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El seven como caballo de Troya hacia la "leaguización"


El estadio se ilumina con pirotecnia mientras saltan menos de quince jugadores por equipo al campo al ritmo machacón del último éxito techno. Algunos llevan su nombre detrás de una camiseta llamativa, chirriante en exceso, y menos mal que llevan también número, porque por la similitud de su complexión sería difícil saber en qué posición juegan. Comienza el partido y no hay casi placajes y el juego es zigzagueante, el de alguien que no quiere ser atrapado y busca los numerosos huecos. No hay melés, o nada que no sea un sucedáneo por imperativo de ellas. Tampoco hay delanteros como tal ni, por supuesto, juego de delantera. Que el final del cuento sea a los 14 minutos o a los 80 parece que es determinante.

A raíz de la entrevista con Alhambra Nievas que publicamos la semana pasada, tuve la ocasión de acceder a diversas opiniones que se expresaron en redes sociales derivadas de esta charla. En concreto, una de ellas aludía, más o menos, a que la progresiva modificación de las normas suavizando y sancionando cualquier contacto que otrora eran normales en el rugby unión no tenía más que un objetivo: la leaguización del rugby (unión). Seguía el comentario hablando de que, desde hace años, World Rugby tiene entre ceja y ceja elevar la espectacularidad del rugby a base de dinamismo y velocidad, con jugadores físicamente iguales con los que alcanzar ese barniz de juego-espectáculo del rugby league más alejado de la tradición del unión.

Si bien estoy de acuerdo en la base de esa opinión, sí que creo que esa progresiva leaguización del rugby unión no comienza con un paulatino cambio en las normas, sino que es muy anterior y que el peor enemigo para el rugby XV, en su sentido tradicional, es la propia World Rugby y su asimilación del espectáculo y la expresión más colorista de la profesionalización a través, no de las normas, sino del caballo de Troya que, en cierto modo, supone el seven.

Soy consciente de que esta reflexión será inmensamente impopular y criticada en un país volcado con el seven, apoyado desde las propias instituciones mundiales que han elevado esta modalidad a disciplina olímpica como el único giro posible de visibilización en una gran cita multideportiva y en la que han consolidado un circuito profesional donde la espectacularidad y lo festivo reinan sobre el rugby como tal. Y lo digo sin tapujos: ¿por qué desde el rugby a XV se habla de leaguización en un tono generalmente despectivo, pero se alaba el seven casi siempre cuando es una modalidad que sacrifica las fases estáticas y la delantera en aras del puro espectáculo? 

No quiero creer que esa pasión hacia el seven es solo porque se sanciona desde World Rugby y, por lo tanto, si viene "de los del XV" está bien. Seamos sinceros: de las cuatro modalidades que existen en el rugby sobre césped (dejemos el subacuático o sobre nieve a un lado), las cuatro (XV, XIII, 9s y 7s) comparten dos de los aspectos más identificables del rugby: la portería en forma de hache y el balón ovalado; solo uno, el XV, mantiene viva la tercera seña de identidad generalmente aceptada: la melé.

Dando por aceptable la teoría de que la norma sea una evolución lógica hacia esa espectacularidad -personalmente, sigo creyendo que es para incrementar la seguridad de los jugadores y a ellos habría que preguntarles si esta paulatina modificación es la adecuada-, el principal problema que encuentro en el pleno desarrollo del XV del nuevo milenio es la preponderancia actual del seven como instrumento. Y digo instrumento porque, al final, la gallina de los huevos de oro sigue siendo la Copa del Mundo de XV masculina, por lo que el Circuito Mundial de Seven es una herramienta perfecta para ir inoculando el nuevo rugby que ya está aquí.

Vayamos por un momento a la era pre-profesional. En 1993, España jugó la primera Copa del Mundo de seven. Entre los nombres que formaron aquel equipo encontramos a jugadores de delantera, como Albert Malo o José Miguel Villaú, de complexión alta y con pesos que, hasta en un tercio de aquellos que la jugaron, superaban los 100 kilos. Décadas después, eso es impensable. El seven se ha convertido en el reflejo de esa leaguización de un World Rugby que aspira a que el XV entre, de una vez por todas, en todo lo que supone la profesionalización que comenzó de jure (de facto ya venía de antes) desde finales de 1995. Jugadores salarizados al 100% en un torneo espectacular, dinámico y entretenido, que anula las fases estáticas y que, además, son un escaparate de creatividad.

¿Quiere decir esto que el seven hay que criticarlo? Ni muchísimo menos. El inmovilismo es nefasto para la adaptación de cualquier cosa a las corrientes de moda y aceptación pública de cada momento. No hay que caer, sin embargo, en la trampa de pensar que una leaguización del rugby a XV es necesariamente mala, pero sí que hay que trazar su origen para todos aquellos que ven ese concepto como una amenaza para el tradicional rugby unión (a XV) y apuntar a que World Rugby es la principal interesada y que, por ello, llevarían décadas trabajando en ello.

Existen varias corrientes que apuntan a que las melés y lo que rodea al contacto son las áreas que más sufrirán este proceso normativo y de acuciante necesidad de dinamismo. Cualquiera que disfrute ahora mismo de un partido de rugby a XV observará la dificultad actual de que una melé salga "bien" a la primera. O que no acabe un juego estático en golpe de castigo y, cada vez más, en tarjeta de color. La cuestión de si ese "bien" es mejor o peor que las melés de hace veinte años no es tan relevante como si esa dinámica acabará con esa fase del juego como un residuo testimonial, casi romántico, tanto como para que en veinte años el aficionado la relacione con barro y polo de algodón más que con el astroturf y el colorinchi como hacemos todos con el saque de touche a una mano y sin ascensor.

Convertir la concepción del seven como un caballo de Troya a un instrumento con el que mejorar el XV de un siglo XXI ya entrado en años será la clave para una mayor adaptación a este "nuevo" rugby. Tendremos que aceptar que la delantera no será tan relevante en unos años  (ay del touche-maul) y que las fases estáticas del juego acabarán como las melés del seven o del XIII ("eso no son melés", dirá alguien), solo por el hecho de que, como el lince ibérico, habrá que proteger una de las tres señas de identidad del rugby. 

Para el XV del León, optimizar esta reconversión pasará, inevitablemente, por las ganas de cambio en el planteamiento deportivo de una Federación empeñada en mantener las dos disciplinas estancas, con leves y tímidos asomos de colaboración pero que, en las condiciones institucionales y económicas de nuestro rugby, no pueden darse tanto como serían deseables. Cuando en aquella primera Copa del Mundo de seven de 1993 el seleccionador de XV y de seven era el mismo, y los jugadores también, se respiraba una mejor comunión y de mejora constante entre ambas disciplinas, en las que el a VII comenzaba a construirse pero que, para las federaciones como la española, era una oportunidad de mejora para su XV, ampliando las capacidades de ciertas líneas y de una mejor coordinación.

Dos son los retos principales en las condiciones actuales de la Federación. El primero, saber aprovechar las enseñanzas del dinamismo y espectacularidad del seven para el XV desde ya, asumiendo que, sin ellas, el juego de muchas selecciones que otorgan un peso estratégico y táctico a las fases estáticas sufrirán en el escenario mundial a no tan largo plazo. En ese cambio del que hablamos, y al que World Rugby está decidido, es imprescindible apuntalar esos vasos comunicantes. La profesionalización del seven en los jugadores españoles condenan prácticamente los recursos a una carta que, visto lo visto, no siempre es ganadora. Los ingresos generados por el seven en el Circuito Mundial y en los Juegos Olímpicos son un buen premio para luchar por ellos, pero sabiendo que no siempre son, en el caso español, demasiado estables.

El segundo, asumir que el cambio que se ha ido cociendo durante años ha llegado para quedarse. No sé si es esa leaguización de la que algunos hablan, pero que la orientación hacia un rugby distinto es clara, es más que evidente. Si España está dispuesta a ser una potencia en el seven, deberá dar por sentado que su modelo para el XV pasará por una subordinación deportiva a las teorías del seven o de leaguización, en la cual, sin ingresos inmediatos y visibilidad por un eventual desastre del XV en sus aspiraciones mundialistas, el rugby español se verá abocado a tener que tomar una decisión.


 Texto  Álvaro de Benito   Fotografía  Mike Lee - KLC / World Rugby



 

 

 

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