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Así / Miguel Frechilla: Así nos enfrentamos a dos campeonas mundiales vigentes

 


Por Miguel Frechilla

Empecé a jugar a rugby muy tarde, con 16 años, y fruto de una casualidad. Me llegó la oportunidad de debutar en aquel España-Rusia en La Cartuja de Sevilla, en 1998. El hecho de representar a tu país es algo que nunca olvidaré, y tampoco olvidaré que, en el plazo de tres años, España se enfrentaría con las dos campeonas del mundo vigentes en ese periodo y que yo estaría ahí.

La primera vez que el XV del León se enfrentó a una campeona del mundo fue en el marco de una Copa del Mundo, la de 1999. El camino hasta el Mundial fue muy difícil para España, pero nos sobrepusimos a las adversidades y, por fin, conseguimos estar donde nos merecíamos Solo unos pocos privilegiados tuvimos la suerte de jugar el Mundial, pero muchos jugadores fueron pieza fundamental para conseguirlo, así que es de justicia acordarse de todos ellos.

El grupo en el que estábamos encuadrados, con Sudáfrica (campeona del Mundo en 1995), Escocia (anfitriona de su grupo) y Uruguay, una selección teóricamente de nuestro nivel, nos marcaba un claro objetivo: ganar a Uruguay en nuestro partido de debut. En el partido estuvimos a remolque de los sudamericanos, sufrimos mucho en las fases estáticas (lo que limitó nuestras opciones) y no supimos aprovechar las oportunidades. Con el pitido final fuimos conscientes de que se nos había escapado una oportunidad histórica y la derrota contra Uruguay fue un duro palo psicológico para el equipo.

Y, en cuestión de una semana, nos enfrentaríamos a la entonces campeona del Mundo, Sudáfrica. Recuerdo que la prensa deportiva coqueteaba con un resultado de récord a favor de los vigentes campeones. No podíamos pasar a la historia por una circunstancia como esa, así que el grupo se conjuró para dar la cara frente a los Springboks. Los seleccionadores hicieron bastantes cambios con respecto al quince titular de Uruguay y yo tuve la suerte de volver a entrar en el equipo titular, esta vez de ala izquierdo.

En condiciones normales jugaríamos un partido como ese como un premio, para disfrutar, pero veníamos de una dura derrota y los pronósticos los teníamos todos en contra, así que afrontamos ese partido con mucha rabia y orgullo por demostrar que la selección española se había ganado a pulso el acceso al Mundial y no íbamos a ser unos meros comparsas. Debíamos dar la cara hasta que las fuerzas nos aguantaran. Nuestro partido debía fundamentarse en una defensa numantina y aprovechar nuestras pocas opciones con balón. A sufrir, que de esto también va el rugby y sus valores.

Saltamos al campo con el objetivo claro de dar la cara, pero ni en nuestros mejores sueños imaginamos vernos hasta el minuto 30 con cero a cero en el marcador. Conforme pasaban los minutos más cómodos nos encontrábamos placando y defendiendo. Nos animábamos con las miradas porque los pulmones apenas nos permitían soltar una corta arenga a un compañero. No hacía falta. Los contactos eran durísimos porque la diferencia física con los sudafricanos era enorme. Y, además, cuando teníamos una mínima opción de ataque la explotábamos con desparpajo.

El público escocés rápidamente vio que los españoles habíamos saltado al campo a dar la cara, e incrédulos por lo que veían, nos animaban y jadeaban en cada contacto lo que nos daba un poco más de fuerza para seguir. Aunque la posesión del balón nos duraba escasos segundos, hicimos un enorme trabajo defensivo, sin fisuras. Y cuando defiendes y defiendes bien, disfrutas porque esa también es una faceta del juego. Estábamos aguantando y dando la cara frente a uno de los mejores equipos del mundo. Lógicamente, llegó el primer ensayo y tras él fueron cayendo más. Nosotros tuvimos nuestra pequeña gran recompensa con el golpe convertido por Ferrán y el marcador final nos permitió salir del campo con la cabeza muy alta y el reconocimiento del público escocés. Salimos orgullosos de Murrayfield.

Tras la charla del seleccionador tras el partido salimos en tropel al vestuario de los boks a cambiarles la camiseta, el pantalón o lo que se terciara. Recuerdo la cara de Joost van der Westhuizen, un ídolo de masas, que no daba crédito al ver cómo entramos en su vestuario para conseguir un recuerdo.

Tras un periodo de tres años muy intensos para mí, el rugby volvía a regalarme una oportunidad única: enfrentarme de nuevo a la vigente campeona del mundo, en este caso, Australia. Los Wallabies venían de proclamarse contra pronóstico campeones en 1999 con un juego que maravilló a todo el mundo por su dinamismo. En 2001 vinieron de gira por Europa y se enfrentarían a España en el Central. A todo jugador competitivo le gusta enfrentarse a los mejores equipos, así que recibí la convocatoria con muchas ganas de medirme a la actual campeona y de hacer un buen papel ante nuestra afición. Jugar contra Australia suponía medirse al vigente campeón del mundo. Es el partido que todo jugador quiere jugar. Un premio.

A diferencia del partido contra Sudáfrica, en el que se libró una batalla física, en esta ocasión los australianos nos desbordaban con suma facilidad fruto de su técnica individual y táctica de equipo. A nivel colectivo es el equipo más compenetrado de todos a los que me he enfrentado.

Australia vino a esa gira por Europa con su mejor plantel. Íbamos a enfrentarnos a las estrellas que veíamos por la tele. Para una vez que te vas a enfrentar a Australia, que sea con sus mejores jugadores. Salimos al campo con muchísimas ganas ya que jugamos en El Central de la Ciudad Universitaria de Madrid con el apoyo de la afición que abarrotó el campo. El mayor recuerdo de aquel partido fue la sensación de que aquel equipo que teníamos enfrente jugaba muy fácil a este deporte. En los contactos, en la técnica individual y colectiva, en todos los detalles se apreciaba la diferencia que existía entre ambas selecciones.

El partido se abrió rápidamente para los aussies. Hacían fácil lo difícil y, además, tenían un cambio de ritmo impresionante. Nos desbordaban con suma facilidad. El marcador fue muy abultado, pero no hacía otra cosa que reflejar la gran diferencia entre el primer nivel del profesionalismo del mejor equipo del mundo con el nivel amateur de nuestra selección. Como recuerdo positivo, además de participar en el encuentro, tuve la suerte de cambiarle la camiseta a Joe Roff, que para mí ha sido uno de los mejores alas de nuestra época. Un crack.

Fueron dos partidos interesantísimos de vivir, de los que marcan época. Personalmente, creo que con estas oportunidades que no son tan fáciles de tener y aquel Mundial, se podría haber conseguido una repercusión mayor, pero estoy seguro de que hubo gente que se aficionó con aquellos partidos. Quizás en el pasado no hubo la promoción necesaria de nuestro deporte, pero eso ya no lo podemos cambiar. Lo que sí que podemos es volcarnos en promover el rugby como uno de los deportes más espectaculares y completos, así como sus valores que son fuente de envidia y anhelo de otros deportes.

El rugby es una de las mejores experiencias que he vivido. Creo que he sido un privilegiado viviendo todo lo que he vivido gracias al rugby tanto a nivel de club como con la selección, como el haberme enfrentado a todas unas campeonas del mundo de la talla de Sudáfrica y Australia. Solo tengo palabras de agradecimiento hacia todos aquellos con los que he tenido la suerte de compartir esta aventura y, por supuesto, una cerveza en el tercer tiempo: jugadores, entrenadores, directivos, compañeros, rivales, periodistas y afición. A todos, gracias.

 

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