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Análisis: España acaricia la sorpresa ante Irlanda (43-27)


 

Las Leonas tuvieron un partido de coraje, mejora y despliegue físico frente a Irlanda (43-27), que confirma la línea ascendente de España y abre la puerta a soñar ante Japón.

Fortalezas y grietas en defensa 

El trabajo defensivo de España fue espectacular a todos los niveles. Más allá de los matices que podamos señalar —errores en basculación, intervalos exteriores o gestión de balones aéreos—, lo que transmitió el equipo fue intensidad, entrega y una capacidad admirable para sostener la presión rival. 

Las subidas a presión fueron contundentes a lo largo de todo el encuentro, con placajes frontales efectivos y buena recolocación inmediata tras el contacto. Durante las dos o tres primeras fases, el bloque se mantuvo compacto, obligando a Irlanda a trabajar cada metro. 

Las dificultades llegaron cuando Irlanda buscó amplitud en el ataque, utilizando a sus delanteras en carga desde posiciones abiertas y desplazando el balón con pases largos. Esa dinámica generó un esfuerzo extra en la basculación, que no siempre se produjo en bloque homogéneo, abriendo intervalos. 

Otro aspecto fue el posicionamiento en dos planos de ataque: jugadoras más planas y en carrera combinadas con otras más profundas. Esa doble opción de pase exigió a la defensa española tomar decisiones rápidas y complejas; en esa lectura, la presión fue valiente, pero sin total sincronía, lo que facilitó rupturas en canales 2 y 3 tras varias fases. 

A esto se añadieron errores significativos en la toma de decisiones sobre balones aéreos en campo propio. Varias acciones mal resueltas en recepción o cobertura concedieron a Irlanda posesiones inmediatas en zonas de riesgo. Estos fallos de gestión territorial condicionaron el marcador tanto como las fugas en la defensa abierta, porque Irlanda transformó cada error en plataformas de ataque decisivas. 

En síntesis: España supo contener en corto y en primeras fases, pero la amplitud irlandesa, las dos profundidades en ataque y la presión sobre los balones aéreos terminaron desbordando un bloque que mostró una actuación de enorme carácter y sacrificio colectivo. Conviene, además, subrayar el contexto: hablamos de un cruce entre la selección número 13 del ranking mundial y la número 5, un equipo asentado en el siguiente escalón del rugby internacional. Medirse de tú a tú en muchos tramos del partido, y hacerlo con esta intensidad, confirma que la defensa española estuvo a la altura del desafío.

La producción ofensiva 

El ataque español se sostuvo con inteligencia y carácter. No fue un partido con un gran volumen de balones jugables en amplitud, pero la mayoría de las posesiones se jugaron con decisión, lo que permitió mantener continuidad y una amenaza constante. La posesión estuvo nivelada, aunque España predominó en el juego en corto, acumulando fases cerca del punto de contacto. 

En buena parte, esa posesión se construyó sobre relanzamientos en corto, que no solo dieron continuidad sino que marcaron en realidad el ritmo de nuestro ataque. Al insistir en ese patrón de juego cerca del eje, España encontró seguridad y control, pero también condicionó el dinamismo de las secuencias. 

El ataque se apoyó en un plan aparentemente sencillo en tres cuartos y con menos automatismos colectivos, pero que aun así obligó a Irlanda a realizar un gran volumen de placajes. La diferencia estuvo en que, al concentrar el juego cerca del eje, muchos de esos contactos fueron más directos y, por tanto, placajes de mayor efectividad para la defensa rival. Es decir, se les exigió mucho trabajo, pero en un contexto menos incómodo que si se hubiera abierto más el campo o generado dobles planos de ataque. 

Estas limitaciones se paliaron con buenas trayectorias de carrera y recolocaciones inteligentes, que permitieron entrar cortando y mantener vivas las cadenas de fases. También destaca el recurso del ala cerrada atacando el canal 1, una variante que sorprendió a la defensa y abrió la puerta al juego desplegado en algunas fases. 

Los cinco ensayos españoles no fueron fruto de la casualidad, sino de un ataque sencillo en concepción pero eficaz en ejecución. Lo que aún falta en automatismos colectivos se compensó con claridad individual, apoyos bien pensados y capacidad para leer espacios, algo vital para encontrar grietas en una defensa de élite como la irlandesa. 

El enfoque tan cercano al eje ofreció control, pero tuvo un impacto en el ritmo: la media de resolución de los rucks españoles fue de 5,5 segundos, frente a los 4,5 segundos de Irlanda. Y hay un dato revelador: España solo logró balones rápidos (resueltos en menos de 3 segundos) en el 30 % de sus rucks, mientras que Irlanda alcanzó el 55 %. La consecuencia es clara: el sistema español ofreció mucha seguridad, pero a cambio de un juego más lento; Irlanda, en cambio, imprimió mayor velocidad y dinamismo a través de sus apoyos más amplios y balones más limpios. 

En conjunto, la producción ofensiva española evidenció que, aun estando en construcción, hay capacidad real de generar juego y finalizar con éxito. La combinación de paciencia, cabeza y recursos puntuales convirtió lo simple en eficaz y refuerza la impresión de que este equipo puede competir muy bien en este nivel.


 

Melé y touche: solvencia, con matices

España estuvo muy solvente tanto en ataque como en defensa en las fases estáticas. La melé aseguró todas sus posesiones y permitió a la defensa partir de buenas posiciones tras balón contrario, mientras que la touche, con un 90 % de efectividad, garantizó la continuidad del juego propio. Esta fiabilidad otorgó balones de calidad para los medios, desde los que se elaboraron secuencias ofensivas de cierto nivel.

En melé, los lanzamientos fueron estables y generaron plataformas de salida limpias, aunque en general resultaron bastante previsibles. La excepción fue una acción puntual en la que la medio de melé conectó con el ala cerrada que se lanzó en canal 1, una variante bien ejecutada que sorprendió a la defensa irlandesa y demostró que existen recursos por explotar en este tipo de situaciones. 

En touche, la apuesta por formaciones reducidas fue constante. Dentro de esa fórmula aparecieron algunas acciones sorpresivas con amagos de salto en zona 4 o 6 y entrada de una jugadora en zona 2, que devolvía en corto a la talonadora para lanzar la continuación. Este recurso se utilizó en dos momentos clave: en la primera parte, donde permitió avanzar muchos metros y situarse en una posición muy ventajosa; y en la segunda, cuando se convirtió en el último ensayo español, actuando como una variante eficaz para evitar quedar atrapadas en un maul estático o en una cadena de pick and go previsibles, y sorprendiendo a la defensa irlandesa con una salida limpia y dinámica. 

Ahora bien, el patrón general fue de relanzamientos de las delanteras que se quedaban fuera del alineamiento, con jugadas muy cercanas a la touche. Estos movimientos, aunque cumplían su función, fueron previsibles y limitaron la incertidumbre en la defensa rival, que pudo defender de pie y con números alrededor del punto de encuentro. 

En resumen: la valoración global es positiva. España fue solvente en melé y touche, consiguió balones de calidad y posiciones defensivas sólidas, y mostró capacidad para sorprender en momentos concretos. No obstante, el sistema de lanzamiento de juego sigue siendo demasiado previsible, y el siguiente paso debe ser diversificar las salidas para que cada fase estática no solo asegure la posesión, sino que también cree verdadera incertidumbre en el sistema defensivo rival. 

Juego aéreo: avances y asignaturas pendientes

En el juego aéreo defensivo, España sufrió más de la cuenta. El trabajo sobre el pie rival derivó en los dos errores más graves del partido, ambos en campo propio, que ofrecieron a Irlanda balones de oro para atacar en posiciones ventajosas. Más allá de esas acciones puntuales, se evidenció la falta de estructuras colectivas de contraataque: las recepciones se resolvieron en gran medida con acciones individuales, sin una organización clara de apoyos ni un método definido para montar un juego de continuidad. Incluso sin una presión asfixiante por parte de Irlanda, España no logró ordenar sus salidas desde atrás, lo que limitó mucho la capacidad de respuesta. 

En el juego al pie ofensivo, hubo cierta mejora con respecto al partido frente a Nueva Zelanda. El equipo logró salir con algo más de calma y con menos sensación de agobio, pero el sistema sigue mostrando lagunas importantes en la persecución: no existe todavía una estructura establecida de presión tras la patada, lo que se traduce en demasiados balones regalados al rival. Varias de las patadas supuestamente ofensivas se transformaron en entregas limpias dentro de la 22 irlandesa, sin opciones reales de competir por la posesión. 

Aun así, sí hubo momentos donde el pie español generó dificultades al rival, más por errores no forzados de Irlanda en la retención del balón que por una estrategia ofensiva claramente diseñada. En el juego aéreo puro, las españolas estuvieron más finas que sus contrarias, logrando asegurar mejor algunas recepciones contestadas. Sin embargo, todo ello se produjo de manera más reactiva que estructurada: falta un plan colectivo, tanto para explotar el pie propio como para neutralizar el del rival. 

En conclusión, el bloque aéreo y de gestión del pie sigue siendo una de las asignaturas pendientes de España. Se cometieron errores costosos en campo propio y aún falta estructura en la persecución, aunque se apreciaron avances con respecto al choque frente a Nueva Zelanda, especialmente en la tranquilidad para gestionar ciertas salidas.


 

Conclusión global 

El partido frente a Irlanda debe entenderse en su contexto: una selección asentada en el top-5 mundial frente a un equipo que pelea por consolidarse en la élite. Desde esa perspectiva, el mérito del rendimiento español es indiscutible. España mostró mucho más rugby que en el debut frente a Nueva Zelanda, y lo hizo con un despliegue físico enorme, un trabajo mental de primera línea y una ilusión contagiosa. 

Hubo errores, sí, y aspectos claramente mejorables —como la gestión del juego al pie o la falta de automatismos ofensivos que permitan generar más opciones en el ancho—, pero la línea ascendente es clara. El coraje y la claridad con la que se afrontó este segundo partido invitan a pensar que el equipo no solo está aprendiendo a competir en este nivel, sino que empieza a plasmar fortalezas propias en el campo. 

Además, las estadísticas, siempre reveladoras en rugby, dejan entrever tanto las tendencias del encuentro como la calidad del juego desplegado. Leídas en su conjunto, muestran un partido muy equilibrado frente a una potencia de primer nivel mundial, en el que España estuvo a la par en casi todos los órdenes. Eso tiene un mérito enorme y alimenta el optimismo: no hablamos ya de un esfuerzo puramente de resistencia, como ocurrió contra Nueva Zelanda —donde las cifras estaban muy desniveladas—, sino de un choque jugado de tú a tú, en el que los errores propios y la falta de concreción en momentos puntuales, especialmente en las entradas en 22 rival, marcaron la diferencia en el marcador. 

El horizonte inmediato es Japón, y este encuentro frente a Irlanda deja la sensación de que España tiene capacidad para imponer sus virtudes y aspirar a una victoria. Con más orden en los detalles y con la misma intensidad que se ha visto, el paso adelante puede convertirse en algo tangible.

 

Texto: Víctor García / Fotos:  Morgan Harlow - World Rugby (vía Getty Images)

 

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