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Mundial Sub-20: España roza la gesta frente a Argentina


Ordenada, ambiciosa y por momentos brillante, la Sub-20 acabó cediendo ante una Argentina que impuso su físico cuando el partido pedía oxígeno y eficacia. España afrontaba su segundo partido del Mundial Sub-20 tras un estreno serio ante Francia, donde, pese a verse superada físicamente, mostró orden defensivo y una idea clara de juego. Ante una Argentina físicamente potente pero de planteamiento simple, el equipo mantuvo su propuesta con ambición y precisión durante más de 50 minutos. 

Conservación del balón fuera del propio campo, salidas al pie bien cubiertas y plataformas de impacto más bajas y mejor acompañadas permitieron generar posesiones más rápidas y desestabilizar la defensa rival. A ello se sumó una gran eficacia en las fases estáticas, con tres ensayos tras melé o lateral, más uno excepcional tras una acción individual de Richardis, que bombeó y ganó su propio balón ante la presión.

En el arranque de la segunda mitad, España mantuvo la iniciativa y rozó incluso un quinto ensayo. Pero a partir del minuto 50, con el bajón físico español y la entrada de refresco en la delantera argentina, el guion cambió. La delantera española se asfixió, la línea de tres cuartos quedó aislada y comenzaron las imprecisiones. Argentina, amparada en su dominio en los contactos y en las penalizaciones en el suelo, convirtió la inercia física en cuatro ensayos: dos desde touche-maul, uno tras juego cerrado y otro en un relanzamiento del segundo centro, tras una larga cadena de pick and go. El marcador se despegó sin que el juego argentino ofreciera mucho más.

Por qué España fue mejor durante 50 minutos

Durante los primeros 50 minutos, España fue mejor que Argentina en casi todo: ritmo, orden, claridad, presión y estructura. No solo defendía con eficacia, sino que atacaba con sentido, enlazando fases con continuidad y sabiendo siempre qué hacer con el balón.

El dominio se construyó, en buena parte, desde las fases estáticas. El saque de lateral fue una plataforma fiable, bien organizada y muy bien ejecutada. España alternó formatos, engañó en los montajes y supo cuándo usar alineamientos reducidos para ganar precisión. Desde ahí lanzó jugadas limpias, con apoyos definidos, que le permitieron progresar o directamente sumar. La melé, aunque más exigida, también dio salidas estables. Tres de los cuatro ensayos españoles nacieron de esas plataformas, lo que confirma su importancia real en el desarrollo del partido.

Con balón en movimiento, el equipo jugó con cabeza. El uso del pie fue inteligente, sin rifar la posesión pero sí buscando territorio. Las patadas llegaron con criterio y estuvieron bien presionadas, convirtiendo el despeje en una herramienta para avanzar y atacar desde campo rival.

Las plataformas de los delanteros también mostraron un gran crecimiento. Supieron adaptarse a cada zona del campo y evitaron caer en la frontalidad estéril que Argentina buscaba. Cuando tocaba acumular fases, lo hicieron con intención: impactos más bajos, trabajo en el suelo, piernas activas y apoyos inmediatos. En lugar de atacar al cuerpo, España buscó el intervalo, provocando que el placaje rival se hiciera en desplazamiento y no desde el dominio. Ese pequeño detalle técnico cambió muchas posesiones. Jugando más al espacio que al hombre, España mantuvo el balón vivo, evitó pérdidas y preparó mejor las siguientes fases.

Además, España ensayó estructuras tácticas modernas que ya emplean selecciones como Francia o Irlanda. En varias secuencias, el equipo ocultó al apertura —Richardis— tras los centros o tras la plataforma de delanteros, liberándolo para entrar desde atrás con mayor claridad. Esa posición retrasada no solo le daba más tiempo y ángulo, sino que le quitaba presión defensiva directa, como se vio claramente en el primer ensayo de Marsinyac con, donde Richardis distribuye sin oposición tras recibir vía Pau Massoni desde la Plataforma de delanteros que estaba al pie del agrupamiento. La distribución partía desde el 12 o tras una secuencia entre delanteros, y Richardis emergía en carrera, con lectura clara, para atacar el intervalo o fijar y soltar.

Y si en ataque el equipo funcionó, en defensa no fue menos. España supo leer y controlar un ataque argentino simple y previsible. El planteamiento rival se basó en lanzar a los delanteros para ganar metros y abrir el balón solo si eso funcionaba. Pero esa apertura no respondía a un sistema trabajado: no había movimientos sin balón, ni cortinas, ni amenazas reales que rompieran la línea. Era todo muy plano, muy horizontal. Pase-pase-pase y choque del primer centro al mínimo atisbo de presión.

Cuando los contactos no rompían la defensa española, Argentina se atascaba. En los momentos de más presión, España lanzaba su defensa encima del balón y cortaba la secuencia. Y cuando no podía presionar arriba, se replegaba con orden porque sabía perfectamente hacia dónde iba el juego. Incluso retrocediendo metros, España defendía con cabeza. Fue, en defensa, en contra del guion que muchos imaginábamos, un partido de mucha más exigencia física que tecnico-táctica. Siempre que pudieron, los españoles salieron a la presión y le negaron el espacio a las moles argentinas, y cuando no se presionó tanto bien por desajustes o bien por cansancio o acierto del rival, el equipo se reorganice muy bien y supo Volver a tapar las vías que aparecían.

España no necesitó genialidades. Le bastó con hacer bien lo que se había propuesto: jugar con ritmo, orden y compromiso. Presionar al rival, negarle tiempo y espacio en defensa y moverlo y rematarlo por fuera en ataque. Por todo esto, marchaba 7-30 en el minuto 50.


 

Lanzamiento del juego desde fases estáticas: precisión, sorpresa y riqueza táctica

Como ya señaló el seleccionador español tras el primer partido frente a Francia, mejorar la calidad de los lanzamientos de juego a partir de fases estáticas iba a ser un factor absolutamente diferencial. Frente a Argentina, este objetivo se cumplió con creces: España fue más rica tácticamente, más estratégica en la ejecución y supo sorprender a los sudamericanos durante buena parte del encuentro. 

Durante gran parte del partido, el equipo español optó por utilizar touches reducidas, dándoles una preponderancia absoluta a los saltos en zona 4 y zona 6, es decir, en zonas intermedias y lejanas del alineamiento, donde suelen situarse el segundo y el tercer saltador. Esta apuesta exigente requería llegar más tarde al alineamiento, mover mucho a los jugadores y disponer de perfiles livianos, potentes en el salto y muy bien sincronizados entre sí. El objetivo no era otro que descolocar a la defensa rival, generar sorpresa y construir plataformas móviles desde las que relanzar el juego con fluidez. 

Fruto de este planteamiento nacen cuatro ensayos, todos ellos desde fases estáticas: 

1.     Ensayo tras Touch en zona 6: el balón se lanza a zona 6 y se baja al suelo, donde lo recoge Infer (el 9). En lugar de dársela a Richardis (el 10), Infer conecta con Hugo Pichardie (el 12), que se ha situado en el rol de apertura real, ocupando el 10 de Toulouse la segunda cortina. Desde ahí, Pichardie distribuye a los delanteros que se habían quedado fuera del alineamiento, quienes generan una primera fase de contacto muy rápida. Tras ese impacto, Infer levanta el balón y conecta con Marsinyac (el 13), que se Lanza hacia la línea defensiva argentina y utiliza al ala de señuelo para atraer defensas y habilitar a Richardis, que entra en oblicuo desde la segunda cortina en  el canal entre del 13, a la espalda del hueco Abierto por el señuelo. Richardis fija a un defensor y cede el balón al ala, que rompe en penetración, fija al último defensor y asiste a Beltrán Ortega, que culmina el ensayo.

2.   Ensayo tras melé sin número 8: con Marcos López sancionado, Oriol Marsinyac actúa como 8. Sale en oblicuo, fija al Defensor que le sale, combina en corto con Pichardie y, lejos de desentenderse de la jugada, apoya por dentro para recibir de nuevo. Gana metros, vuelve a fijar y habilita a Ortega, que se cuela hasta casi la línea de marca justo debajo de palos. Tras un par de pick and go, Infer encuentra a Pau Massoni, quien fija defensores y cede a Richardis, colocado en segunda cortina. Richardis juega Con pase a la Carrera de Marsinyac, que asiste a Beltrán Ortega. Este es frenado casi sobre la línea, se forma un ruck rápido, y Marsinyac lo remata con un pick and go hacia el interior. Magistral

3.   Ensayo de Richardis tras touche mal ejecutada: en una touche descoordinada en zona 6, con el salto anticipado de la torreta argentina, el balón vuela por encima del alineamiento y queda suelto tras botar. Richardis lee la jugada al instante, no asegura posesión yendo a lsuelo y generando ruck, sino que lanza una patada bombeada que él mismo persigue, recoge y convierte en ensayo con una acción individual brillantísima.

4.    Cuarto ensayo tras touche en zona 6: saque en las inmediaciones de la 22 rival. El balón va al último saltador y lo recoge Marcos López. Este combina con Ofojetu, que se sale por sopresa desde dentro del alineamiento, entra en penetración, y pasa corto a Oriol Marsinyac, inmenso durante todo el partido, que irrumpe cruzando desde el canal del 13 al canal del 10 , sorprendiendo a la defensa Argentina y con un contrapié y posa en una posición muy centrada.

Estos lanzamientos, bien diseñados y aún mejor ejecutados, no solo generaron puntos sino también dominio territorial, ritmo y desgaste sobre el rival. España logró convertir las fases estáticas en plataformas eficaces de ataque, lo que permitió controlar el pulso del partido durante buena parte del mismo. Fue una de las claves que explican por qué la Sub-20 fue mejor durante 50 minutos ante una potencia como Argentina.

El punto de inflexión: cuando el viento cambió de lado

El momento decisivo del partido no llegó por una genialidad ni por un error grosero. Llegó de forma progresiva, casi imperceptible. Argentina leyó mejor el ritmo del encuentro y movió su banquillo antes y mejor, sobre todo en la primera línea. España, mientras tanto, seguía con el XV inicial, ya exigido al límite tras 50 minutos de enorme esfuerzo. Este cambio de primera línea, a menudo rutinario en todos los equipos, fue factor fundamental puesto que los pumitas cimentaron el cambio de dinámica sobre la capacidad de choque de la delantera.

Ese recambio argentino inyectó oxígeno y peso al juego de impacto y  a la batalla del suelo. Con más piernas y más intensidad, los sudamericanos empezaron a ganar cada contacto, a ralentizar los apoyos españoles y a forzar golpes de castigo. No cambiaron su libreto, simplemente lo endurecieron: cerraron el juego por dentro, cerraron por fuera y empujaron a una España fatigada a cometer errores.

Ahí volvió a emerger su arma más letal: el saque de lateral. Si en la primera parte ya había generado un ensayo, en la segunda parte la touche argentina construyó otros dos más, con plataformas sólidas y cadenas de pick and go implacables en los metros finales. Fue rugby sin florituras, sin estructuras elaboradas, pero con una ejecución quirúrgica.

A eso se sumó un ensayo tras un error español en zona roja, en el minuto 65, con recuperación argentina y otra cadena de pick and go hasta posar el balón. Y aún antes, otro ensayo en el que una melé bien ganada desembocó en varias fases cortas que terminaron con una arrancada poderosa del segundo centro, que rompió un par de placajes y se coló entre la defensa. 

Argentina nunca encadenó más de tres o cuatro pases en continuidad en toda la segunda parte. No le hizo falta. Su dominio llegó desde lo básico, desde lo que duele: las fases estáticas, el suelo, el eje, la presión. Y España, sin piernas ni plataformas de calidad, dejó de encontrar salidas.

Que la derrota no empañe lo que vimos

Pese al clímax de ilusión alcanzado durante más de 50 minutos de superioridad táctica y dominio del juego, el desenlace deja un amargo sabor de boca. España mandaba 7-30 en el minuto 50 y lo hacía con autoridad, ambición y una propuesta infinitamente más rica y valiente que la argentina. Por eso duele más: porque Argentina no remontó desde el brillo ni desde la creatividad, sino desde el pragmatismo más básico. Un juego cerrado, sin apenas fases largas, sin circulación de balón, con secuencias de touche-maul, cadenas de pick and go y golpes de castigo provocados por el desgaste físico español. 

No fue una derrota frente a una exhibición rival, sino frente a una ejecución eficaz de un rugby primitivo que supo castigar cada error y cada fatiga. Aun así, esta derrota debe entenderse como un paso de crecimiento: primero hay que perder este tipo de partidos para estar preparados para ganarlos. Lo que debe quedar en la memoria es el plan valiente, la solidez defensiva, la efectividad del pack, la ambición del planteamiento, la buena utilización de las fases estáticas como plataformas de lanzamiento, y una línea de tres cuartos que brilló, compitió y ofreció uno de los juegos más vistosos que se le recuerdan a una Sub-20 española frente a un rival físicamente muy superior.

 

Texto: Víctor García / Fotografías: World Rugby 

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