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Análisis sub-20 / Un Mundial que no se mide solo por victorias




España no sumó triunfos en el Mundial Sub-20, pero firmó su participación más competitiva hasta la fecha. Frente a selecciones como Francia, Argentina, Irlanda, Gales o Georgia, los de Ricardo Martinena mostraron orden, intención y madurez táctica. En este análisis, desgranamos los datos que explican por qué esta generación está más cerca que nunca de competir de igual a igual con las grandes potencias del rugby mundial.

Posesión y territorio

España no solo tuvo el balón: lo utilizó con criterio, lo jugó arriba y lo convirtió en una herramienta de presión ofensiva. Estadísticas: posesión media: 45–46 % y presencia territorial ofensiva (posesión útil en campo rival): 42 %.

España no jugó un rugby de repliegue o supervivencia. A pesar del contexto —potencias tradicionalmente muy por encima de nosotros y, en este Mundial, con especial atención a Sudáfrica, Francia, Argentina y Nueva Zelanda (los cuatro primeros clasificados)—, el equipo logró mantener una cuota de posesión cercana al 50 %..

Para ponerlo en perspectiva, las selecciones tier 1 más dominantes en este Mundial Sub-20 se han movido en medias de posesión de entre el 52 % y el 56 %, y en porcentajes de territorio ofensivo en torno al 46–50 %. Que España haya rozado el 46 % de posesión y alcanzado un 42 % de presencia territorial ofensiva frente a estos mismos rivales sitúa su rendimiento más cerca del primer nivel de lo que jamás había ocurrido hasta ahora.

Muchos esperaban una España encerrada en su campo, jugando al error del rival, con patadas tácticas y repliegue. Pero no: el equipo quiso tener la pelota, quiso atacar, y sobre todo, quiso hacerlo arriba. En este sentido, el dato de presencia territorial me parece incluso más relevante que el de posesión: jugar casi el 42 % del tiempo en campo rival contra selecciones de este nivel no es algo que se dé por casualidad.

Y aún más si tenemos en cuenta nuestro déficit físico en el contacto. Aunque no siempre conseguimos generar bolas muy rápidas, el equipo fue capaz de acumular fases, alternar direcciones de juego y, sobre todo, de sacar de su zona de confort a defensas mucho más potentes como la argentina, un equipo preparado para el impacto frontal que sufrió cuando España estableció puntos de encuentro más móviles que exigían desplazamientos constantes a su sistema.

Resulta clave, además, cómo se gestionó esa posesión. España alternó con inteligencia el juego en penetración y el desplegado, integrando delanteros entre los tres cuartos para condicionar la lectura defensiva. Supimos relanzar jugadas desde plataformas próximas a la defensa, aprovechando especialmente al último hombre en profundidad como amenaza inesperada. Esta utilización del tercer o incluso cuarto jugador en las estructuras, más retrasado pero bien sincronizado, ofreció líneas de entrada limpias y desestabilizó la anticipación defensiva rival.

En esa arquitectura ofensiva fue esencial el trabajo colectivo de la delantera. La primera línea, pese a la desventaja física en muchos contactos, supo competir con inteligencia: movilidad, entradas precisas y ataque directo a los intervalos, por pequeños que fueran. Lejos de bloquearse ante el poderío físico del adversario, los jugadores españoles optaron por una técnica de contacto bien ejecutada, que les permitió mantener la posesión sin asumir choques innecesarios. Las segundas y terceras líneas destacaron por su dinamismo, su capacidad de enlazar fases y ofrecer apoyos constantes, contribuyendo de forma decisiva al ritmo ofensivo.

Hay que subrayar también una actitud muy clara del equipo: la voluntad constante de castigar cualquier mínimo desorden cerca del punto de encuentro, con salidas verticales desde el medio melé que generaron peligro. Esa intención, encarnada con inteligencia y determinación en Infer, puso a prueba la disciplina y el orden defensivo de selecciones acostumbradas a dominar ese tipo de situaciones.

Hubo señuelos bien diseñados, movimientos sin balón eficaces y un nivel de evasión más alto del que cabía esperar en un equipo como el nuestro. Esta España ya no reacciona. Esta España propone. Falta continuidad en fases largas, es cierto, pero las cifras dicen algo inédito: tuvimos volumen de juego, y lo tuvimos donde más duele.


 

Defensa y efectividad en el placaje

Una defensa digna, sostenida por el sistema, las coberturas y la presión inteligente, pese a las dificultades físicas evidentes. Estadísticas clave: efectividad media en placaje: 74,2 % y fallos del rival forzados y recuperados por España: media de 5,8 por partido

La defensa española en este Mundial no ha colapsado. Y eso, con el contexto en mente, es una de las mejores noticias del torneo. A pesar de una cifra de placajes acertados algo baja en comparación con los estándares del alto nivel —las selecciones que dominaron el Mundial, como Francia, Sudáfrica, Argentina o Nueva Zelanda, se han movido en torno al 84–88 %—, el sistema defensivo español se mantuvo firme, funcional y razonablemente eficaz.

Ese 74,2 % de efectividad media habla de un rendimiento irregular, pero también de una notable capacidad de sostener la estructura defensiva incluso cuando fallaban algunos duelos individuales. Esos fallos no respondieron a una mala organización o a una lectura errónea del juego rival, sino a factores más estructurales: inferioridad física clara frente a rivales en carrera, problemas para frenar relanzamientos potentes y dificultades en el uno contra uno cuando no se llegaba con ventaja posicional.

En muchos casos, las situaciones de desborde surgieron cuando la presión inicial no era suficiente o cuando el sistema no llegaba a cerrar el exterior, pero en general puede decirse que cuando hubo presión colectiva e inteligencia táctica, la defensa resistió bien. No fue un sistema roto, sino un sistema exigido al límite. No se cayó por diseño: se cayó por contacto.

La lectura más optimista es que el sistema funcionó y que, con mejores herramientas físicas o más profundidad de banquillo, habría podido arrojar incluso mejores cifras. Porque el volumen de recuperación también habla: España forzó una media de 5,8 errores del rival que acabaron en balón recuperado, lo que equivale a cinco o seis oportunidades por partido que nacieron del trabajo defensivo colectivo, no del azar.

En este sentido, el comportamiento de España en defensa alta o en fases de presión adelantada fue muy positivo, especialmente en primeras fases tras pérdida, en donde se robó balón o se incomodó al rival lo suficiente como para obligarlo a errores no forzados. Estas situaciones, aunque no figuren todas en los resúmenes, marcaron pequeños giros de inercia en varios encuentros, y reflejan una actitud proactiva e inteligente en defensa.

El contacto defensivo fue, con todo, el punto más débil del sistema. Nos costó frenar a los grandes portadores en carrera —ya fuera en juego abierto o en salidas organizadas desde rucks—, y sufrimos especialmente cuando el rival conseguía enlazar varias fases en el eje. Pero no hubo sensación de equipo desbordado, ni siquiera frente a los equipos más físicos. Lo que se vio fue un equipo que, a pesar de estar al límite en muchos contactos, no dejó de replegar, de subir presión ni de confiar en su sistema.

Y para muestra, un repaso rápido a los partidos. Frente a Argentina, la defensa resistió con firmeza durante muchos minutos y permitió competir de tú a tú gracias al trabajo colectivo y al orden. Contra Irlanda y Gales, el patrón fue similar: problemas derivados de desconexiones puntuales y un tramo de agotamiento físico que debilitó la estructura en la segunda mitad.Ante Francia, el sistema defensivo fue superado no por falta de intensidad, sino por la calidad del ataque rival, que ejecutó con precisión. Y contra Georgia, el partido se rompió por pura superioridad física, con un dominio en el contacto y en las fases estáticas difícil de contrarrestar.

Fases estáticas: touche y melé 

Un arma de lanzamiento fiable, variada y, en muchos momentos, decisiva. España ha mostrado en este Mundial Sub-20 un rendimiento muy notable en las fases estáticas, tanto en el plano estructural como en su rentabilidad ofensiva. La touche ha sido una plataforma muy sólida durante casi todo el torneo, con una efectividad media del 89 %, que la sitúa en el entorno de las mejores selecciones del campeonato: Francia, Sudáfrica o Nueva Zelanda se han movido entre el 89 y el 93 %. No solo ofreció seguridad, sino que sirvió de base para varios ensayos, tanto mediante maul como a través de jugadas estructuradas que atacaban el canal 1 o el canal 2 con apoyos bien sincronizados.

La riqueza táctica en el lanzamiento ha sido uno de los puntos fuertes del equipo: predominancia de touches reducidas, búsqueda sistemática de zonas 4 y 6, y combinaciones bien ejecutadas entre saltadores, levantadores y portadores. En este sentido, el partido frente a Argentina marcó el punto culminante: no solo se obtuvieron ensayos directos desde la touche, sino que también se generaron cadenas dinámicas con delanteros descolgados que participaban en segundas fases o directamente en la ruptura. Frente a Irlanda, por ejemplo, se logró un ensayo tras una secuencia muy limpia de pick-and-go iniciada tras una touche bien ejecutada.

La melé, por su parte, fue sólida en todos los partidos salvo frente a Georgia, donde el aplastante dominio físico del rival impidió la estabilidad habitual (efectividad del 57 %). Sin embargo, en los demás encuentros la melé española alcanzó un 100 % de efectividad, situándose momentáneamente al nivel de las selecciones más potentes del torneo. No fue una plataforma de castigo, pero sí de lanzamiento y de contención. Y en varios momentos, especialmente contra Argentina, sirvió también como punto de origen para fases que acabaron en ensayo.

Tanto la touche como la melé cumplieron también una función defensiva clave: no concedieron plataformas especialmente ventajosas al rival, y en la mayoría de los partidos permitieron organizar la defensa desde una estructura estable.

En conjunto, las fases estáticas han sido uno de los grandes activos de España en este Mundial. Pocas selecciones fuera del tier 1 han rentabilizado tanto sus propias plataformas ofensivas. El equipo español no solo aseguró una gran parte de sus balones, sino que convirtió varias de esas posesiones en ensayo. En un torneo de tanto nivel, eso marca diferencias.


 

Juego abierto y continuidad ofensiva

Una propuesta ambiciosa, variada y con personalidad, traducida en números. Datos medios de España por partido en los cinco encuentros: defensores batidos: 15,8; carreras totales: 106,4; offloads: 7; y metros transportados: 346.

Estas cifras no solo superan ampliamente los estándares de selecciones de segundo nivel, sino que se acercan —y en algunos casos igualan— a las potencias del tier 1 como Sudáfrica, Nueva Zelanda, Francia o Argentina en torneos de esta categoría.

Superar las 100 carreras y los 340 metros por partido indica una España con intención clara de proponer, de no refugiarse en defensa y de construir ofensiva con continuidad. Los casi 16 defensores batidos por encuentro, junto con más de 7 offloads, muestran una selección capaz de generar superioridades, mantener la pelota viva y desordenar sistemas defensivos rivales. 

Estas cifras confirman que el ataque español no se construyó desde la acumulación de fases estériles, sino desde la alternancia entre el eje y el exterior, con presencia real de  segundas cortinas, varias opciones de ataque, apoyos profundos, delanteros participando activamente en fases de evasión y continuidad y una tres cuartos con movilidad, recursos en la evasion y buenos automatismos. Este volumen de producción se mantuvo incluso frente a selecciones más físicas, como Argentina o Georgia, lo que da cuenta de una madurez en la toma de decisiones y de un planteamiento ofensivo trabajado. 

España alternó bien entre penetración y amplitud, con constantes apoyos exteriores e interiores, usando a los delanteros como enlaces funcionales y no solo como herramientas de choque. El número de offloads y carreras indica que no se trató de un juego caótico, sino de un modelo ofensivo con criterio, buscando conservar la posesión a través del movimiento, no del contacto prolongado. La estructura no se desdibujó ante el rival, y España propuso su rugby independientemente del marcador, lo que le permitió desgastar y hacer dudar a selecciones estructuralmente superiores.

Más cerca que nunca

Los números respaldan de forma nítida el buen papel realizado por España en este Mundial Sub-20, pese a no haber conseguido ninguna victoria. Las estadísticas reflejan un equipo competitivo, con una estructura ofensiva madura, una defensa sólida en su sistema y una gran capacidad para proponer juego y sostener fases prolongadas en campo rival frente a potencias de primer nivel.

España fue superada, sí, pero no desbordada en todos los encuentros. El equipo solo colapsó de forma evidente ante dos circunstancias extremas: la riqueza táctica, la sofisticación y el talento estructural de Francia, y la aplastante superioridad física de Georgia, ante la que el conjunto español poco pudo oponer desde el contacto directo. En el resto de partidos, la selección mostró un nivel notable de organización, ambición y valentía.

Este campeonato deja una base clara sobre la que construir. Esta generación ha demostrado que está capacitada para competir en el máximo nivel juvenil, y los datos lo confirman. En un torneo con selecciones históricamente inalcanzables, España no solo ha sido un digno rival, sino que ha dejado momentos de brillantez, coherencia táctica y mucha personalidad.

Desde una perspectiva global, el rendimiento del equipo en los principales indicadores de juego —territorio, posesión, fases estáticas, continuidad ofensiva y eficacia defensiva— se ha situado por momentos en niveles muy próximos a los que manejan selecciones de primer orden. Sin alcanzar los estándares de regularidad y contundencia de las grandes potencias, el equipo ha mostrado una notable consistencia técnica y un salto competitivo medible en todos los registros clave.

Además, conviene subrayar que, en un deporte como el rugby, cada vez más técnico y estructurado, los datos no son un simple complemento: son una herramienta esencial para evaluar el rendimiento real de los equipos. A menudo, grandes analistas, cuerpos técnicos y federaciones toman decisiones estratégicas en función de lo que indican las estadísticas, no solo de las sensaciones. Y en este caso, los números hablan con una lógica aplastante: España se ha acercado como nunca antes a los estándares bajo los que las grandes selecciones compiten. La distancia ya no es una brecha: es un margen que esta generación ha empezado a cerrar.

 

Texto: Víctor García / Fotos: World Rugby 

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