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Análisis: España se sacrifica y resiste con dignidad ante las campeonas del mundo


Las Leonas caen por 54-8 frente a Nueva Zelanda en su debut mundialista, tras un esfuerzo defensivo titánico y el buen y sacrificado trabajo de la delantera, pero con mucho por mejorar en la parcela ofensiva. El estreno de España en el Mundial femenino de rugby se saldó con una derrota amplia, pero también con una actuación marcada por el sacrificio y el coraje. Ante una potencia colosal como Nueva Zelanda, las Leonas firmaron un partido de resistencia y entrega, con un volumen de placajes extraordinario y un notable trabajo colectivo de la delantera, aunque con enormes dificultades ofensivas y una utilización ineficaz del juego al pie. 

 

Defensa: mucho volumen, esfuerzo insuficiente

España ofreció un esfuerzo defensivo titánico, con más de dos centenares de intentos de placaje y 157 acciones completadas. La eficacia rozó el 80 %, un porcentaje considerable en este nivel, pero que resultó insuficiente ante el poderío físico y técnico de las campeonas del mundo. El equipo resistió hasta casi la extenuación, con una tasa de entrega física enorme, que mantuvo durante muchos minutos a las Black Ferns a raya. 

Los problemas estructurales aparecieron pronto: vulnerabilidad en los costados y deficiencias en los desplazamientos defensivos, lo que permitió a jugadoras como la flanker Jorja Miller descolgarse con facilidad para encontrar espacios y ensayar. 

En conjunto, la defensa española trabajó con tesón en el placaje y una recolocación razonablemente correcta, pero el juego expansivo de Nueva Zelanda acabó encontrando grietas. Tras varias fases acumuladas, los desplazamientos laterales terminaban dejando a las Leonas en contrapié, y las Black Ferns supieron atacar los intervalos entre el segundo centro y las alas, zonas donde España se rompía con mayor facilidad cuando el balón se alejaba hacia las bandas.

Un aspecto positivo fue el trabajo en el suelo: aunque España no robó demasiados balones, sí consiguió ralentizar el juego en un porcentaje reseñable de ocasiones. Esa constancia en el ruck permitió frenar el ritmo de Nueva Zelanda y evitar que el partido se convirtiera en una sangría aún mayor. Fue clave para llegar al descanso con un marcador relativamente contenido (21-3).

Además, la actitud defensiva española forzó errores: entre los no forzados propios de un debut y los provocados por la intensidad rival, Nueva Zelanda acumuló imprecisiones que impidieron que la brecha se disparase hacia guarismos escandalosos.

 

Ataque: condicionado y sin claridad

El enorme esfuerzo defensivo condicionó por completo el rendimiento ofensivo. Con apenas un 30 % de posesión, España tuvo muy pocas oportunidades de desplegar juego y, además, las gestionó con dificultad. La casi totalidad de las presencias en campo rival llegaron tras penalizaciones de Nueva Zelanda, lo que refleja la dificultad para generar peligro desde la propia construcción.

Incluso en el tramo final, con superioridad numérica (15 contra 13), España volvió a depender de un golpe de castigo para lanzar una touche que acabaría en el ensayo de Inés Antolínez. El equipo, exhausto tras un esfuerzo defensivo descomunal, no consiguió transformar esa ventaja en un plan ofensivo reconocible.

Las pocas veces que intentó jugar con continuidad lo hizo con fases cortas y conservadoras, sin la claridad ni la velocidad necesarias para dañar a la defensa rival. Al no haber un juego estructurado capaz de hilvanar fases y desplazar el balón con sentido hacia los tres cuartos, lo poco que se generó desde recuperaciones o salidas al abierto fue un rugby intuitivo, improvisado y sin mordiente real. 

La escasa posesión explica en parte estas limitaciones ofensivas, aunque también se notó que en los pocos balones disponibles faltó más calma y claridad para gestionarlos con continuidad. Es un aspecto estructural que deberá trabajarse para poder aprovechar mejor cada oportunidad de ataque.

 


Juego al pie: recurso mal utilizado 

El juego al pie fue el principal recurso para aliviar la presión desde campo propio. Sin embargo, se utilizó de manera ineficaz. Nunca se pateó desde el 9: las responsabilidades recayeron únicamente en el 10 y el 15, que buscaron enviar el balón al campo contrario. 

El gran problema fue que esas patadas no fueron acompañadas por una estructura organizada de persecución. En la práctica, Nueva Zelanda recibía con comodidad y con tiempo para lanzar contraataques. Se regalaron demasiados balones y se echó en falta, incluso, el recurso a patadas bombeadas en medio campo con carga posterior para disputar la posesión. Fue, en definitiva, un juego al pie mal planificado y peor ejecutado, que más que aliviar acabó reforzando la iniciativa neozelandesa.


Fases estáticas: fiabilidad sin construcción

En las fases estáticas, España mostró un desempeño más que digno. En la melé, las pocas oportunidades se resolvieron con corrección: la primera línea consiguió generar sus propias posesiones, sin ser arrastrada ni sometida

En la touche, el balance fue igualmente positivo: solo se perdió una. El resto se jugó con orden y con un buen timing entre saltadora, levantadoras y lanzadora, lo que permitió asegurar la posesión y mantener vivas las plataformas mínimas de ataque. La única touche fallada llegó en una acción con demasiados amagos y movimientos previos, que se quedó parada y facilitó la recuperación rival. Al margen de esa excepción, la delantera mostró seriedad y corrección en la ejecución. 

Ahora bien, el lanzamiento de juego posterior fue escaso y poco clarividente: casi siempre se acabó en choques a la primera oportunidad de contacto, sin lograr continuidad. España aseguró la posesión, pero no supo construir a partir de ella.

 

Valoración final: sacrificio descomunal pero con margen de mejora

El debut de España en el Mundial se explica en varias palabras: esfuerzo titánico, sacrificio, ilusión, coraje y disciplina defensiva. Las Leonas firmaron un encuentro de entrega absoluta, con un volumen de placajes brutal y una delantera que sostuvo al equipo hasta la extenuación.

El marcador (54-8) refleja la superioridad lógica de Nueva Zelanda, pero también la capacidad española para sufrir con orden y carácter, evitando una goleada escandalosa. La imagen que deja el equipo es la de un grupo que sabe sacrificarse, resistir y mantener la disciplina, incluso ante un rival muy superior.

En el plano ofensivo, sin embargo, el equipo mostró carencias evidentes. La escasa posesión y el desgaste físico limitaron sus opciones, pero además se gestionaron con poca claridad las oportunidades disponibles: España apenas logró proyectarse en campo rival salvo por penalizaciones rivales, y no supo aprovechar ni siquiera la superioridad numérica final para mostrar un plan ofensivo reconocible. Lo poco que se intentó en continuidad se redujo a fases cortas o a iniciativas improvisadas desde tres cuartos, más intuitivas que planificadas y sin mordiente real. 

En definitiva, las Leonas transmitieron coraje, entrega y capacidad de sufrimiento, pero también dejaron claro que la parcela ofensiva está totalmente por mejorar. El reto pasa ahora por transformar ese sacrificio y disciplina en un rugby más claro y efectivo con balón, algo indispensable para competir con verdaderas opciones en los próximos encuentros.

 

Texto: Víctor García / Fotografías: Molly Darlington 

 

 

 


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