Análisis: Japón baja a España a la tierra (29-21)
Las Leonas firmaron un gran esfuerzo defensivo ante Japón, pero en el partido de mayores expectativas del Mundial volvieron a faltar armas ofensivas para acumular posesión y un plan de juego al pie para transformar el trabajo en victoria.
Defensa
España volvió a pasar más minutos de los previstos defendiendo. Aunque en la previa había equilibrado muchos de sus números y las estadísticas apuntaban a un partido parejo, en York el guion se inclinó hacia la resistencia: Japón se adueñó del 62 % de la posesión y obligó a las Leonas a proteger su campo durante un 66 % del tiempo de juego.
El volumen defensivo fue enorme: 191 placajes con casi un 90 % de eficacia, una cifra notable que refleja esfuerzo y orden colectivo. Además, muchos de esos contactos fueron placajes ganadores y de enorme contundencia, lo que subraya aún más el nivel de compromiso físico del equipo. Sin embargo, esta vez ese despliegue defensivo no bastó: fue insuficiente ante un rival que estaba marcado en rojo en el calendario como la gran oportunidad para irse del Mundial con una victoria.
En la primera parte, Japón no buscó tanto el choque inmediato en torno al punto de encuentro, sino que trató de atacar intervalos más lejanos de la zona del ruck. Sus receptoras llegaban en carrera en canales intermedios y buscaban contactos bajos para ganar metros rápidos, sin necesidad de emplear muchos apoyos, de forma que podían reservar jugadoras para la continuidad en fases posteriores. España respondió bien en ese escenario: placó con eficacia, ralentizó varias de esas salidas y consiguió cortar parte de la fluidez nipona.
La segunda mitad fue distinta. Japón ajustó su propuesta y, a sus intentos de amplitud, añadió mayor contundencia en el juego cerrado, apoyándose sobre todo en touche y maul. Fue un terreno en el que en la primera mitad habían sufrido más ante el empuje español, pero en la reanudación se encontraron mucho más cómodas y eficaces. El pick and go apareció como recurso puntual en campo rival, especialmente dentro de la 22 española, donde les permitió asegurar balones y avanzar en corto.
La clave, sin embargo, estuvo en que las niponas lograron imponer su ritmo en las fases cerradas, desgastando poco a poco a la defensa. Ese cambio, unido al cansancio acumulado por las Leonas tras tanto tiempo defendiendo, acabó por abrir grietas. Aunque España seguía conteniendo la primera oleada de avance, el desgaste se tradujo en más errores en el punto de encuentro y en una cadena de golpes de castigo que dieron oxígeno a las japonesas. Con más posesión, territorio y confianza en su juego corto, Japón pudo jugar con comodidad hasta inclinar definitivamente el partido.
Los ensayos encajados ilustran bien ambas caras de la moneda. El primero fue particularmente doloroso, no tanto por reflejar la evolución del juego, sino porque nació de un error innecesario en campo propio: una salida de ocho desde una melé en la 22, que en lugar de optar por el choque directo para asegurar plataforma y preparar un despeje, buscó un pase arriesgado hacia el abierto. La pérdida dio pie a una nueva melé para Japón, desde la que la medio de melé nipona salió con comodidad, su par flotó en lugar de presionarla y, con una simple combinación de pases, el balón llegó al ala para ensayar sin oposición.
En la segunda parte, en cambio, llegó un ensayo que sí reflejó el desgaste colectivo: en una circulación japonesa no excesivamente rápida, la defensa española se resquebrajó y la número 7 nipona encontró un canal cercano al ruck. Con un contrapié rompió por dentro e hizo estéril toda la basculación de la línea defensiva española , que ya estaba muy castigada tras tantos minutos de resistencia.
Un factor añadido que terminó por asfixiar a la defensa fue la escasa presión sobre las patadas propias. Las patadas no eran necesariamente cortas, pero al priorizar que toda la línea subiera en bloque, sin conceder huecos, se renunciaba a disputar la recepción y el rival reiniciaba el juego demasiado cerca de la zona de origen. En la práctica, el punto de encuentro tras cada patada quedaba muy próximo al lugar desde el que se había golpeado el balón, o al menos no lo suficientemente lejos como para ganar verdadero respiro territorial. Eso favoreció a Japón, que recibía siempre con calma, podía elegir la zona donde fijar el siguiente agrupamiento y llegaba a ese punto con todo el equipo ya preparado. España terminó defendiendo durante muchos minutos contra ataques estructurados y ordenados, acumulando un desgaste que acabó siendo decisivo.
La sensación real es que esa obsesión por subir todas juntas, despacio y en bloque, para anular cualquier posibilidad de contraataque o de juego en transición posterior, acabó teniendo un precio muy alto para España. El equipo se aseguró estructura, pero a cambio se entregó a un partido jugado casi siempre en campo propio, obligado a defender de forma constante frente a un rival cada vez más cómodo. Y lo más frustrante es que, frente a un adversario teóricamente parejo, la mala gestión del juego al pie acabó concediendo demasiada posesión de calidad a Japón. Fue, probablemente, el factor que inclinó definitivamente el encuentro y que hizo inútil tanto esfuerzo defensivo, agotando al equipo hasta el límite.
Ataque
El ataque español comenzó ya marcado por una decisión poco habitual en la primera melé dentro de la 22 propia. En vez de realizar la salida segura del 8 para establecer un punto de encuentro y preparar desde ahí un despeje con el pie, el balón salió de las manos de la tercera línea sin haber fijado previamente a nadie ni generado intervalo alguno, y se dirigió hacia la zaguero Amalia Argudo. Esta recibió muy cerca de la zona de ensayo, con la defensa rival completamente encima, y la acción terminó en pérdida. Fue un inicio que transmitió la sensación de que el plan ofensivo comenzaba sin la claridad necesaria.
A partir de ahí, el equipo trató de cimentar la posesión sobre cargas de la delantera, pero esta vez no estuvo tan inspirada como frente a Irlanda: los balones salieron más lentos y permitieron que las japonesas defendieran con eficacia. Cuando el balón se abrió, hubo intentos de dar más riqueza con dobles cortinas de ataque o señuelos, pero todo resultó poco efectivo.
En medio de esa dificultad llegó la primera acción productiva. Tras un golpe de castigo en campo rival, Anne Fernández de Corres jugó rápido, detectó la brecha y ganó metros sobrepasando defensoras. Desde ahí se encadenaron dos o tres relances en carrera con descargas en penetración, que dieron continuidad al ataque y acabaron culminando en el primer ensayo español, obra de la talonadora Cristina Blanco.
Más tarde, España volvió a golpear tras otro golpe de castigo, esta vez llevado a touche. Desde allí se organizó una cadena de pick and go de la delantera, que supo mantener la paciencia y acabó encontrando el hueco para posar el segundo ensayo. Fue una de las pocas ocasiones en las que la defensa japonesa se vio realmente superada.
Durante varios tramos del encuentro también se introdujeron recursos inéditos hasta la fecha como patadas cortas bombeadas a la espalda de la defensa rival. Se aprovecharon en momentos en los que Japón subía con la línea muy adelantada, buscando castigar el espacio vacío a su espalda. Sin embargo, no hubo continuidad suficiente como para disputar con verdadera ventaja esos balones en el aire, y aunque el recurso apareció algo más de lo habitual, su eficacia fue limitada. Quedó la duda de si se trataba de un enfoque reactivo al partido o de una decisión estratégica premeditada, pero en todo caso fue un arma que no acabó de dar frutos.
El mejor movimiento ofensivo del partido llegó en la recta final: España enlazó varios offloads, desplegó con ritmo desde campo propio hasta la 22 rival y sorprendió con la irrupción de Clàudia Peña, que entró como factor inesperado en lugar de las delanteras previstas y culminó la jugada en ensayo. Esa acción reflejó que sí se intentaron hacer más cosas: se utilizaron señuelos, se probaron movimientos y se buscó dar variedad al ataque. Pero todo resultó estéril porque faltaban automatismos bien trabajados. Algunas decisiones se tomaron con voluntad, incluso en momentos adecuados, pero el equipo transmitió que jugaba más con corazón que con armas tácticas reales para sostener un plan ofensivo consistente.
En definitiva, España sí dispuso de momentos con capacidad de generar peligro: el juego cerrado en corto, un par de chispazos nacidos del desorden y esa jugada final en abierto que fue, probablemente, la más brillante del partido. Sin embargo, no logró hacer verdadero daño a Japón con el balón en horizontal. El rival se sintió cómodo defendiendo en amplitud, mientras que España careció de los mecanismos para desordenar la línea rival y explotar los intervalos. Quedó claro que, aunque hay destellos de calidad y voluntad de atreverse, el equipo necesita todavía dotarse de recursos más estructurados para que su ataque pueda sostener y compensar todo el volumen defensivo que despliega.
Los números refuerzan esa lectura: la presencia en campo rival fue mínima, con un porcentaje de posesión ofensiva muy bajo y apenas 160 metros ganados a la mano en todo el encuentro. Una cifra pobre que refleja las dificultades para encadenar fases que desactiven a las defensas. Además, la velocidad de ruck resultó claramente inferior a la de Japón, con un promedio en torno a los 5,5 segundos, lo que dio tiempo a la defensa nipona a reorganizarse y limitó cualquier posibilidad de continuidad con ritmo.
Bien es cierto que las Leona han demostrado en varias fases de los partidos buena capacidad de lectura d apoyos y toma de decisiones una vea superada la primera cortina defensiva rival, pero e problema viene ahí, en que la gran mayoría de esas situaciones han venido de momentos de juego descontrolado pero tan apenas de situaciones de descontrol generadas por el plan de juego español.
Pese a marcharse al descanso con ventaja en el marcador, aquella renta fue fruto de aprovechar al máximo dos acciones muy concretas, más que de una producción ofensiva constante. España sacó un rendimiento espectacular en la primera parte, pero el juego desplegado no correspondía con esa eficacia. Por eso, aunque oficialmente la imagen que quedará en la memoria es que el partido se perdió en el segundo tiempo, en realidad empezó a perderse ya en el primero, cuando la falta de continuidad ofensiva anticipaba que sería muy difícil sostener el resultado.
Fases estáticas
En la melé apenas hubo situaciones de lanzamiento. España estuvo estable en la plataforma, pero sin lograr una producción significativa de balones de calidad. La salida de ocho fue mínima y, cuando se intentó alguna variante —como la ya mencionada en la primera parte, con pase hacia la zaguera—, acabó en pérdida. A partir de ahí el equipo prefirió asegurar, pero sin conseguir sacar verdadero rédito ofensivo.
La touche ofreció una fiabilidad razonable en cuanto a porcentaje de conquista —cerca de un 85 %, en un nivel similar al de Japón—, pero el rendimiento fue irregular. Hubo una variante sorpresiva con Anne Fernández de Corres que terminó en pérdida rápida y no volvió a repetirse ya nada en ese tipo de registro. El principal problema estuvo en el acoplamiento entre fases: el punto de salto, la bajada del balón desde la torre hacia la medio de melé y la posterior elección de la jugada o de la zona para atacar la defensa no estuvieron bien coordinados. En varias ocasiones el lanzamiento fue limpio, pero la continuidad se vio comprometida porque no se eligió el lugar adecuado para fijar el punto de encuentro ni para intentar generar ruptura. Japón lo detectó con rapidez y pudo defender con ventaja.
El maul, en cambio, fue la plataforma más rentable. No llegó a culminar ensayo directamente, pero sí generó situaciones propicias que pusieron a España en disposición de marcar. Cada vez que se estructuró, el avance fue claro y obligó a la defensa japonesa a emplearse a fondo para frenarlo. Sin embargo, más allá de esas situaciones puntuales, el lanzamiento desde touche no tuvo continuidad en el juego abierto: los balones jugados fuera del maul resultaron lentos o mal orientados, lo que limitó mucho la capacidad de enlazar fases ofensivas a partir de ahí.
La comparación con Japón fue clara: las niponas firmaron un 100 % de efectividad en sus touches, con saltos más limpios, mejor sincronización y una ejecución especialmente eficaz en zona 6, desde donde construyeron varias de sus mejores plataformas de ataque.
Valoración global
España volvió a firmar un partido con un rendimiento defensivo notable, capaz de sostenerse muchos minutos frente a una selección que tuvo más posesión e iniciativa. Sin embargo, el sabor final deja un cierto regusto amargo: este era un partido marcado en rojo en el calendario, la gran oportunidad de sumar una victoria en el Mundial, y se volvió a conceder demasiada posesión sin contar con las armas ofensivas necesarias ni con un plan claro de juego al pie. Esa carencia pesó en todo: en el territorio, en la iniciativa y en la capacidad de imponer el ritmo del encuentro.
Lo que faltó ante Japón es, en realidad, lo mismo que faltó para rematar la machada ante Irlanda: armas prácticas y automatismos en momentos clave. Y eso da rabia porque el equipo sí estaba preparado, sí había contado con medios y sí llegó en un punto físico y anímico estupendo, capaz de pegarse auténticas palizas defendiendo, corriendo y placando y de no tirar la toalla en los ochenta minutos. Pero cuando llegó el momento de transformar ese esfuerzo en puntos, faltó una jugada más, un recurso claro, una herramienta que permitiera traducir la superioridad física en ensayos. No se trata de inventar un juego de ataque con mil señuelos , dieciocho cortinas y cuatro opciones de pase disponibles siempre, sino de disponer un cierto abanico de soluciones concretas para romper las defensas con más asiduidad de lo que se ha podido hacer este Mundial.
También se hace necesario desarrollar un juego al pie mucho mejor estructurado: en contextos de alto nivel el pie es un puntal básico del plan de juego, y más para selecciones como la nuestra. No se trata de disputar cada patada, pero si de tener opciones de pelear alguna que otra bola aérea y de asegurar mucho más territorio. Solo así se podrá evitar entregar tanta posesión de calidad al rival, equilibrar la balanza defensa ataque y poder empezar a construir juego en campo del rival y no tener todo el rato que volver a tener que enfrentarse a ataques ya armados para acumular fases en campo propio.
Se hace muy necesario convertir el pie en algo más que un arma de despeje para poder tener más opciones en los partidos competidos. Quizá el día de Nueva Zelanda estuvo más justificado el uso y el día de Irlanda se gestionó de mejor manera, pero el partido contra Japón, el pie fue una sangría para las opciones de partido españolas.
Pese a todo, queda el mérito de unas jugadoras que lo dieron absolutamente todo, que mostraron ilusión hasta el último aliento y que compitieron con mucho más que simple dignidad. Este grupo ha transmitido confianza en sus posibilidades, ha demostrado que con una preparación adecuada puede alcanzar un nivel físico altísimo y competir de tú a tú incluso en contextos muy exigentes. El regusto es algo amargo, sí, pero también deja la esperanza de que con un plan de juego más rico y con las armas adecuadas, el futuro pueda ser mucho más dulce.


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