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Análisis: Desmenuzando la gira norteamericana

 


España afrontaba esta gira con un objetivo claro: lograr por primera vez la victoria frente a Estados Unidos y mantener un nivel sólido ante Canadá. Más allá de los resultados, que se apuntaban como vitales para el crecimiento del equipo y para el ascenso en el ranking mundial, la prioridad era afianzar el desarrollo del grupo, mejorar la cohesión y sumar puntos para lograr una mejor posición en el sorteo futuro del Mundial. 

El partido contra Estados Unidos era la prueba más exigente, un rival potente y físico que exigía lo mejor del conjunto español. Sin embargo, el encuentro contra Canadá también requería máxima concentración y compromiso, ya que el equipo debía evitar relajaciones y demostrar consistencia para consolidar su progresión.

Este análisis detalla ambos encuentros, desglosando las claves tácticas, defensivas y ofensivas que marcaron las diferencias, y las lecciones aprendidas para seguir creciendo en el escenario internacional.

 

Buena estructura defensiva, pero sin colmillo


España ha mostrado en esta gira de julio un sistema defensivo que, desde el punto de vista estructural, presenta una notable solidez. La línea avanza de forma organizada, con buena comunicación, y los jugadores de tercera y segunda línea hacen un enorme trabajo de llegada, basculación y limpieza defensiva. Es un equipo que se mueve bien, recircula con agilidad y entiende bien los principios de ocupación del espacio. Sin embargo, ese sistema, correctamente planteado, se encuentra con una limitación seria: en el contacto, España no consigue imponerse con regularidad.

El dato de los 22 placajes fallados contra Estados Unidos es una muestra de esa deficiencia. Si bien buena parte del sistema cumple con su cometido en cuanto a forma y orden, cuando el rival acelera y propone un juego vertical desde estructuras de delanteros o desde cortinas en velocidad, España sufre mucho. Este problema, detectado también frente a Canadá, compromete no solo los duelos individuales, sino también la capacidad para generar situaciones defensivas ventajosas: los placajes se hacen en retroceso, de forma reactiva, acompañando al portador y no frenando su avance.

Pese a ello, hay que reconocer el buen trabajo defensivo del equipo español en zonas rojas. En ambos partidos, especialmente frente a Canadá, el equipo se mostró más agresivo, cerró bien los espacios, fue más rápido al suelo y aguantó varias secuencias defensivas prolongadas con eficacia. Es decir, en defensa pasiva España sufre, pero en defensa reactiva cerca de su línea de marca se comporta con bastante solidez. Eso habla bien del carácter del equipo y de su capacidad para gestionar momentos críticos.

Frente a Estados Unidos, el problema vino acentuado por la superioridad física del rival, que le permitió avanzar con facilidad en cada contacto. El contraste es que, ante Canadá, aunque se concedió menos terreno, se regaló mucha más posesión, obligando al equipo español a defender durante fases larguísimas. En este segundo partido, España defiende mejor no tanto porque mejore su eficacia, sino porque el rival no tuvo tantos portadores desequilibrantes ni tanta verticalidad. La estructura se mantuvo, pero la contundencia siguió siendo insuficiente en muchos momentos.

En este sentido, aunque España logró robar cinco rucks en defensa frente a Estados Unidos, esos robos no se tradujeron en interrupción real del ritmo ofensivo americano. La sensación fue más bien de acompañar el juego del rival, en lugar de condicionar su desarrollo. La presión existe, pero no es constante ni suficientemente alta en los momentos clave, lo que permite al rival mantener la iniciativa en campo abierto.

Se puede interpretar que parte de esta contención responde a una gestión consciente del esfuerzo: España apuesta por una defensa más contenida, que le permita llegar mejor físicamente a los minutos finales, y en ese sentido ha sido efectiva. El equipo ha resistido bien las embestidas finales tanto de Estados Unidos como de Canadá, lo que avala su preparación física y su compromiso defensivo, pero deja también la sensación de que, al no morder antes, el rival puede construir su juego con excesiva comodidad.

 

Lanzamiento del juego desde fases estáticas

A lo largo de los dos partidos disputados en esta gira, el equipo español logró anotar tres de sus seis ensayos a partir de lanzamientos de juego desde fases estáticas: dos tras formaciones de maul procedentes de touche (uno frente a Estados Unidos y otro ante Canadá) y uno más generado desde melé, en el arranque del partido contra el conjunto estadounidense. Este dato por sí solo refuerza la importancia del juego estructurado como plataforma de generación ofensiva durante la gira.

El uso de estas fases no solo sirvió como base para ensayar, sino también para establecer control territorial, dar seguridad al equipo y permitir estructuras ofensivas reconocibles. De hecho, se observa que, durante ambos partidos, el equipo apostó por lanzar desde touche reducida fuera de la 22 para construir secuencias con continuidad, y se reservó los alineamientos completos para zonas rojas, priorizando el maul.


 

La touche proporcionó dos ensayos en esta gira, ambos derivados de formaciones de maul. El patrón fue claro: se recurrió de forma sistemática a alineamientos reducidos (cinco jugadores) fuera de la 22, mientras que en zonas de mayor peligro (22 propia y rival o sus inmediaciones) se apostó por alineamientos completos, buscando una estructura más poderosa para lanzar el maul. Los saltos se concentraron mayoritariamente en zona 4 y zona 6, salvo en situaciones específicas dentro de la zona roja, donde se optó por zona 2 para agrupar.

Una de las particularidades tácticas fue el uso sistemático de alineamientos de cinco jugadores con una organización peculiar: levantador, saltador–levantador, saltador–levantador, levantador, y un quinto jugador (también saltador–levantador) que se incorporaba en el último momento al lateral. Este diseño, visto principalmente contra Estados Unidos, se completaba muchas veces con la colocación de un delantero en el rol de medio de melé, buscando generar más opciones inmediatas cerca del agrupamiento. La intención era doble: dificultar el scouting rival y disponer de alternativas ofensivas versátiles.

Este diseño fue ejecutado con mucho mayor éxito frente a Estados Unidos que contra Canadá. Frente al primero, la touche fue uno de los pilares del triunfo: aportó seguridad, generó posesiones limpias y permitió presionar el lanzamiento estadounidense. En cambio, ante Canadá, aunque se logró ensayar tras un maul, España no consiguió ni entorpecer el juego rival ni generar lanzamientos ofensivos fluidos desde esta plataforma.

Se cometieron errores significativos, como una touche en zona roja que acabó en manos de Bay, tras una entrega desde la torre, en una zona comprometidísima, muy cerca de la línea de ensayo española. Además, apenas se utilizó como plataforma de impacto inmediata a los dos jugadores que quedaban fuera del alineamiento —cosa que sí había sido trabajada por la Sub-20—. Lo que se vio más fue el uso del canal 1 con jugadores que habían estado en la touche, dejando las amenazas exteriores para fases posteriores.

La melé, por su parte, fue una plataforma muy sólida y solvente para el lanzamiento del juego en ambos partidos. Sirvió para generar balones limpios, dio confianza al equipo, y permitió poner en marcha jugadas planificadas. En el partido contra Estados Unidos fue un bastión. La efectividad fue máxima. Desde ahí se logró abrir el marcador con una jugada de estrategia pura. El scouting del rival anticipaba una salida clásica: pase del 9 hacia el canal 2 para lanzar a la apertura y luego volver al canal 1 para avanzar con un portador. España leyó esta previsibilidad y, en la primera melé del partido, Bay salió al cerrado en oblicuo, con la defensa estadounidense ya descolocada. Aprovechando el estado del césped (muy rápido por la lluvia), lanzó una grubber kick (patada rasa que rebota en el suelo), que Martiniano Cian persiguió y recogió para posar el primer ensayo del partido.

Sí se utilizó puntualmente la salida del 8 para fijar, pero llama la atención que, contra Canadá, España optara por abrir el juego sin establecer puntos de fijación inmediatos. Pese a que se intentó trabajar con dos cortinas ofensivas tras la melé, la ausencia de una amenaza directa sobre la línea canadiense permitió que la defensa basculara fácilmente, neutralizando nuestros movimientos con señuelos.

Sorprendentemente, se sufrió más frente a Canadá que contra Estados Unidos en esta fase, aunque la melé continuó siendo una fuente de balones de calidad. El equipo generó posesiones limpias, pero en ocasiones no tomó las mejores decisiones. Se intentó abrir el juego incluso desde campo propio, sin fijar antes a la defensa rival, lo que hizo perder efectividad al lanzamiento desde esta plataforma.

 

Desarrollo del juego en ataque abierto

El rendimiento de España con balón, una vez superadas las fases estáticas, estuvo marcado por una diferencia notable entre los dos encuentros de la gira. Frente a Estados Unidos, el equipo mostró una gran inteligencia táctica al interpretar correctamente el contexto físico del partido, el estado del terreno de juego y las condiciones del rival. Se hizo un uso constante y oportuno del juego al pie, tanto para encontrar espacios a la espalda como para presionar en campo contrario y gestionar los tiempos del encuentro. España no trató de imponer un ritmo propio, sino que aprovechó las debilidades del rival y jugó con eficacia sobre ellas.

Sin embargo, contra Canadá, el equipo pareció cambiar de plan, asumiendo una mayor cuota de iniciativa con balón. España intentó llevar el control del ritmo y la dirección del juego desde la posesión, en lugar de adaptarse al contexto. La consigna fue clara desde el inicio: acelerar el juego desde el primer momento, incluso saliendo a la mano de golpes de castigo dentro de la propia 22. Esta apuesta por jugar muy plano, muy encima de la defensa y con salidas constantes provocó una congestión progresiva del juego, con muchas líneas de pase solapadas, excesiva acumulación de jugadores en zonas reducidas y dificultad para desplegar con claridad.

La imagen que queda es que frente a Estados Unidos el plan estaba más claro y se ejecutó con mayor fidelidad, mientras que ante Canadá, pese a las buenas intenciones, faltó pausa y se jugó durante muchos tramos a una velocidad de crucero, sin capacidad real de ruptura. Esto se tradujo en estructuras de apoyo mal distribuidas en las plataformas de delanteros, y en decisiones erráticas por falta de profundidad en la segunda cortina, especialmente al buscar cambios de dirección o rupturas en diagonal.

No obstante, sí se vieron intenciones interesantes en el plano ofensivo. Se trabajó en varias ocasiones el uso de dos cortinas en los tres cuartos, con distribución desde plataformas de delanteros hacia la segunda línea de ataque. Hubo también intentos de relanzamiento tras el primer contacto, utilizando arietes que cortaban hacia dentro para reorganizar el juego desde el punto de encuentro. Frente a Canadá, en particular, se buscó acelerar desde el propio ruck con un medio de melé activo, dando en carrera a jugadores que atacaban el eje o los hombros interiores de la defensa, aunque no siempre se consiguió ejecutar con limpieza.

 

Como ejemplo de juego bien ejecutado, destaca el ensayo de Pau Aira frente a Canadá, en una de las fases más elaboradas del torneo. Tras llevar el juego de lado a lado en campo rival, se genera una plataforma de impacto, se mantiene la posesión y se vuelve a lanzar sobre otra plataforma de delanteros. Desde ahí, Usarraga distribuye a Vinuesa, que aparece en segunda cortina. La línea de tres cuartos ya se ha desplegado en doble cortina. Vinuesa utiliza a Imaz como señuelo, jugando a su espalda hacia Bell, que rompe en trayectoria oblicua en banana, fija y da el pase final a Pau Aira, quien culmina una gran acción colectiva tras una secuencia bien sincronizada.

Hay una intención clara de construir un ataque en dos niveles, de distribuir desde las plataformas de delanteros y de utilizar jugadores sin balón para generar confusión en la defensa rival. Sin embargo, aún queda camino por recorrer para pulir la ejecución de ese modelo cuando el equipo asume la iniciativa del juego, ya que se echó en falta pausa, profundidad y buena toma de decisiones para acelerar el ritmo con eficacia. Frente a Estados Unidos, el plan fue más claro, la distribución más ordenada y la profundidad mucho mejor resuelta, pese a que se acumularon menos fases que frente a Canadá.

 

El pie como arma planificada… y como recurso

Uno de los elementos más claramente diferenciadores entre los partidos frente a Estados Unidos y Canadá fue el uso del juego al pie. Frente a los norteamericanos, España construyó su planteamiento sobre esta herramienta. No solo se utilizó para salir de campo propio, sino como una auténtica plataforma ofensiva.

Las patadas de Tani Bay desde el puesto de medio de melé fueron constantes, profundas y, sobre todo, milimétricas. El objetivo no era simplemente alejar el peligro, sino convertir cada despeje en una acción de presión coordinada. Bell, actuando como zaguero, lideró esa persecución con inteligencia y velocidad. A su lado, los alas, la tercera línea y Alvar Gimeno desde el centro del campo formaron una estructura asfixiante, sincronizada y agresiva, que cerraba cualquier intento de salida rival y buscaba recuperar el balón en campo contrario o forzar errores.

La estructura de presión estaba perfectamente diseñada. No era solo intensidad, sino lectura del juego y reparto eficaz de responsabilidades. Alas y zaguero cargaban primero sobre el receptor; la tercera línea subía en oleada para cerrar el exterior o llegar al punto de encuentro si había descarga; y Alvar Gimeno, desde su puesto de número 13, leía la trayectoria de la jugada para clausurar cualquier intento de apertura en segunda jugada. La sensación era la de un sistema que cerraba todas las puertas posibles: por dentro, por fuera, al pie o a la mano. Todo estaba anticipado y controlado.

Fruto de esa insistencia, una de las patadas bien ejecutadas propició una pérdida estadounidense que derivó en ensayo. No fue azar: fue un plan claro, bien pensado, y mejor ejecutado. También fue un acierto táctico adaptado a las condiciones del día —un césped rápido por la lluvia— y al tipo de rival.

Además, lo que verdaderamente marcó la diferencia fue el timing defensivo en la presión: hubo una voluntad clara de negar espacio desde el momento en que se pateaba. Unas veces se cargaba con velocidad mientras el balón aún estaba en el aire, cuando la patada era más bombeada y caía cerca. Otras veces se modulaba el ritmo de la subida para atacar justo al receptor en el momento en que este aterrizaba y así impedirle cualquier margen de maniobra hacia los lados o en carrera. La sensación fue de presión inteligente, organizada, y con una lectura técnica muy fina.

En cambio, contra Canadá, el uso del pie no fue tan determinante ni tan bien hilado. Aunque hubo intentos por mantener ese mismo patrón, se notó menos convicción, menos precisión y una estructura de presión mucho más desordenada.

En varias fases del encuentro se optó por patear desde el 10 en campo propio, buscando profundidad desde el punto de encuentro. Esta decisión tuvo efectos secundarios claros: se restaban jugadores a la presión, se ralentizaba la acción y se dificultaba la ocupación eficiente del espacio tras la patada.

De hecho, una de estas decisiones costó un ensayo. En una acción concreta, el balón se retrasó hacia el 10 para buscar una patada de liberación, pero esta fue taponada por un defensor canadiense que llegaba a toda velocidad. La jugada acabó con el oval en nuestra zona de ensayo.

Aunque el resto de patadas no se tradujeron directamente en contraataques, lo cierto es que se perdió gran parte del territorio ganado. La presión, mal estructurada, llegó tarde o mal organizada. El juego al pie pasó de ser una herramienta ofensiva con valor añadido a convertirse en un recurso genérico, poco eficaz.

A diferencia del partido contra Estados Unidos, donde se vio un plan claramente trabajado, contra Canadá el uso del pie pareció más circunstancial. No se jugó con la misma claridad, ni con el mismo nivel de ejecución. Y aunque se usó en momentos lógicos, la sensación global fue de falta de coordinación entre patada y presión. La consecuencia fue clara: se perdió iniciativa territorial y se renunció a uno de los pocos elementos que nos había dado ventaja una semana antes.

 


Juego en transición: dos acciones, dos ensayos

España supo castigar con brillantez dos errores del rival en el partido frente a Estados Unidos, convirtiendo situaciones de transición en ensayos de gran calidad táctica. El primero surge tras una presión alta perfectamente ejecutada sobre una patada de Tani Bay, con alas, tercera línea, zaguero y el propio Alvar Gimeno cerrando todos los caminos de salida. Mateo Triki recupera el balón en campo rival tras el fallo del receptor estadounidense, conecta con Bay y con Gimeno, y este último enlaza con Bell, el más retrasado de todos. Bell ejecuta una patada cruzada precisa al otro flanco, donde Minguillón recibe sobre la línea de cinco. El ala fija a dos defensores con una carrera hacia el interior y descarga en el contacto para Vinuesa, que avanza por la banda y asiste a Gonzalo López-Bontempo, que entra en carrera desde atrás para culminar un ensayo extraordinario, lleno de lectura, apoyos y ejecución.

El segundo ensayo llega tras una pérdida estadounidense en campo rival. Un balón mal manejado por un segunda línea en carrera queda suelto, y Triki, muy atento, detecta el desorden y lanza una patada larga que supera a toda la defensa. El zaguero estadounidense llega a la recepción, pero al caer al suelo pierde el control del balón. Triki, que llega antes junto a Bay, mete una segunda patada más corta que Bay recoge para anotar el ensayo. Una acción que combina reacción inmediata, agresividad y lectura de espacios.

Ambas jugadas son muestra de un plan de partido claro, eficaz y bien trabajado, que identificaba al rival como vulnerable en fases de desorden defensivo y supo explotar esos momentos con decisión. Contra Canadá, sin embargo, no hubo oportunidades similares: aunque su juego fue más plano y con menor mordiente que el estadounidense, no rifó el balón y concedió muy pocas pérdidas. Eso limitó mucho las posibilidades de España de atacar en transición.


Contraataque puro: sin errores groseros, pero sin mordida

En cuanto al contraataque puro —entendido como la gestión de balones recuperados en tercera cortina tras patadas rivales—, apenas tuvo impacto en ninguno de los dos partidos. Tanto Estados Unidos como Canadá optaron por un uso medido del pie, sin desorganizarse en exceso ni ofrecer muchas oportunidades claras de contraataque.

Sí se gestionaron bien algunos balones en campo propio, sin errores groseros, pero a menudo se corrieron riesgos innecesarios. El receptor quedaba aislado tras iniciar carreras laterales o buscar el uno contra uno sin demasiado espacio, lo que pudo haber comprometido varias fases. Faltó claridad para identificar cuándo jugar, cuándo asegurar la posesión y cuándo reorganizar el ataque. En este sentido, el contraataque no fue un arma en esta gira, sino más bien un área de mejora en términos de toma de decisiones y estructura de apoyo.

 


Gestión del ritmo: entre el plan y la precipitación

Uno de los grandes contrastes entre los dos partidos de la gira estuvo en la gestión del ritmo de juego, un indicador cada vez más determinante en el rugby moderno. La selección española mostró dos caras distintas en este aspecto: una más sobria, clara y eficaz contra Estados Unidos, y otra más precipitada, ansiosa e irregular frente a Canadá.

Frente a Estados Unidos, el equipo interpretó muy bien el ritmo que necesitaba el partido. Desde el primer minuto apostó por una propuesta donde el juego al pie ofensivo —es decir, no como recurso defensivo, sino como herramienta de presión territorial y generación de errores— marcaba el compás del juego. Se ejecutó con precisión, se presionó con orden y se aprovecharon los errores rivales en campo contrario. Fue una gestión del ritmo reactiva pero lúcida, que no buscaba llevar la voz cantante desde la posesión, sino controlar el guion desde el territorio y la presión. En términos técnicos, se trató de un ritmo impuesto por el pie y consolidado por la presión tras patada, una fórmula clásica cuando se detecta que el rival puede cometer errores en campo propio bajo presión.

En cambio, frente a Canadá, España quiso asumir el mando del ritmo desde el principio, especialmente con una consigna muy clara: acelerar el juego desde campo propio. Se intentó jugar muy rápido a la mano desde situaciones de golpe de castigo, se abusó de la salida plana desde el punto de encuentro, y se buscó desordenar a la defensa rival a base de velocidad. Pero lo que emergió fue una suerte de ansiedad táctica: el deseo de imponer un ritmo elevado sin haber asentado primero la estructura para sostenerlo. Faltó pausa, faltó orden en las líneas de apoyo, y hubo fases enteras donde el equipo parecía más obsesionado con acelerar que con construir.

Esta diferencia no responde solo a decisiones tácticas, sino también al contexto emocional del grupo. Frente a Estados Unidos —un rival más físico y de mayor nivel— el respeto competitivo obligó a pensar mejor cada acción. Frente a Canadá, un rival teóricamente más asequible, hubo cierta relajación en el rigor táctico: se quiso imponer el ritmo sin antes trabajar el propio ritmo. No fue un problema físico ni técnico, sino una falta de claridad colectiva para gestionar el cuándo y el cómo acelerar.

En resumen, dos lecturas de ritmo muy distintas. Una, contra Estados Unidos, basada en el control desde el pie y la presión organizada. Otra, frente a Canadá, marcada por la prisa, la falta de estructura y una intención no acompañada por la ejecución.


 

Evaluación global de la gira

La gira disputada por la selección española dejó varias conclusiones clave que marcan el camino de crecimiento del equipo en el contexto internacional. En primer lugar, se evidenció una clara madurez táctica en la gestión del juego, especialmente visible contra Estados Unidos. El equipo mostró capacidad para leer el partido, ajustar el ritmo según el contexto y aprovechar las debilidades rivales con herramientas sólidas como el juego al pie y la presión organizada. La defensa, pese a ciertos desajustes puntuales, respondió con solidez estructural y buena lectura colectiva.

Sin embargo, el partido contra Canadá reveló áreas significativas a mejorar. La intención de imponer un juego más dinámico y rápido chocó con la falta de claridad en la construcción ofensiva y con una ejecución irregular. La ansiedad táctica llevó a pérdidas de control en fases decisivas y a una menor efectividad global. Además, la defensa mostró menos agresividad y contundencia, lo que facilitó la acumulación de posesión rival.

En este sentido, se detecta la necesidad de elevar la agresividad defensiva en momentos clave para no dejar que el rival juegue con excesiva comodidad ni marque en exceso el ritmo del partido. Aunque la estructura defensiva es buena, a menudo se observa una tendencia a dejarse llevar, lo que reduce la capacidad para asfixiar y desestabilizar al adversario.

El juego en transición, especialmente el contraataque, necesita consolidarse como un arma real para el equipo. Si bien se lograron dos ensayos brillantes frente a Estados Unidos, la continuidad y la consistencia no estuvieron presentes a lo largo de la gira.

Por último, la gestión del ritmo de partido emerge como uno de los aspectos clave para el futuro. La capacidad para alternar entre fases de control, aceleración y pausa, así como para manejar la ansiedad competitiva en momentos cruciales, marcará la diferencia en próximas citas internacionales.

Cabe destacar que se repitió una sensación ya vista en el proceso clasificatorio para el Mundial: un partido marcado a fuego, como el de Países Bajos, en el que el equipo rindió a un nivel alto y controlado, seguido de un segundo encuentro —en aquella ocasión contra Suiza, y ahora contra Canadá— en el que las prestaciones disminuyeron notablemente. A nivel de ranking, la victoria contra Estados Unidos fue crucial para colocarse en el puesto 15 y mejorar la posición de cara al sorteo del Mundial. Sin embargo, el partido frente a Canadá estuvo marcado por una ansiedad por alcanzar el objetivo sin haberse trabajado lo suficiente, lo que derivó en una bajada de rendimiento respecto al primer encuentro.

En suma, la gira confirmó que el equipo dispone de una base sólida y un plan de juego claro, pero que debe trabajar en la mejora de la ejecución, la gestión emocional y la construcción colectiva para dar el salto hacia un nivel superior.

 

Texto: Víctor García  / Fotografías: Jason Walsh (v Estados Unidos) y Dale MacMillan (v Canadá)

 



 

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