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Una lectura mundialista del modelo de la División de Honor


De las veinte selecciones que conforman este Mundial, cada una de ellas con 33 jugadores nombrados en sus convocatorias definitivas, ninguna alineará un jugador de la División de Honor. Es decir, esta Copa del Mundo no tendrá ningún representante de la máxima competición nacional, a diferencia de la edición pasada donde, por lo menos, tuvo un representante en el tongano Faiva. Por desgracia, la escasez o, directamente, la más común ausencia de jugadores mundialistas en nuestra liga en el momento del torneo es la tónica habitual. Más allá de evidencias absolutas, un análisis pormenorizado de esta realidad y de la historia de los actuales nueve jugadores mundialistas con pasado en nuestra liga nos lleva a una interesante lectura sobre la competición nacional y su presente y futuro en un mundo oval con dos modelos bien diferenciados.

Comencemos este análisis enumerando los jugadores que servirán de guía en esta entrada. Once nombres, repartidos en siete selecciones, de las cuales una de ellas es Tier 1: Clemente Saavedra, Nicolás Herreros, Augusto Sarmiento, Pablo Casas y Franco Velarde, en Chile; Iulian Hartig, en Rumanía; Max Katjijeko, en Namibia; Teti Tela, en Fiyi, aunque queda muy distante aquella temporada 2016/17 en Getxo; Diogo Hasse Ferreira, en Portugal; Sosefo 'Apikotoa; y Joel Sclavi, en Argentina. Todos ellos, con pasado en División de Honor, ilustran una realidad actual de las competiciones más allá de las selecciones nacionales en la que, además de la tradicional liga entre clubes, ha irrumpido la de franquicias.

Iniciando por este último modelo, nos vamos a la certificación más clara de la utilidad de las  franquicias en la construcción de una selección nacional competitiva. En el caso que nos atañe, los cuatro chilenos que han partido hacia Francia lo han hecho defendiendo los colores de Selknam, la franquicia de la Americas Super Rugby que controla la federación andina. Tanto Herreros como Sarmiento, Velarde, Casas y Clemente Saavedra se dirigieron hacia su país para defender el modelo de alimentación más exitoso hasta la fecha tras un notable paso por la División de Honor. 

Así, puede deducirse que el atractivo de Selknam pudo sobre la posibilidad de seguir desarrollándose en Aparejadores, El Salvador, Cisneros o la Santboiana, respectivamente. Pertenecer a la estructura de desarrollo de una selección nacional y, además, profesionalizada dentro de una competición de franquicias mantiene un doble atractivo. Por una parte, el sentido de pertenencia y de ser pieza fundamental en algo a corto, medio y largo plazo. Por otra, competir a un nivel superior, precisamente por la capacidad económica y emotiva de uniones similares en sacar adelante esa competición.

Curiosamente, el caso del namibio Katjijeko puede leerse a medio camino entre la oferta por un club y el modelo de competición de franquicias nacionales. Tras su paso por Ordizia, el delantero fichó por Tel Aviv Heat, equipo franquiciado de la Super Cup de Rugby Europe. Sin embargo, el modelo del conjunto israelí, al igual que el de Iberians, dista lo suficiente del resto de franquicias como para tratarla de algo enteramente destinado al desarrollo de la selección nacional. Por esa razón, la oferta económica y de desarrollo enteramente profesional supuso un avance frente a la meramente deportiva del equipo vasco. Es decir, la salida de Katjijeko del rugby español, independientemente de cómo se produjera, acabó con talento mundialista en un sistema que, aun de carácter mixto, proporciona una mayor estructura, a pesar de la escasez de partidos.


Iulian Hartig, jugando con Alcobendas contra Cisneros.

El segundo modelo, el de las ligas de clubes tradicionales, ha sido el destino de otros tres mundialistas con pasado español. El argentino Sclavi, con pasado en Gernika; el rumano Hartig, con pasado en Alcobendas; y el portugués Hasse Ferreira, con pasado en Aparejadores, ficharon por La Rochelle, el primero, por Bassin d'Arcachon, el segundo, y Dax, el tercero, todos equipos de varios niveles de competiciones del país galo. No vamos a descubrir ahora la pólvora de las ventajas deportivas, profesionales y económicas que mantienen las ligas francesas de clubes, al igual que la inglesa o la japonesa, si bien esta última con más foco en lo económico. 

Caso similar en el formato a una competición de clubes, pero con franquicias en su ADN, es la Super Rugby, la competición donde prosigueron su carrera el fiyiano Tela, tras su paso por Getxo recalando en los Reds, y el neozelandés que juega con Tonga 'Apikotoa, que salió de Ordizia para jugar en los Chiefs para acabar formando parte de Moana Pasifika.

Está claro que la liga española no puede competir dentro del modelo de clubes más tradicional de las potencias europeas, y ni qué decir del Super Rugby, simplemente porque no tiene ni la estructura adecuada ni los recursos suficientes.

Llegados a este punto, se abren dos incógnitas. La primera es dilucidar por qué la liga española parece encontrarse en tierra de nadie. La segunda, entender cuál es el modelo más propicio para el desarrollo de nuestra selección. Sobre el primer punto, parece evidente que una liga de doce equipos profesionalizados se antoja ambiciosa. La posibilidad de una competición al nivel de exigencia de estructuras de una Peroni 10 italiana o, en un rango más adecuado, una Superliga rumana o una Premier rusa, es actualmente complicada. El modelo de clubes es cultural en España, y casi intocable, pero si se quiere avanzar acorde con los tiempos, una reestructuración de la División de Honor en cuanto a número de equipos y capacidades económicas se antoja imprescindible.

Por otro lado, sobre el segundo punto, la sempiterna discusión sobre las franquicias. Es necesario crear una franquicia de desarrollo para el rugby español, pero sin desatender una competición doméstica de calidad. Si miramos a las ligas italiana, rumana, portuguesa o georgiana, todas ellas avanzan en mejoras sin descuidar sus franquicias profesionales. La aspiración de España debe pasar por una liga acorde a su realidad, con una estructura moderna y sabedora de la limitación de sus recursos, y trabajando en la posibilidad de una franquicia real de desarrollo o de contrato profesional. 

La retroalimentación de ambos modelos es lo que creará, de verdad, una liga doméstica competitiva que pueda suponer un reclamo real para futuros jugadores mundialistas. Pero solo se conseguirá si se es realista con los mimbres que tenemos para tejer el futuro. 


Texto: Álvaro de Benito / Fotografía: UE Santboiana (1), Domingo Torres (2).

 

 

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