gestionó más que correctamente, con la tercera
cortina bien plantada atrás y la estructura de recepción y contrataque bien
clara. Apenas hubo que correr detrás del balón y se pudieron armar dos contras,
que, pese a que acabaron con nuestro portador placada por los franceses,
permitieron seguir teniendo la posesión. Ya en la segunda mitad, con el juego más
caótico y las coberturas peor estructuradas, sí que hubo que correr mucho hasta
veintidós propia a recoger patadas largas francesas y sacarse el balón de
encima como buenamente se pudo.
Este déficit en la gestión del juego al pie, tanto ofensiva como defensivamente, fue un factor que condicionó la capacidad de España para controlar el partido y desactivar la presión francesa. Impidió, por ejemplo, completar y coronar la secuencia de dominio de la segunda parte con algún punto más en el marcador.
Conclusión final: mucho margen de mejora, pero partiendo de una base sólida. Era evidente, o casi evidente, que los franceses se llevarían el partido, y que muy posiblemente lo harían con un tanteador alto. La duda era la respuesta española y su puesta en escena. Y la verdad es que fue más que digna y combinando lectura del juego, presión, placaje y ganas de tener el balón y jugarlo, no de pasar 80 minutos defendiendo. Es solo el principio del camino. Un camino duro, con rival muy por encima de nosotros, pero con una base lo suficientemente ilusionante como para pensar, como poco, en competirles a todo de tú a tú con sus mismas armas.
No hay comentarios