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El nefasto mensaje de un hipotético éxito de Samoa y Tonga


Si hace un par de días hablaba sobre la importancia que tenía para España que Georgia saliese reforzada de este Mundial, esta nueva entrada se centrará en analizar justamente lo opuesto. Y hablo de opuesto en un doble significado de la palabra: qué selecciones, de tener éxito, no favorecerían indirectamente tanto a España; y el choque de modelos por oposición.

Una de las grandes noticias de esta Copa del Mundo es que ha sido la primera de ellas en volver a la dualidad de nacionalidad deportiva, un concepto que no es nuevo en el rugby ni muchísimo menos, pero que ha vuelto con fuerza tras la última y polémica revisión política de World Rugby hacia los criterios de elegibilidad. El paso atrás dado hace años para que no se repitieran aquellos casos historiados en los Domínguez o Noriega ha desaparecido para contentar a algunas selecciones claves en los votos de quien dirige todo esto. 

Aunque no han sido las únicas en aprovecharse de la norma (sin ir más lejos, España ha sido usuaria de la misma en los casos de Beliè y de Estanislao Bay), Samoa y Tonga han sido las dos grandes beneficiadas del barbecho del pasaporte deportivo liderado desde Dublín. Las dos selecciones polinesias han estado en boca de todos por los procesos de nacionalización que han ido anunciando, noticias que caían como un jarro de agua fría en quienes condenan (condenamos) esta medida, y que ha posicionado a ambos conjuntos a la cola de jugadores desarrollados en el país de todas aquellas selecciones que disputarán el torneo.

A pesar de que la norma sea igual para todos, un éxito mundialista de Tonga o (y) de Samoa sería la certificación del éxito también de un modelo prostituido, pero legal. El retraso que supone volver a una norma de décadas atrás puede traducirse en un beneficio notorio para estas selecciones, expoliadas teóricamente por los dos gigantes del Pacífico que arrastran con sus redes no solo lo nacido en el país (y, por lo tanto, legal con ese ius soli rugbístico), sino también aquel producto mercantil que compran con sus ligas.

La representación del modelo en estas dos selecciones no es única. Acabo de señalar el beneficio de Australia y Nueva Zelanda, al igual que podría apuntarse el beneficio de Inglaterra como principal adalid de todo esto en Europa, como colaboradores necesarios. Sin embargo, demostrar al mundo que estaba en lo correcto es algo que se le puede pasar por la cabeza a un Beaumont que, una vez asegurada su poltrona, sabe que ambas selecciones son incapaces de pasar al nivel superior, pero que si lo hacen a un nivel superior al actual, algo factible, es un doble éxito y un mensaje a todo el mundo.

Por eso, un buen Mundial de Tonga y Samoa pondría sobre la mesa el valor del modelo que perpetúa los sillones y que favorece tanto a quienes arrastran como a los arrastrados, cuya pesca se limita a aquellos jugadores desechados por el actor imperialista o potencia regional y que otorgan, como si de liberar libertos se tratase, una segunda vida en la que apadrinarán la enseñanza del inferior. En el caso español, podría traducirse en la necesidad, cada vez más fuerte, de depender del extranjero, algo que sutilmente podría ser reforzado en nuestro rugby, un rugby que cae entre medias de una guerra pichot-beaumontiana de modelos en la que es difícil encontrar el equilibrio.

Solo un vuelco en las tornas y que Tonga o Samoa acabasen por encima de Australia y Nueva Zelanda pondría todo patas arribas, aunque hay más posibilidades de que, antes de que eso ocurra, baje Mr. Blazer al campo imitando el buen hacer de aquel jeque kuwaití en Valladolid para que nada se escape de un guion establecido que arroja pingües beneficios a las partes políticas del asunto, partes entre las que no se encuentra actualmente España.

 

Texto: Álvaro de Benito / Fotografía: Walter Degirolmo 

 

 

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